Cultura | LAURA OLIVA

Salto al vacío

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Javier Firpo

La actriz dejó el terreno familiar de la comedia para incursionar en el drama y la escritura teatral. Nuevas sociedades creativas. El regreso al cine.

Contenidos. La intérprete empezó con pequeños papeles en el circuito alternativo y ya estrenó una obra de su autoría, «El recurso de Amparo».

Foto: Nacho Lunadei / Prensa

Laura Oliva derrocha alegría y dice que la magia de Laponia traspasa fronteras. Si bien se refiere a la «cuarta pared», algo de razón también tiene geográficamente, ya que Laponia se ubica en la región más septentrional de Finlandia. Pero su plenitud es más artística: tiene que ver con su actualidad, con trabajar por primera vez bajo las órdenes de Nelson Valente –el teatrista del momento– y de compartir escenario con Jorge Suárez, uno de los actores más versátiles de la escena. «Estoy atravesando una etapa distinta de mi vida y cruzarme en el escenario con gente valiosa no tiene precio. Sorprenderse y tener momentos de plenitud, a mi edad, es impagable», expresa la actriz en el camarín de El Picadero, en charla con Acción antes de la función.
Laponia hace foco en un tema puntual: ¿se les debe develar a los hijos pequeños la verdad sobre Papá Noel o es preferible mantener el misterio y que el paso del tiempo vaya haciendo lo suyo? Oliva encarna a Mónica, quien fervientemente cree que no hay contar nada aún y mantiene encontronazos con su cuñado Olavi (Suárez). «Mi rol es el de una mujer que es pura frontalidad, no tiene problemas en decir las cosas que piensa sin filtro. ¿Si tiene que ver con mi forma de ser? Tengo un poco de carácter, sí», responde sonriente.
Popular por sus trabajos de conductora con el mote de «graciosa» e intérprete de comedia durante muchos años, con recordados ciclos televisivos como Grandiosas, por el que recibió un Martín Fierro, Oliva compartió labores con los humoristas más importantes, de Gasalla a Francella, pasando por Guinzburg y Pinti. «Es una época que me marcó, de la que estoy muy agradecida, pero quedó en el pasado. Esa parte de mi vida hoy descansa en paz», afirma con seriedad. «¿Viste esa expresión que dice “salir de la zona de confort”? Puede ser una huevada, pero para mí era de vida o muerte. Yo necesitaba salir del lugar donde estaba instalada demasiado cómodamente, pegar un volantazo: mi cuerpo me pedía algo distinto, a mi cabeza le urgía y yo esperaba que a alguien se le ocurriera llamarme, pero nada. Solo me convocaban para los papeles livianos, para hacer reír, hasta que un día me planté. Empecé a llamar yo a directores y productores, los citaba en un café y les pedía que por favor me tuvieran en cuenta para otra cosa, que me dieran la oportunidad de poder encarnar otros roles. Fue el puntapié inicial y hoy, orgullosa, puedo decir que he ganado la batalla más difícil de mi vida».

Faceta emergente
A partir de 2016 empezó a recibir propuestas para interpretar pequeños roles en el circuito alternativo. «Me decían “pero es muy poco para lo que sos vos”. Yo lo hacía, para mí fue un volver a empezar, fue como un reseteo, un salto al vacío. No me importaba la magnitud del personaje sino su contenido», asegura. Y en ese camino llegaron obras como Eye y yo, Cuerpos perfectos y Chicos de Varsovia, que le permitieron ir acercándose a su flamante realidad actoral. «En paralelo estaba escribiendo mi primera obra de teatro, autorreferencial si se quiere, pero que consolidaba este gran cambio estructural que incluía, también, a una autora en ciernes. Me desconocía en esa faceta emergente, pero irrumpía en mi vida otra necesidad tan llamativa como inexplicable».
En El recurso de Amparo, que se exhibe en el Espacio Callejón, encarna a Ofelia, quien imagina un juicio contra su madre Amparo, a la que acusa de haber causado la temprana muerte de su hermana Elizabeth. «El argumento es que la enfermedad que la mata fue provocada por el constante maltrato de Amparo hacia sus hijas, desde la más temprana infancia. ¿Si me costó escribirla, actuarla? No, es un trabajo más, no me sentí condicionada, todo lo contrario, aunque reconozco que es mi historia y por momentos lo vivo como un viaje emocional a mis años más jóvenes», hace saber la actriz y dramaturga, cuyos padres se separaron cuando tenía ocho años. A partir de allí recuerda «una batalla campal que nos afectó profundamente». La muerte de María Elizabeth, su hermana, sucedió, no así el juicio a su madre Amparo.
«La idea me rondaba hacía mucho tiempo, tenía algunos borradores escritos pero en forma muy desordenada. En 2019 empecé un taller de escritura con Javier Daulte, con quien pude armar el esqueleto. Y durante la pandemia me aboqué a terminar el texto, que se convirtió en una pieza que dirige el propio Daulte. Yo con El recurso de Amparo no hago ningún exorcismo, ni catarsis, ni me desembaracé de nada, simplemente es un hecho artístico que sentí la necesidad de hacer. Ni mi mamá ni mi papá están en este plano, pero ellos me conocieron bien, saben que siempre dije lo que sentía y si hubieran estado, creo que no habría tenido problemas de estrenarla igual». En 2004 ya había publicado un libro donde contaba algunos de sus pesares de la infancia y la adolescencia: Oliva extra virgen: la vida es una ensalada.
En esta nueva vida artística, Oliva volvió a hacer cine después de casi veinte años, cuando participó en Apasionados (2002) y Tus ojos brillaban (2004). «Me llamaron medio de carambola, porque estaban buscando a Inés Efrón, que tiene el mismo representante que yo. Ahí se toparon conmigo y me hicieron un casting para El vasco, película española de Jabi Elortegi, que se filmó en Córdoba, Mendoza y la última semana en Bilbao. Me saqué la lotería, un regreso a toda orquesta, con viaje incluido. Mi personaje es la hija del vasco del título, que tiene que cuidar a su padre enfermo. Es la que se arremanga, la que rezonga, la que banca todo, mientras su hermano, interpretado por Eduardo Blanco, es el soñador, el volado, el que nunca sabe bien lo que está pasando y que, por supuesto, es el más querido».
Reconoce Oliva que «regresar al cine fue encontrarse con una manera de trabajar distinta, con otros tiempos, con otra complejidad, pero resultó una experiencia maravillosa, incomparable. Ojalá sea un trampolín para otros rodajes, sé que las chances son pocas pero quién te dice que otros productores y directores puedan ver algo en mí… Yo estoy abierta a lo que sea, a dejar todo, como siempre lo he hecho. Filmar El vasco me armó de coraje y confianza, porque a mí no me conocía nadie y eso es lo más maravilloso. Ni el director ni los productores tenían la menor idea de quién era yo, pero mi trabajo, según me dijeron, los conmovió. Hay un terreno ganado en un campo en el que yo era ciento por ciento virgen. No me achiqué, demostré lo que tenía para dar en la cancha y aquí estoy, agazapada, conquistando varios terrenos, como esas otras dos obras que ya están listas y que espero lleguen al escenario antes de fin de año».

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