3 de noviembre de 2022
Los lectores y los vendedores que no se conforman con las novedades de las grandes cadenas tendrán su primer encuentro en la Ciudad de Buenos Aires.
Circulación. En la feria de Parque Centenario se pueden encontrar títulos descatalogados, traducciones recomendadas y ediciones limitadas.
Foto: Jorge Aloy
«Yo era lector de libros usados. Me recorría todos los parques, la calle Corrientes, las ferias americanas. Iba a todos los lugares que podía para conseguir mis libros porque eran los noventa y no tenía un mango, así que caminaba y regateaba. A mi biblioteca la armé así: comprar libros nuevos era privativo. Mi idea era tener una librería como esas en las que yo me formé cuando era pibe, con libreros que te recomendaban qué leer y te daban Rulfo, Onetti, Saer. A medida que fue pasando el tiempo, lo pude lograr», cuenta Patricio Rago, propietario de Librería Aristipo y director del primer festival del libro usado que tendrá lugar en Plataforma Nave, Buenos Aires, el 5 y 6 de noviembre: la FLU. La «F» inicial, advierte, no es de «feria», sino de «fiesta»: «Queremos dejar en claro que la lectura no es algo snob, para pocos, sino que es algo divertido, un encuentro», agrega.
Al principio Rago vendía desde su casa, con un catálogo que mandaba por mail mes a mes, pero hace unos años decidió abrir un local. «Pude tener más del doble de libros, hubo un gran crecimiento. Y la gente podía venir a mirar. Se fue convirtiendo en un lugar de encuentro, que es lo que a mí me interesa de la librería», explica rodeado de unos 10.000 volúmenes repartidos en bibliotecas blancas. Lejos de tratarlos como bienes de segunda mano, Rago los entroniza con recomendaciones personalizadas, acciones en las redes sociales y hasta un mostrador de destacados que renueva semana a semana.
La conversación se ve constantemente interrumpida por clientes que vienen a buscar pedidos: muchos de ellos están reservados y el intercambio es breve, concreto, pero otro tanto deambula entre los anaqueles y, cada tanto, hace alguna pregunta. «Tengo reservado uno de Abelardo Castillo, Ser escritor», dice un hombre de unos treinta años, que paga y se lleva su tesoro. «El lector de libro usado tiene un vínculo con el libro muy fuerte, porque es probable que le haya costado encontrarlo. Tiene algo de buscador de joyitas», dice Rago. La clientela es exigente y sabe muy bien lo que busca, e incluso cuando no persigue nada en particular, el gusto que ostenta discute la cultura de consumo y la fiebre de novedades que en librerías comerciales provoca problemas de almacenamiento y en los grandes sellos la necesidad de saldar constantemente libros que salieron de imprenta, en ocasiones, hace apenas un año.
Aventuras literarias
Un libro usado, mientras tanto, puede valer un tercio de lo que vale en vidriera uno nuevo. Y a veces menos. «Pero además se consiguen otras cosas. Hay traducciones viejas mejores que las nuevas, hay libros descatalogados, hay ediciones limitadas rarísimas de ver. En las librerías comunes y corrientes siempre te vas a encontrar, más o menos, con los mismos títulos. Mientras tanto, es probable que cada librería de usados tenga libros que no hay en ningún otro lugar», señala. Además de librero, Rago es escritor. Su ópera prima se llama Ejemplares únicos y son, precisamente, las crónicas de un vendedor de libros usados.
Otro escritor porteño, Jorge Consiglio, lo acompañará en la FLU dando un taller de escritura. «No se trata solamente de que los libros usados son accesibles desde el punto de vista económico, me parece que hay otra razón que pesa más: esta especie de aventura de la búsqueda, la cuestión del hallazgo. Esa cuestión emocional se relaciona directamente con la literatura, porque cuando uno lee también avanza de hallazgo en hallazgo», dice el autor de Gramática de la sombra y Sodio, entre otros.
Premio Anna Seghers, el escritor Hernán Ronsino cuenta: «Yo me formé sentimentalmente en la lectura en las librerías de usados. Descubrí autores hurgando en sus estanterías, y esos autores se transformaron en fundamentales para mí». Y recuerda especialmente unas ediciones de Miguel Briante que encontró en los puestos del Parque Centenario, en Buenos Aires.
«Me fascina el tiempo no urgente, no comercial, que prevalece en las librerías de usados. La otra vida que tienen los libros más allá de la urgencia editorial», dice Ronsino. Él también es uno de los invitados a la FLU, que además de escritores y músicos con shows en vivo convocará a las mejores dieciséis librerías de usados de Buenos Aires con la consigna de mostrar los diamantes de sus estanterías. «Habrá libreros de oficio recomendando títulos que fueron seleccionados cuidadosamente», insiste Rago.
Una de las librerías convocadas, por ejemplo, es Nuestro arcón, al mando de Alejandra Giménez y Fernando Rivero. Comenzaron en ferias, como puesto itinerante, pero ahora están en un negocio del barrio de Palermo. «El libro usado tiene una mística, un romanticismo. Las librerías de usados tienen una magia que no tienen las librerías de cadenas, y un gran porcentaje de esa magia se debe a sus libreros», dice Giménez. «El valor agregado que tiene el libro que va de mano en mano es justamente ese, su circulación», agrega. Y subraya un dato de oro: los libros usados, muchas veces, provienen de los propios clientes.
Si bien la gran mayoría de los ejemplares que se encuentran en este tipo de negocios llega por la compra de lotes, bibliotecas particulares –por ejemplo, familiares de un lector fallecido que tienen que desalojar un domicilio o personas que tienen que deshacerse de objetos por mudanzas–, hay otro tanto que aparece por la modalidad del canje. «Muchos de nuestros lectores se llevan nuestros libros y después los vuelven a traer a la librería para llevarse otro», cuenta Giménez, y con eso cierra el círculo virtuoso de la lectura.