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Terror local

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Desde las producciones independientes hasta la hollywoodense «It», dirigida por el local Andy Muschietti, en los últimos años el género ha experimentado un crecimiento sostenido en el país. La tendencia se completa con las ficciones de escritores vernáculos.

Lovecraft porteño. Una escena de Necronomicón, que llegará a las salas en marzo. (Gentileza Baraka)

Con el próximo estreno de Necronomicón, cuya llegada a las salas está prevista para comienzos de marzo, los amantes locales del cine de terror tienen un motivo para festejar. Y no solo porque la película de Marcelo Schapces les dará esos buenos sustos tan propios del género, sino porque su origen mismo se remonta a la imaginación de uno de los más celebrados maestros del horror: H. P. Lovecraft (1890-1937), creador de aquel texto apócrifo sobre el que supo construir toda una mitología. Se trata de un libro pródigo en saberes oscuros, capaz de enloquecer a sus lectores. En uno de sus cuentos, Lovecraft menciona un dato muy singular: una de las cinco copias de la obra original estaría en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Incluso se llegó a sostener que el mismísimo Jorge Luis Borges (director de la institución durante el período 1955-1973) la habría catalogado. «Siempre me extrañó que no hubiera más exploración a partir de ese dato, ni en la literatura ni en el cine ni en la historieta argentina. De ahí viene todo lo que me llevó a hacer esta película, en esta época de mi vida», sostiene Schapces.
Luego de un año que será recordado por el suceso de It, dirigida por el argentino Andy Muschietti, la industria del cine posee nuevas claves para capturar la atención de millones de espectadores. Hollywood, es sabido, con frecuencia intenta imitar fórmulas probadas, aunque los resultados no siempre sean los mejores. Pero, ¿qué ocurre dentro del ámbito local? ¿Puede un batacazo como el de Muschietti modificar las reglas del género? Hernán Moyano, productor de Habitaciones para turistas, No moriré sola y Sudor frío, considera que ese suceso traerá aires de renovación en nuestra propia cinematografía. «El fenómeno de It va a abrir un montón de puertas para que los productores vayan detrás de proyectos que tienen que ver con el género de terror. Van a empezar a aparecer subproductos, y de acá a dos años va a ser seguramente el género que más se produzca en Latinoamérica», sostiene. Este año se rodará el film Bajo tus pies, cuyo libro lleva su firma y será dirigido por  Cristian Bernard. El proyecto cuenta con el protagónico de Natalia Oreiro y reúne a las productoras 16:9 Cine, Haddock Films, Warner Bros Argentina y la española Tornasol.

Ampliar los márgenes
Por fuera del circuito comercial existen espacios muy apreciados por el público más fiel. El BARS (Buenos Aires Rojo Sangre) se erige como el encuentro más instalado para este tipo de espectadores: desde el año 2000, el festival funciona como un oasis para el cine de terror, el fantástico y el bizarro. Otros espacios emergentes son el Festival de Cine Fantástico y de Terror «Mil gritos», en Punta Alta, provincia de Buenos Aires, que ya llegó a la sexta edición; y el  Festival Internacional de Cine de Terror y Fantástico de Córdoba, que cumplió tres años.
Sería lógico que los nuevos espacios puedan mantenerse en pie, a tono con la cantidad de films de terror que se estrenaron en las últimas temporadas. En una lista inevitablemente incompleta, cabe mencionar a la película que marcó un antes y un después dentro del cine de género en el país: Plaga Zombie: ¡La venganza alienígena ha comenzado! (1997), de Hernán Sáez y Pablo Parés, quienes junto con Sebastián Muñiz, Walter Cornás y Paulo Soria formaron Farsa Producciones, verdadera usina creativa. También es destacable el aporte de Paura Flics, productora surgida en La Plata cuyo primer film fue Habitaciones para turistas (2004), de Adrián García Bogliano, con guión coescrito junto con su hermano Ramiro. El mismo equipo que más tarde encabezaría Grité una noche (2005), 36 pasos (2006), No moriré sola (2007), Masacre esta noche (2009), Sudor frío (2010) y Penumbra (2010).

Diversidad. Para Downey no hay reglas.

