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Vidas dibujadas

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El humorista gráfico, hijo del recordado Caloi, es considerado uno de los mejores de su generación. Además de la historieta, también vuelca su inquietud artística en la animación, la poesía y hasta el tango.

Vocación. Tute dice que desde que tuvo uso de razón supo que iba a dedicarse al dibujo, una suerte de herencia familiar. (Jorge Aloy)

Los proyectos van avanzando cada uno a su ritmo y yo le voy poniendo pilas primero a uno, luego a otro, los empujo un poco», explica Tute con sencillez. Claro que los proyectos de los que habla están lejos de ser simples: lleva la tira diaria Batu en el diario La Nación; este año comenzaron a emitirse cortos animados de ese personaje en el canal Paka Paka; publicó El amor es un perro verde a través de la editorial Orsai; y, como para redondear dos décadas dedicadas al humor gráfico, pretende sacar un disco con canciones propias. Que tampoco será el primero, pues no sólo hizo la tapa a algún disco del cantor Hernán Lucero, sino que también aportó letras a muchos de sus tangos. Además, tiene tres libros de poemas publicados e innumerables chistes sobre el amor, el psicoanálisis y la vida.
«Desde que tengo uso de razón y memoria, tengo recuerdos míos dibujando o compartiendo mesa con dibujantes», cuenta Tute. Para eso él la tenía fácil: su papá era Caloi y las tertulias con amigos y colegas implicaban a tipos de la talla de Quino o Fontanarrosa. «Desde pibe tuve la absoluta certeza de que iba a ser dibujante, obviamente porque lo veía a mi viejo hacerlo, y con éxito. Además, estaba el reconocimiento de la gente, los muñequitos, los chocolates con Clemente: eso era maravilloso». No le cuesta mucho sonreír al evocar la tarde en que Carozo y Narizota visitaron su casa para compartir la merienda con su padre. «Estaban todos los pibes del barrio trepados a los portones, como en una cancha, pero con guardapolvos blancos», describe. La anécdota, considera, resume el significado que tuvieron para él aquellos años.
La transición profesional iba a llegarle mucho después y tras sus primeras dudas. «El chiste es un asunto que no tiene nada que ver con el dibujo», sentencia el autor. «Cuando era adolescente dudaba sobre si estaba capacitado para ser humorista gráfico», confía. Entonces, revela, se volcó casi obsesivamente a pensar chistes. «Y salieron: algunas ideas eran torpes, otras no tanto». Hizo diseño gráfico y pronto se inscribió en la escuela de Carlos Garaycochea, otro referente indiscutido del sector. Luego vino su trabajo en la revista de los bancarios, donde su padre le dio una mano para entrar. «Él no quería hacerlo, pero la propuesta era de un amigo suyo, así que le dijo que agarraba si lo hacíamos juntos. Pero se fue de viaje a Europa y, cuando llamaron para pedir el dibujo, no lo tenía a él para pelotear la idea. Así que lo hice solo y nunca más preguntaron por él», relata. Terminó «completando el mango» ocupándose también de la diagramación de la revista. Era 1993, quizás 1994 y –eso sí lo recuerda clarito– ganaba 600 pesos. Más tarde iban a llegar sus trabajos para La Prensa, La Nación Revista y luego la contratapa de «Espectáculos» del diario.
Hay temas que se le aparecen con frecuencia. El barrio (fruto de su crianza en el sur del conurbano bonaerense), el amor, la pareja, el psicoanálisis y cierta veta poética. «Tuterapia, que estaba centrado en el psicoanálisis, sumó un montón de otras cuestiones, porque si circunscribía el libro al laburo de consultorio, se volvía muy monótono, una cosa muy pobre», considera. «Se repetían mecanismos, entonces decidí agregarle todo lo que uno lleva a terapia: páginas sobre la vida, la soledad. Así se hizo un libro mucho más rico, más interesante para mí, y creo que también para el lector».
Entre sus principales influencias, destaca particularmente la poesía. Le dedicó tres libros, entre 1998 y 2000. «Desde adolescente me atrajo muchísimo, por el poder de síntesis y de impacto de la palabra», afirma. Llegó a ella de la mano de Jorge Luis Borges y, asegura, allí radicó su suerte. «Leerlo era leer a diez millones de tipos, porque todas sus citas son cultas, toda su literatura es generosa: te convida autores e historias. Y, si sos un poco inquieto, no te quedás con la duda, sino que vas a ver quiénes eran». Luego se sumaron el cine, la música y otras disciplinas. «Cuando laburás, te nutrís de las herramientas que tengas; pocas o muchas, las usás a todas». Por esa vía llegaron el tango, el radioteatro y las canciones. «Como no soy músico, tengo un amigo al que le tarareo la melodía y él la transcribe y hace los arreglos», confiesa.
Aunque es una figura reconocida en el medio y muchos lo consideran uno de los mejores humoristas gráficos del momento, en su voz sigue presente el recuerdo de su viejo, a quien aún nombra en presente. Durante el último año se sumó a varios aplausos a su figura. «Me parece que cada homenaje es un acto de justicia, que como a todos los grandes artistas nacionales y populares, hay que celebrarlo para que quede en la memoria». Su padre fue central para promover la animación de autor en Argentina y uno de sus hermanos siguió esos pasos. De hecho, Tute produce con él los micros de Batu para Paka Paka. «Si el humor gráfico es darles vida a las ideas, esto es darles todavía más vida a esas mismas ideas: se mueven, hablan, ¡es el súmmum total!».

Andrés Valenzuela

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