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Entre las líneas argumentales de Las malas, Sosa Villada reconstruye un saber travesti de transmisión oral. «Cuando empecé a estar con las travestis, allá por el 2000, las más antiguas nos contaban a las más jóvenes cuestiones respecto a cómo arreglar cosas con la policía, cómo resolver la barba, el pelo, o sea, trucos, argucias, actitudes», recuerda. «Era como una escuela, y era oral porque no había producción escrita, nadie estaba escribiéndolo: primero, muchas de las que nos enseñaban se habían ido de sus casas siendo niñas y entonces no terminaban la escuela, o eran analfabetas, y además todas estábamos ocupadas en sobrevivir. No teníamos tiempo para dejar el legado trans escrito».
–¿Fue un aprendizaje para sobrevivir en la calle?
–¡Para todo! Incluso para las cosas buenas. Incluso para el humor, desde dónde pararse a mirar. Hasta el lenguaje, hasta el tipo de conversación. No extraño, por supuesto, las persecuciones, las matanzas y las humillaciones, pero sí esa manera de ser salvaje, irrespetuosa, profana, de tener el umbral muy bajo de tolerancia para cuando el otro o la otra se burla o te insulta. Tuve que normalizarme para salvarme, para estar viva. Pero extraño ese salvajismo de Las malas. La gente me pregunta: «¿Cómo se te ocurrió que una travesti se vuelva pájaro o se vuelva loba?». Pero éramos bestias de carga, de rabia, de fuerza, de resistencia, éramos verdaderamente animales.

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