Cultura | LA SITUACIÓN DEL CINE ARGENTINO

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Juan Pablo Russo

En paralelo al Festival de Mar del Plata se desarrolló Fuera de Campo, un encuentro donde los referentes del sector alzaron su voz contra el ajuste del INCAA. Entre la parálisis y la resistencia.

Debate abierto. Los realizadores y el público intercambian impresiones sobre el escenario actual en Fuera de Campo.

Del 6 al 16 de noviembre, la 40ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata volvió a funcionar como vidriera institucional en un momento en el que el sistema de fomento cinematográfico opera con recursos recortados y actividad reducida. El eslogan oficial, «el renacer del esplendor», convive con un panorama en el que la producción se sostiene casi por inercia y el INCAA mantiene congeladas sus líneas de apoyo.

En ese escenario convivieron dos imágenes que no fueron equivalentes. De un lado, el festival sostenido por el Estado nacional y municipal, que buscó proyectar una escena de normalidad con menos recursos, menos actividades y una presencia casi nula en los medios ante la decisión de no invitar periodistas y críticos. Del otro, Fuera de Campo (ex Contracampo), convertido, en apenas dos ediciones, en un espacio de referencia del cine argentino contemporáneo. El encuentro también operó como respuesta directa al desfinanciamiento: programó películas recientes, llenó salas y abrió un debate sobre el rol del Estado en la cultura.

Esa distancia entre la imagen pública y la situación efectiva es la que atraviesa al INCAA desde el inicio del Gobierno de Javier Milei. En sus pasillos, el ruido de los rodajes quedó reducido a un eco cada vez más lejano. Los registros disponibles en la página oficial del organismo presidido por el economista Carlos Pirovano, quien al asumir declaró no «saber nada de cine», contabilizan 355 proyectos activos, aunque solo 20 corresponden al bienio 2024-2025, menos del 6% del total. El resto, incluso la mayoría de los vigentes, proviene de gestiones anteriores.

Los datos, que son de acceso público, establecen que los 8 largometrajes que corresponden al periodo 2024 lograron iniciar o concluir su rodaje gracias a fondos aprobados previamente, pero de los 12 del año en curso más de la mitad ni siquiera pudo comenzar la etapa de producción. La parálisis de nuevas convocatorias y la mínima ejecución presupuestaria del Fondo de Fomento explican el fenómeno.


El rol del Estado
Desde fines de 2023, el Fondo de Fomento Cinematográfico –financiado por impuestos al consumo audiovisual– ejecuta menos de la mitad de sus recursos. La actividad alcanzó niveles mínimos, con rodajes suspendidos, técnicos desvinculados y productoras al borde del cierre. De acuerdo con datos presentados por el entonces jefe de Gabinete, Guillermo Francos, ante la Cámara de Diputados, en lugar de destinar el Fondo al apoyo de la producción nacional, el INCAA mantiene parte de esos recursos invertidos en el sistema financiero mediante letras del Tesoro, bonos y plazos fijos.

Productora de El secreto de sus ojos y Elena sabe, entre otras, Vanessa Ragone describe el panorama con precisión: «Las estrategias que estamos desplegando pasan por intentar armar coproducciones nacionales o alguna internacional minoritaria, ver opciones de reembolsos en CABA, Córdoba, Mendoza y otras provincias si el proyecto lo amerita, y también presentar proyectos en diferentes etapas de producción a las plataformas para ver si les interesa sumarse de alguna manera». Esas alternativas, aclara, solo son viables para productores ya consolidados. «Para quienes quieren insertarse en la industria audiovisual, el panorama es más complejo aún», señala.

Según figura en el sitio web del INCAA, hasta el 13 de noviembre de 2025 se estrenaron en salas 205 películas argentinas, frente a las 235 de 2024. A primera vista, la cifra parece sostener la media anual de 200 estrenos, pero ninguna de ellas fue aprobada bajo la actual gestión. El presente del cine local, literalmente, se sostiene sobre decisiones del pasado.

Paradójicamente, mientras la producción se detiene, las películas argentinas siguen cosechando premios en los festivales más importantes del mundo. El mensaje, de Iván Fund, triunfó en la Berlinale; Las corrientes, de Milagros Mumenthaler, compitió en Toronto y San Sebastián; 27 noches, de Daniel Hendler, y Belén, de Dolores Fonzi, también llegaron a San Sebastián, y la segunda, además, fue seleccionada para el Oscar; Hijo mayor, de Cecilia Kang, fue premiada en Locarno; El príncipe de Nanawa, de Clarisa Navas, en Visions du Réel y Nuestra Tierra, de Lucrecia Martel, tuvo presencia en Venecia y Nueva York, por citar solo algunos ejemplos.

En taquilla, el golpe también es visible. El público del cine argentino cayó más del 70% en 2024 respecto del año anterior. En 2025 hubo un repunte gracias a Homo Argentum, protagonizada por Guillermo Francella, que superó el millón de espectadores en once días. Fue, sin embargo, una excepción.

En medio del apagón productivo, la serie de cortos de Cohn y Duprat fue celebrada por sectores oficialistas como el ejemplo de que se podía «triunfar sin depender del INCAA». El argumento, sin embargo, omite un dato clave: la película sí fue financiada con fondos públicos, solo que del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a través del programa BA Producción Internacional.

Mientras tanto, las realizaciones que dependían del apoyo del INCAA esperan pagos, concursos y convocatorias suspendidas. Como respuesta a ese vacío institucional surgió Fuera de Campo, creado en 2024 por realizadores, técnicos y críticos como gesto político, que se transformó en una caja de resonancia de la actividad. En su segunda edición, que se realizó del 6 al 11 de noviembre en el teatro Enrique Carreras de la ciudad balnearia, reunió más de 50 películas y se consolidó como espacio de encuentro y reflexión sobre el rol del Estado en la cultura.

Martín Farina, director de las premiadas Mujer nómade y El fulgor, es uno de los impulsores de Fuera de Campo y explica que su objetivo no es solo confrontar con la situación actual, sino revisar las fallas estructurales del sistema. «Durante años las políticas se centraron en la producción, pero no en la distribución ni en la preservación. Mientras no haya cuota de pantalla, ni cinemateca nacional, ni políticas de exhibición federal, el fomento seguirá siendo incompleto», señala.

Durante la apertura de la 40ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, el presidente de la Federación Internacional de Asociaciones de Productores de Cine (FIAPF), Luis Scalella, recordó en su discurso que el cine debe ser «una política de Estado». En contraste, el presidente del INCAA, Carlos Pirovano, aseguró ante una pregunta durante el mismo evento que las historias locales no desaparecerán porque «se están empezando a producir ficciones de 60 minutos en capítulos de un minuto para un reel». La frase, que podría pasar por un chiste si no fuera que fue dicha por un funcionario, ilustra el actual estado de cosas. Entre ambas visiones se define el rumbo de una industria que fue emblema de identidad cultural y hoy enfrenta el riesgo de disolverse en la lógica del mercado. La pregunta que atraviesa al sector es qué se define hoy como cine nacional en un contexto donde la producción se sostiene por inercia, los festivales funcionan como escenografía y los márgenes se convierten en el verdadero ámbito de la creación. En ese territorio, filmar sigue siendo un modo de mirar el país de frente, incluso cuando las políticas públicas se retraen y los intereses económicos intentan imponer su propia narrativa.

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