Cultura

Una especie de magia

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Mientras reparte su tiempo entre un papel protagónico en el teatro y su militancia al frente del gremio de los actores, recuerda cuáles fueron los motivos que la llevaron a abrazar su vocación.

 

(Jorge Aloy)

Una vez más, Alejandra Darín acepta el desafío de ser parte oficiante del ritual del teatro. En la obra Tierra del Fuego, del dramaturgo Mario Diament, esta vez asume el rol de una azafata israelí víctima de un atentado perpetrado por un militante palestino. A modo de síntesis de la pieza, señala que no hay tema más actual y más universal que explorar las complejidades de la paz, tarea ardua y resistida como pocas.
Comenzó a transitar los escenarios desde muy pequeña. Hija de actores, el mundo del teatro fue su segundo hogar. Y, como reflejo de su temprana vocación, dio sus primeros pasos en las tablas a una edad en la que el trabajo es asimilado al juego. «A los 9 años hice un casting para hacer una novela. Como protagonistas femeninas quedamos Leonor Manso y yo. La obra se llamaba La selva es mujer, iba por Canal 13 y estaba escrita por Delia González Márquez», cuenta.
Su carrera tuvo un momento de inflexión cuando, a los 23 años, hizo las valijas y se marchó a Barcelona. «Era un buen momento laboral para mí, pero viajé por motivos personales. Lejos de mi familia, podía preguntarme si actuar era algo genuino o lo hacía por una suerte de inercia familiar. Y en esos dos años que estuve allá comprobé muchas cosas que tenían que ver con mis gustos, con lo que yo quería, con mi mirada sobre el mundo». Su único capital eran 600 dólares; tuvo que trabajar en diversas actividades, menos en teatro. No duda, hoy, en afirmar que el sufrimiento que implicó no actuar y estar lejos de sus afectos representó un aprendizaje. Volvió con una «profunda certeza»: la de querer ser actriz.
Con toda su experiencia a cuestas, se niega a hacer una lista de sus maestros: sostiene con énfasis que no tiene ninguno, ya que está siempre aprendiendo. Todos los actores que conoció en su vida, en el espacio de un teatro o en el de su propio hogar, incluyendo, por supuesto, a sus padres, le legaron por vía del afecto el arte de la actuación. «Se aprende más de la gente que primero te abre el corazón y después la cabeza», afirma. Sólo para ilustrar, rememora vívidamente que tenía 4 años cuando fue al Teatro Odeón para acompañar a su madre, Reneé Roxana, que actuaba junto con Libertad Lamarque en la comedia Hello, Dolly.
De figura menuda, Darín se ubica en el sillón del gran escritorio de su oficina en la Asociación Argentina de Actores, de la que es presidenta. Sus manos gesticulan con expresividad. Su tono de voz suave, pero hondo y firme a la vez, se vuelve pasional cada vez que esboza definiciones. «Los personajes enseñan y llegan a tu vida en un momento determinado: es una especie de magia que existe entre los personajes y yo, como si vinieran a jugar conmigo, siempre dispuesta. La actuación es una de las mejores oportunidades de salir de la vida de uno, para tratar de ver las cosas desde la perspectiva de otro. Si estás atenta a ese cambio, eso te hace ineludiblemente mejor persona».
Su compromiso gremial parece más el fruto de la sensibilidad que de un planteo político partidario o una confrontación de fuerzas. Imprime un sello personal y original cuando se le apura una justificación. «Siempre traté de defender mi postura y ser honesta», señala. «A esto se suma que hay que considerar el momento histórico en el que vivimos: se están empezando a abrir otros canales que tienen que ver con la militancia de toda mi vida: la del amor. Lo mejor que puede pasarnos a los seres humanos es reírnos juntos, pasarla bien, disfrutar. La vida no tiene por qué ser lucha o conflicto. Y, para construir en esa línea, tenemos que trabajar para que los niños y los jóvenes crezcan en un mundo amoroso, donde se garanticen sus derechos a condiciones de vida dignas».
Lidera un gremio que, entre otras cosas, se caracteriza por la discontinuidad laboral, y cuyo principal reclamo actual es la aprobación de la llamada ley del Actor, relacionada especialmente con el régimen previsional. «Así tendríamos jubilación, y también vacaciones, aguinaldo. Nosotros no queremos leyes especiales, pero sí queremos los mismos derechos, porque tenemos las mismas obligaciones. Además, esto daría algún tipo de resguardo a nuestros mayores, porque muchas veces pasa que actores renombrados en su momento, con fama y reconocimiento, cuando envejecen suelen quedar relegados al olvido, poniendo en evidencia una falta de memoria que cruza a toda la sociedad».
En un momento de la charla, la llama el director de Tierra del Fuego, Daniel Marcove. Navegando entre dos aguas, Alejandra Darín vuelve a trasponer el espacio. En forma fluida y honesta, va desgranando las palabras que hallan firme respaldo en su experiencia. «El rito teatral me conmueve. Por un lado, hay un grupo de personas que dejan parte de su tiempo vital para contar la historia de otros. Y, por otro lado, por ese acto hay otras personas, desconocidas, que, por cierto, constituyen la mitad de ese hecho teatral y se dejan atravesar por esa historia: lloran, ríen y hasta pueden irse con alguna pregunta propia».

Marcela Fernández Vidal