9 de mayo de 2022
Lanzan las grabaciones encontradas de un par de conciertos que la mítica banda encabezada por Luis Alberto Spinetta dio en el Teatro Coliseo a fines de 1975.
Las grabaciones rescatadas de dos conciertos de Invisible, de noviembre de 1975, provocan una sensación placentera y, asimismo, un sabor agridulce. Es la música de un mundo que no existe más. El registro surgió del fantástico tesoro sonoro de Carlos Melero, fue masterizado por Mariano López –el operador de sonido preferido de Luis Alberto Spinetta– y la digitalización la hizo otro histórico, Gustavo Gauvry. Invisible en vivo, Teatro Coliseo 1975 constituye el documento de una época en la que el rock era paradójicamente masivo, pero marginal. Tiempos en los que era posible, por caso, estirar un tema a través de una zapada y redondear 17 minutos y 26 segundos, como ocurre con «Azafata del tren fantasma», que cierra el disco.
Habrá que recordar que Invisible fue la banda que Spinetta formó después de Pescado Rabioso. Con la base rítmica de Pappo’s Blues, es decir Héctor «Pomo» Lorenzo en batería y Carlos Alberto «Machi» Rufino en bajo, el Flaco diseñó el sonido de un trío formidable. Fue del power a la sofisticación: rock, largas suites, aires de jazz y tango. Invisible comenzó casi como una continuación del segundo disco de Almendra y llegó a treparse a cierta estela piazzolliana. Logró a su manera embellecer una época signada por la violencia. Como escribe Martín Graziano en el excelente Tigres en la lluvia, Spinetta consideraba la poesía como su forma de resistencia. El grupo grabó tres álbumes de estudio: Invisible, el debut de 1974; Durazno sangrando, de 1975; El jardín de los presentes, de 1976, ya como cuarteto, con Tomás Gubitsch en guitarra.
El flamante disco en vivo salió por Sony luego de un acuerdo entre el sello discográfico, el INAMU, Pomo, Machi y los hijos de Spinetta. Rescata de aquellos shows siete canciones e incluye contactos fotográficos inéditos de Eduardo Martí. Abre con una versión de «Durazno sangrando», incluye dos temas del primer álbum como «El diluvio y la pasajera» y «Azafata del tren fantasma», dos canciones de un simple editado a fines de 1974, «Oso del sueño» y «Viejos ratones del tiempo». Y otras dos canciones enormes que permanecían inéditas y que nutrieron El jardín de los presentes: «Perdonado (Niño condenado)» y «Que ves el cielo».
Con la presencia de muchos de los involucrados (Pomo, Machi, Catarina y Vera Spinetta, los directivos de la Sony), en el auditorio de una sala de eventos de Belgrano R, ante un grupo de periodistas, la semana pasada se escucharon las primeras cuatro canciones del álbum. Después hablaron Pomo y Machi y, en menor medida, Catarina. La figura de Spinetta sobrevoló fantasmal, omnipresente. «Años después de que nos separáramos, le pregunté a Luis qué era para él Invisible. Y me respondió: “Una joya que guardo en un cofre de oro”», recordó Machi.
El ping pong con los periodistas tuvo desopilantes intervenciones de Pomo, que se refirió a «Durazno sangrante» e hizo una analogía entre la grabación «y el hijo que le apareció a Kempes». «Recordemos –historizó el baterista– que el rock venía de salir en los periódicos como un fenómeno violento después de que Billy Bond dijera “Rompan todo”, en el Luna Park, ¡y le hicieran caso! No podíamos tocar en ningún lado. Luis Alberto encaminó todo y terminamos con cuatro funciones en un fin de semana. El Coliseo es una maravilla. Acá se puede ver fehacientemente cómo presentábamos los discos. Luis Alberto afinaba la guitarra al aire. No hay ninguna edición. Nada. Que encuentre un fin, estando dando vueltas y acompañando a la obra entera, es muy valioso. Hicimos muchas cosas antes que otros. Invisible es un muñeco que nos ha superado a todos por igual».
Machi recordó los ensayos antes del disco debut, cuando se encerraron en una quinta de General Rodríguez. Solo tocaban y comían. «Éramos como Arco Iris sin gurú», bromeó, en referencia a la experiencia comunitaria del grupo de Gustavo Santaoalla y su relación con la mítica Dana. «A la quinta íbamos en dos Fiat 600. Uno era de Pomo, el otro de Luis. Era una odisea. Recuerdo que uno tenía el piso picado y cuando pasaba por un charco había que levantar los pies. Cargábamos prepizzas y fideos para cocinar y salíamos. Nos quedábamos en la quinta de lunes a viernes. Los tres solos. No había ayudantes, no había mujeres. Solo los tres, en invierno, en un lugar bastante grande. Ahí no solo se generó la música de Invisible, también una relación entre los tres que fue irrepetible. Nunca más pudimos tener eso en otra experiencia musical. Tanto es así que cuando volvíamos a Capital, una hora después estábamos juntos de nuevo, para ir al cine o para lo que fuera. Ya con nuestras mujeres, pero siempre en el Fiat 600».
Presentación. Vera Spinetta, Pomo Lorenzo, Catarina y Machi Rufino, álbum en mano.
JORGE VILAS
La bohemia que exudan las palabras de Pomo y Machi son otra manifestación de un mundo que desde el presente se percibe insólito. Solo hay que pensar que Spinetta –figura central del rock argentino, un músico que llenaba estadios como rara vez lo hizo en su carrera– andaba en Fiat 600. Lo movían otros intereses: esas canciones maravillosas, ese trío extraordinario que muchos de sus seguidores ubican no solo como su mejor banda, sino como una de las más grandes del planeta. Como dijo Sergio Ponfil, de Sony, especialista en catálogos, testigo de los conciertos del Coliseo: «Invisible es más que Los Beatles y los Stones». En la exageración late el amor hacia una música, una época y también, acaso, un estado de pureza que solo se tiene en la adolescencia y la primera juventud.