Cultura

Tocar a oscuras

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Con 65 años de trayectoria, el repertorio de esta orquesta única abarca desde Mozart a Piazzolla. Integrada por músicos no videntes, es una fuente de trabajo y dignidad.

En vivo Los vientos y la percusión de la agrupación durante una
presentación en el Centro Asturiano porteño.

El salón está repleto de músicos que afinan sus instrumentos al mismo tiempo. De pronto, el maestro José Luis Cladera golpea su batuta sobre el atril y todo queda en silencio. Tras unas indicaciones de rigor, la orquesta ejecuta una pieza («Petite suite») de Debussy. Y, si no fuera porque el conductor da unos pequeños golpecitos por aquí o lanza unos seseos por allá, podría creerse que se trata de una orquesta cualquiera. Pero no lo es.
La Banda Sinfónica Nacional de Ciegos Pascual Grisolía, que este año cumple 65 años de existencia, está integrada, como indica el nombre y puede comprobarse inmediatamente, por músicos no videntes. Por eso no hay partituras a la vista (salvo unas pocas correspondientes a reemplazos, como en el caso del primer corno) y algunos de los instrumentistas llevan anteojos oscuros.
Hace nueve meses que Cladera está al frente de esta orquesta, que cuenta con 63 miembros (de 25 a más de 70 años) y un repertorio de 250 obras, entre ellas, piezas clásicas, tango y música de películas. Y que comenzó a gestarse en 1939, cuando el maestro Pascual Grisolía se hizo cargo de la formación musical de un grupo de chicos de la Escuela Hogar Manuel Belgrano.
Algunos dicen que se trató de una iniciativa del entonces presidente del país, en plena década infame, Roberto M. Ortiz, quien se estaba quedando ciego por una diabetes. Otros sostienen que la presidenta del Patronato Nacional de Ciegos, María Adela Ayarragaray de Pereda, propuso la idea. Sea como fuere, la orquesta, que debutó oficialmente en 1947, ha sido desde entonces un aporte a la vida musical argentina y una salida laboral digna para personas con capacidades diferentes. Como artistas que son, estos músicos saben que, en el fondo, la música es un sentimiento que se vive y se transmite. Lo supo también Joaquín Rodrigo, autor del «Concierto de Aranjuez», la obra española más interpretada del mundo, que también era ciego. Por ello, verlos tocar piezas como «Libertango» de Astor Piazzolla, puede volverse (y, de hecho, se vuelve) una experiencia emocionante, aunque se trate de un ensayo.
«Ellos no pueden aprender por imitación, porque no ven una indicación visual. La ceguera les quita la lectura de la partitura en braille, porque tienen que tocar los instrumentos con las manos. Es una dificultad mayor: memorizan todo», explica Cladera, quien cuenta con una amplia trayectoria como instrumentista de música popular y jazz, y ha trabajado con no videntes en distintas oportunidades, desde que llegó a Buenos Aires, proveniente de Carlos Casares, hace 26 años.
Actualmente, sus planes para la banda, que depende de la Secretaría de Cultura de la Nación, son incorporar al repertorio obras de nuevas generaciones de compositores, refundar la escuela original de aspirantes (y armar un «semillero»), convocar a concursos de música original argentina, modernizar la tecnología con que cuentan y grabar discos. Algo que, increíblemente, nadie hizo en todos estos años.

—Francia Fernández

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