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Teatro de exportación

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En los últimos años, dramaturgos, actores y directores argentinos lograron que su trabajo trascendiera en Europa y Latinoamérica. Desafíos y experiencias enriquecedoras.

 

Biodrama exitoso. Mi vida sin mí, la obra de Lola Arias, pasó por 22 ciudades de Latinoamérica y Europa. (Lorena Hernández/Mi vida después)

Se podría reconstruir la escena apelando a la imaginación: un grupo de actores argentinos, con su acento y su gestualidad particulares, representan la obra de un autor de la misma nacionalidad. Hasta ahí, nada parece escapar de una experiencia habitual, no por ello menos potente, arraigada en nuestro acervo cultural desde la época colonial. La gran marca diferencial es que un cartel luminoso colgado arriba del escenario, cerca del cortinado, traduce el texto al danés, al alemán o al portugués.
El fenómeno del teatro argentino representado en los escenarios de las más variadas latitudes es un hecho cada vez más contundente y llamativo. De manera notoria, en los últimos años se ha ampliado el itinerario de las giras, hasta transformar una gran parte del mundo, en especial Europa, en una de las plazas «a tener en cuenta» por las compañías locales. Ya no se trata sólo de dramaturgos que traspasan las fronteras y brillan en el exterior, sino que además involucra a actores, directores y técnicos, que llevan su tramado de pasión creativa cada vez más lejos de su lugar de origen.
«En los últimos 20 años ha crecido el número de teatristas que trabajan y estrenan en Buenos Aires, a la vez que son invitados a llevar sus espectáculos por el mundo o dirigir en otros países. Viven y crean aquí, pero son convocados a trabajar afuera. A este fenómeno me gustaría llamarlo la “internacionalización del teatro de Buenos Aires”», señala Jorge Dubatti, investigador y crítico teatral, autor de libros como Cien años de teatro argentino. Desde 1910 a nuestros días.


Mirada a la distancia

Los escenarios pueden ser de los más variados, como lo demuestra el itinerario de Periplo Compañía Teatral, dirigida por Diego Cazabat. «Hemos llevado nuestros espectáculos a España, Brasil, Dinamarca, República Checa y Venezuela, sólo por mencionar algunos lugares», señala Cazabat. «Estar en un marco cultural diferente nos da una sensación de lejanía, que trae mayor libertad y genera una nueva perspectiva acerca del propio trabajo. Viajar y presentar nuestros espectáculos nos has servido para desarticular algunos prejuicios sobre cómo hacemos lo que hacemos», agrega. Según cuenta a Acción, en las giras suelen experimentar una mirada más lúcida que impulsa y genera nuevas ideas y proyectos. Además, lo que se busca es poner «en diálogo nuestro lenguaje con miradas ajenas a nuestro universo cultural, lo que produce y nos devuelve nuevos sentidos y relaciones sobre la obra».
La lista de artistas y elencos que han vivido la experiencia de viajar al exterior es muy extensa. Entre ellos se destaca Lola Arias, quien llevó su pieza Mi vida sin mí a 22 ciudades de Europa y Latinoamérica. «El trabajo que hago es muy documental, porque se basa en historias reales. Y se expande al llevarlo afuera, porque aparecen otras historias de vida, entran otros contextos sociales, culturales», dice. Su obra Melancolía y manifestaciones estuvo un año recorriendo Europa y luego se presentó en el Teatro San Martín. «Esta última es un trabajo documental sobre mi madre. Creo que presentarla primero afuera la fortaleció. Es que hacerlo en escenarios extranjeros me producía un distanciamiento, porque no te conocen y no están el contexto familiar o los amigos. Me sentí más libre como para verla de otra manera», añade.
La compañía El Baldío Teatro, dirigida por Antonio Celico, es otra de las que cuentan con una vasta experiencia en el exterior. Celico también destaca el gran aporte al trabajo mismo que reporta el hecho de mostrarlo afuera. «Ha sido para todos nosotros intenso, partiendo del simple hecho de que todo viaje termina en uno como un aprendizaje sobre nuevos elementos del arte y la cultura, propios y ajenos», indica. «Nos ha permitido conjugar con realidades múltiples y con la decisión propia de realizar muchos de esos espectáculos en otro idioma. Todo esto nos aportó nuevas formas de entender el hecho teatral. Hemos podido recorrer espacios propios que desconocíamos, al mismo tiempo que hemos armado lazos y relaciones especiales».


