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Gabriel Lerman/Desde Los Ángeles

La flamante ganadora del Óscar a la mejor actriz describe cómo fue ponerse en la piel de una nómade que rema contra la corriente del sueño americano.

Pachoud/AFP/Dachary

No muchos saben que Nomadland no es solo uno de los mejores trabajos de Frances McDormand como actriz, sino también el resultado del largo camino que recorrió como su productora, cuando adquirió los derechos del ensayo de Jessica Bruder sobre la gente mayor que en Estados Unidos prefiere recorrer el país buscando trabajo en sus autos y casas rodantes en lugar de gastar fortunas en alquileres e hipotecas. Ella fue también la que convocó a Chloe Zhao para que se pusiera al frente del proyecto, y aunque nunca se imaginó como la protagonista, aceptó la sugerencia de la directora nacida en China de convertirse en Fern. Que se llevara el Óscar a la Mejor Actriz fue una sorpresa después de las victorias de Andra Day (Los Estados Unidos contra Billie Holiday) en el Globo de Oro y de Viola Davis (La madre del blues) en el premio del sindicato de actores, pero ciertamente fue un reconocimiento merecido, lo mismo que la estatuilla dorada a la Mejor Película para Nomadland, buena muestra de que la esposa del cineasta Joel Coen es brillante en todo lo que hace.
–¿Por qué elegiste a Chloe Zao para que fuera la directora?
–Para mí, como productora, es muy importante que los directores con los que trabajo no sientan que han sido elegidos o que han sido contratados, no es lo que me interesa hacer. Vi The Rider cuando estuve en el Festival de Toronto y me quedé tremendamente impresionada con la directora que había hecho esa película. Me molestaba no saber nada sobre ella y quería ver qué otras cosas había dirigido. Y entonces me enteré de que no era una sorpresa para mucha gente que venía siguiendo su carrera. Creo que todo fue una gran coincidencia. El hecho de que yo hubiera visto The Rider en ese momento, que Peter Spears me hubiese mostrado el libro en el que se basa nuestra película, el hecho de que surgiese una oportunidad para colaborar con ella, todo se dio de manera natural. Por eso no hablaría de haber elegido a Chloe, sino más bien de haber coincidido con ella en un lugar, de haberla conocido, y de que ella hubiera visto la oportunidad de hacer un proyecto híbrido como el nuestro. Chloe nunca había trabajado antes con actores profesionales. Y lo que siempre habíamos sentido con Peter, mi socio en la producción, es que teníamos que construir un puente con Nomadland y sus proyectos anteriores, Songs My Brothers Taught Me, The Rider, y también con los que vendrían después, como Los eternos. Tengo que aclarar que yo no quería trabajar en una película como esta, no me interesaba ser la protagonista de Nomadland, no era la razón por la que quería producir. No estoy buscando proyectos para hacer avanzar mi carrera.
–¿Qué fue lo que te conectó con esta mujer que lo ha perdido todo?
–Afortunadamente no perdí a nadie muy cercano, con la excepción de mis padres que vivieron una vida muy intensa y feliz hasta que fueron muy mayores. Nunca me pasó algo similar a lo que vivió Fern, mi personaje, pero parte de mi trabajo es hacerte creer que sí lo viví. Creo que saber ejercer mi oficio es lograr que puedas confiar en mí, que te dejes llevar por un viaje emocional en el que yo te guío. Y con Chloe queríamos usar esa parte de la narración para transportar a la audiencia a un lugar en el que no habían estado antes, pero que no parece tan desconocido. Estas personas no son delirantes. Puede parecer que es así, porque llevan una vida muy estresante, poco convencional, pero tomaron esa decisión muy específicamente porque sentían que su Gobierno no los apoyaba. Todos tenemos la sensación de que a lo largo de los años vamos ganando y no perdiendo. Esta es una historia inventada pero que también está basada en la cantidad de años que llevo con mi esposo y lo que significaría para alguien como yo quedarse sola de repente, el horror y la libertad, la tristeza y la alegría de tener que depender de mí misma.