Es un signo muy positivo que varios realizadores hayan traspasado la frontera de la ópera prima, para construir una filmografía consolidada. Tal es el caso de Daniel de la Vega, responsable de La sombra del Jennifer (2004, en codirección con Pablo Parés), La muerte conoce tu nombre (2006), Hermanos de sangre (2012), Necrofobia (2014) y Ataúd blanco (2016). Por último, vale la pena destacar los films Visitante de invierno (2006) de Sergio Esquenazi;  La memoria del muerto (2012) y El eslabón podrido (2015), ambas de Javier Diment; Resurrección (2015) de Gonzalo Calzada; Francesca (2015) de Luciano Onetti; Terror 5 (2016) de Sebastián y Federico Rotstein; e Hipersomnia (2016) de Gabriel Greco. Muchos de estos realizadores integran la Liga de Cine de Género Argentino, entidad concentrada en ampliar los márgenes de esta corriente en el país.
Esta ola de nuevos realizadores permitió el auge de un público más amplio, superador de los espectadores más «especializados». Schapces considera que el crecimiento del género está aún en ciernes. «El cine de terror está para más en Argentina de lo que le permite la apuesta de algunas productoras grandes. El público está preparado para que haya más desarrollo. Pero para eso es fundamental que haya una mayor confianza de los exhibidores y los distribuidores», reflexiona. Para Moyano las condiciones están dadas para la expansión pero, al igual que Schapces, tiene algunas observaciones. «Lo que falta es encontrar una identidad propia y trabajar sobre todo los guiones. El cine de género se ha empezado a repetir, está copiando algunas fórmulas extranjeras y me parece que eso lo hace perder fuerza, porque en Latinoamérica tenemos una cosmovisión muy grande y debemos aprovecharla», dice.

Textos del horror
En consonancia con el estado del cine de terror vernáculo, en el ámbito de la literatura también es posible rastrear a los autores emergentes, que se han formado leyendo a los grandes maestros (Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, Nathaniel Hawthorne, Horacio Quiroga), pero que también ven series como Stranger Things, The Walking Dead y American Horror Story. Tradición y modernidad para una camada que poco a poco alcanzó una mayor visibilidad, incluso en las grandes cadenas de librerías. En una lista que aumenta cada año, figuran los textos de Mariana Enríquez (Los peligros de fumar en la cama), Celso Lunghi (Me verás volver y Seis buitres), Luciano Lamberti (La maestra rural), Walter Lezcano (Fractura expuesta) y Tomás Downey (Acá el tiempo es otra cosa). Asimismo, se destacan la colección Pelos de punta (de la que surgió la editorial La otra gemela) y la Editorial Muerde Muertos, dedicada a la «literatura fantástica, terror y afines».

Obsesiones. El disparador de Enríquez.

Muy bien recibido resultó King. Tributo al Rey del Terror (Editorial interZona), en donde aparecen cuentos de varios autores latinoamericanos, entre ellos uno de Enríquez («Los Domínguez y el diablo»), quien a su vez publicó el año pasado el celebrado Este es el mar. Para la escritora, el origen de sus historias se encuentra más en sus obsesiones que en determinadas premisas. «En general, los disparadores tienen que ver con alguna situación real (un caso policial, una leyenda urbana, algún relato de fantasmas que me hayan contado) y, desde ahí, creo un clima o una trama», sostiene Enríquez, que ya cuenta con lectores incondicionales.
El joven narrador Tomás Downey considera que la literatura de terror, «más que una categoría con reglas, es una clasificación de fronteras difusas, que puede incluir ejemplos bastante diversos», afirma. «Se puede hablar de lo fantástico y mencionar a Poe, Lovecraft, Richard Matheson, Lugones y Horacio Quiroga, pero también a Kafka, García Márquez, Robert Aickman, Borges. Otro gran ejemplo, que sí pertenece al terror, es El mal menor, de C. E. Feiling». Downey encuentra en sus textos una operación emparentada con el lenguaje audiovisual. «En general intento trasladar el fuera de campo a la literatura: mencionar una amenaza que acecha, sin explicarla ni describirla, porque produce mucho más miedo que una imagen detallada», reflexiona. «El autor deja las piezas para que el lector las arme y complete lo que falta».

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