Lenguaje universal

Muchos expertos coinciden en que, en tiempos recientes, se dio una serie de condiciones que favorecen la circulación internacional de los proyectos artísticos. Hay más festivales y más gestores especializados, así como mayor desarrollo de políticas de intercambio. Además, un dato no menor, lo anterior fue acompañado por los recursos de la tecnología: videos, blogs y redes sociales han permitido la mayor visibilidad de la labor de los grupos de creadores.
Dubatti destaca la obra de Rafael Spregelburd como «un caso de internacionalización contundente. Ha sido un autor comisionado del Royal Court Theatre de Londres, el Deustsches Schauspielhaus de Hamburgo y la Akademie Schloss Solitude de Sttuttgart, así como director y autor invidato por la Schaubühne de Berlín, el Theaterhaus de Stuttgart y el Chapter Arts Center de Cardiff. Además, su obra ha sido traducida no sólo a los idiomas más conocidos, sino también, por ejemplo, al checo, croata, esloveno y neerlandés, lo cual habla de su trascendencia».
Por su parte, el director Ricardo Bartís no sólo sobresale por su extensa y prestigiosa carrera como creador y maestro de actores, sino también por haber trabajado en el exterior con su compañía Sportivo Teatral. Entre otros desafíos internacionales, fue convocado en 2010 para participar en la Bienal de Venecia, en un proyecto que involucraba a siete directores considerados como los más representativos de la escena contemporánea. Él fue el único latinoamericano del grupo; los otros seis eran europeos.
«Cuando El pecado que no se puede nombrar fue invitado al Festival de Aviñón, el problema principal fue el subtitulado: era enloquecedor. No había otra forma, pero hubo que aceptarlo porque los ensayos habían sido muchos, incluso sin cobrar nada hasta ese momento. De algún modo, era una forma de resarcir nuestro esfuerzo», cuenta Bartís. «Viajar también era una manera de seguir solventando económicamente todo el trabajo aquí», completa.
El director también recuerda algunos desencuentros, como lo ocurrido con la obra Donde más duele, presentada en el teatro Palais de Chailo, en París. «Era una versión muy disparatada sobre el texto de Don Juan, y creo que ellos esperaban otra cosa. Cuando vieron el mamarracho que hacíamos, no les debe haber gustado mucho», dice. «Viajar significaba, por una parte, una retribución económica. Pero, por otra, pasar un rato agradable con gente que uno aprecia. Y también el sentimiento de ganarle por demolición a los espectadores: vencer al subtitulado, que la gente no lo mire, que no quiera entender por las palabras, que fuera tremolada por otra cosa que pasa en la escena, por su intensidad».


Público y privado

La lista de teatristas que ayudan a sostener en el tiempo el prestigio internacional ganado a costa de talento es interminable. Especialmente en el período 2009-2012, están los casos de los directores cuyos espectáculos fueron convocados por distintos centros teatrales: Daniel Veronese, Javier Daulte, Claudio Tolcachir, Pichón Baldinu, Federico León y Mariano Pensotti, entre otros, giraron por el mundo.
La mayoría de las experiencias foráneas se concretan más que nada por iniciativas privadas, ya sea por parte de los organizadores de los festivales como por los teatros que cursan las invitaciones. «Siempre es pobre el apoyo oficial y, generalmente, un tanto azarosa la elección, que varía también con los vaivenes de las modas teatrales vigentes», señala Celico. «Hay mucha burocracia e implica un gran trabajo presentarse a algún tipo de apoyo estatal. Además, a veces el dinero que dan es escaso en relación con el gran despliegue que significa montar una obra, donde el equipo puede ser de 20 o más personas», opina a su turno Arias.
El aspecto económico constituye uno de los temas medulares a considerar para favorecer la gran movida internacional. «En alguna ocasión y luego de hacer la gestión, Cancillería nos dio pasajes que cubrían un porcentaje de los que viajábamos. Y a nivel de la ciudad de Buenos Aires, la ayuda real es casi nula, sobre todo en cuanto a pasajes y sobrepeso por escenografía», indica Cazabat.
«No cabe duda de que Buenos Aires está hoy más fluidamente integrada a los circuitos internacionales que en el pasado», señala Dubatti. «Eso no quiere decir que el movimiento inverso –la presencia de teatristas extranjeros en Buenos Aires– sea equivalente o simétrico. Lo que le hace falta a la ciudad para ser una gran capital teatral es mayor recepción de espectáculos extranjeros», subraya. Mientras tanto, las rutas internacionales abiertas por el teatro local se afianzan día a día, gracias al trabajo y al talento de sus hacedores.

Marcela Fernández Vidal

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