En el camino. La protagonista de Nomadland cuenta que gracias a este trabajo comprendió lo poco que se necesita para vivir con dignidad. (Prensa)

–Nomadland relativiza el tema de las posesiones y demuestra que uno puede vivir con poco y nada.
–Así es. Todo es muy fortuito y también lo fue la forma en la que nos conocimos y terminamos haciendo esta película, cómo esta gente nos invitó a compartir sus vidas. Es interesante que esta sea la historia que podemos compartir en este momento en que todos tenemos mucho más tiempo para nosotros y vivimos alejados de los demás, metidos en nuestras casas. Una de las cosas que estuve haciendo como una rutina mensual desde marzo del año pasado es limpiar mis armarios, mis cajones y mi despensa. De todos modos, con mi familia siempre tratamos de evitar los lujos: vivimos en un departamento de apenas 100 metros cuadrados. Eso ayudó a no acumular cosas que no necesitamos, pero cuando comencé a imaginar cómo es vivir en una furgoneta y empecé a encontrarme con gente que vive en un Toyota Prius, todo adquirió otra dimensión. Una de las personas más extraordinarias que conocí en esta aventura cinematográfica fue Dave, que vive en un auto pequeñito y que logró que su interior sea uno de los espacios de vivienda más elegantes que conozco. Y eso me sirvió para darme cuenta de lo poco que verdaderamente necesitamos para sobrevivir. A partir de esta película pude reflexionar sobre cómo nos manipula el sistema capitalista, que siempre nos lleva a querer tener un poco más. Querer menos puede asustar a la gente, pero es algo que estamos aprendiendo a valorar.
–Mucha gente puede pensar que los nómades son gente que perdió su casa y que no eligió vivir de esa manera.
–Es cierto, por eso es importante aclarar que la gente que conocemos en Nomadland no son vagabundos, no tienen casa porque es su elección. Hay una situación complicada en Estados Unidos, que tiene que ver con la gente que no tiene dónde vivir, pero eso no incluye a este grupo. Es importante entender la diferencia, porque no es que los nómades se quedaron sin casa y están obligados a vivir así. Ellos eligieron tener el control de sus vidas y una de las formas de hacerlo es no usar la plata que ganaron trabajando duramente para pagar un alquiler o una hipoteca. Es algo que detallamos muy bien en nuestro film, mostrando gente que no es que fue arrojada a la calle. En nuestra sociedad contemporánea tenemos un gran problema, porque no sabemos qué hacer con aquellos que cada vez viven más. Antes había un lugar reservado para los ancianos en la comunidad, y eso ha dejado de existir. Una de las cosas más interesantes de nuestra película es que mostramos a un grupo de ancianos que siempre han querido trabajar y lo han hecho durante todas sus vidas. Y que a esa edad eligen seguir haciéndolo en estos empleos para migrantes. A ellos no les interesa dormir en el sofá de sus hijos, ni gastarse toda la plata en pagar el alquiler y los servicios, por lo que optan por salir a recorrer el país. Hay una resistencia a prueba de todo en el espíritu norteamericano, que es verdaderamente evidente en el film.
–¿De qué manera impactó en tu vida personal el rodaje de esta película?
–Una de las cosas que más me gratifican de tener 63 años y de haber hecho este trabajo durante los últimos 40 es que aprendí a establecer una empatía con la audiencia. El trabajo del actor consiste en cosechar elementos de su propia vida emocional y psicológica para construir un personaje, pero a la vez uno tiene que aprender a crear esa vida alternativa en el set y que no se te mezcle con tu historia personal. Yo aprendí muy temprano en mi carrera que no quería enloquecer. No quería ser uno de esos actores que no pueden separar la fantasía de la realidad. Yo sé cómo aparentar y es algo que puedo hacer muy bien. Aprendí a separar las cosas mientras estudiaba en Yale. No es algo que te enseñen en la universidad, pero yo tenía que tener mi vida personal y a la vez practicaba para convertirme en actriz. Por otro lado, soy muy afortunada de vivir con alguien que entiende el impacto emocional que tiene mi trabajo. No sé si Joel entiende muy bien cómo lo hago, pero sabe cómo funciona un rodaje y por eso me deja el espacio para que pueda irme a hacer mi labor sin que interfiera en nuestra vida personal.
–A lo largo de tu carrera interpretaste a varias mujeres fuertes de orígen rural. ¿Qué es lo que te conecta tanto con ellas?
–Yo vengo de la clase trabajadora. Mi familia vivió en areas rurales o en pequeñas ciudades industriales y, finalmente, en un pueblo siderúrgico cerca de Pittsburgh, en Pensilvania. Por lo tanto suelo intepretar a la gente que conozco y a las mujeres que me criaron, pero eso va a cambiar pronto. Estoy estudiando muchos idiomas, y también puedo hacer de muda en películas extranjeras.

Pachoud/AFP/Dachary

–Estoy seguro de que Pedro Almodóvar podría incluirte haciendo de muda en una de sus películas.
–Le escribí muchas, muchas veces, arrodillándome ante él. Me encantaría tener la oportunidad de que contemos juntos una historia.
–¿Qué clase de trabajos tuviste que hacer en tus inicios como actriz?
–Empecé a trabajar cuando tenía 15 años. Lavé platos en restaurantes como muchos chicos de mi edad, cuidé niños y, cuando estuve en la universidad, trabajé en la cafetería. En el conservatorio lo hice construyendo escenografías y en el departamento de vestuario. En los veranos fui gerente en una lavandería, me ocupaba del servicio de planchado y doblado de la ropa. Cada vez que me mudaba para ir a una escuela de graduados vendía algunas de mis cosas en la calle para juntar plata para mudarme a mi próximo departamento. Recuerdo que una vez tuve que vender una flauta que quería mucho y me dio mucha pena. Se lo conté a Chloe y ella me consiguió una flauta para la película. Esa es la razón por la que Fern toca la flauta, porque ella quería ver si me acordaba de cómo se tocaba. Para cuando me gradué del conservatorio tenía tres empleos. Trabajaba como cajera en un restaurante de Nueva York. También hacía procesamiento de textos y respondía el correo de los fans de AC/DC. Y todo eso me ayudaba para poder mantenerme mientras buscaba suerte como actriz.
–¿Para ser Frances McDormand hace falta tener un título de Yale?
–Es una buena pregunta. No diría que no hacía falta estudiar allí. En los hechos, creo que me asesoraron muy bien. Fui a una universidad muy pequeña dedicada a las artes en West Virginia, en donde estudié teatro. Mi gran sueño era irme a Nueva York y convertirme en integrante de una troupe teatral. Pero mis profesores me sugirieron con mucha inteligencia que continuara con mi educación universitaria antes de probar suerte en Nueva York. Hoy sé que si me hubiera ido directamente, no habría sobrevivido. Yo era muy inocente, no tenía suficiente experiencia en el mundo. Lo mejor que tuvo el programa de graduados en Yale es que me dio más tiempo para estudiar el oficio, pero también me enseñó a ganarme la vida. Tuve que mantenerme como una adulta joven en New Haven. Encontré un lugar donde vivir, me preparaba mis propias comidas. Fue tan importante la experiencia de vida como el entrenamiento teatral. New Haven no era un lugar fácil para vivir: se notaba mucho la diferencia entre la élite que estudiaba en Yale y la clase trabajadora de la ciudad. Debo admitir que pagué por esas clases en Yale durante muchos años. Por eso espero que una de las cosas que haga nuestro nuevo presidente sea perdonar la deuda universitaria que tiene tanta gente en Estados Unidos.

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