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Viñetas argentinas

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Una antología de autores locales con historias fantásticas y tradicionales revitaliza el género. Lo nuevo, lo viejo y las creativas formas de circulación.

 

Aprincipios de los 90 la historieta argentina estaba en un período de crisis. Había perdido su público tradicional sin ganar nuevos lectores. Los artistas consagrados producían para EE.UU. y Europa, donde se concentraba la industria editorial, los emergentes buscaban oportunidades en otros medios y el cómic pareció convertirse en un objeto de culto cada vez más alejado de la difusión masiva. El cierre de la revista Fierro, en 1992, simbolizó el final de una etapa.
Pero la crisis fue también el punto de partida de nuevas formas de producción –a través de Internet, y secundariamente, en contacto con la animación, la pintura y el diseño gráfico– y de la apertura de canales de circulación –los festivales, el boom de las editoriales alternativas y los fanzines– que revitalizaron al género. La antología Informe. Historieta argentina del siglo XXI permite visualizar ese panorama a través de la selección de 20 creadores nacidos entre 1976 y 1992, «la primera generación de historietistas que empezaron a producir y a publicar con acceso a la tecnología digital», según destaca José Sainz, su editor.

Publicado por la Editorial Municipal de Rosario, el libro resultó de una especie de encuesta entre editores, periodistas, guionistas y dibujantes, y fue presentado en la última edición del festival Crack Bang Boom. Parte del material se encontraba inédito o había sido publicado solo en la Web. A primera vista, la principal coincidencia entre los autores es la edad, mientras que las propuestas estéticas se extienden en un arco muy amplio, desde Patrones, donde Berliac (Buenos Aires, 1982) fusiona aspectos de la historieta clásica con el manga, al experimentalismo de Una casa no es un hogar, de Pablo Boffeli (Santa Fe, 1982), y desde la impactante historia familiar que Natalia Lombardo (Buenos Aires, 1985) presenta en Inválido, al concepto más poético de Mi segundo trabajo, de María Luque (Rosario, 1983).
Pablo Guaymasi (Córdoba, 1992), cuyo libro, Extraño en el paraíso, cuenta la historia de un extraterrestre en una villa cordobesa, señala influencias compartidas del underground norteamericano y los cómics alternativos. «Hay cierto aire indie impreso en los trazos de casi todos, pero en general ningún estilo se asemeja al de otro. Informe les permite descubrir, a los lectores, autores que jamás hubiesen leído de otra forma», dice.
Para Natalia Lombardo, creadora del sello Cocolin Press, «cada autor muestra un mundo diferente» y la novedad está en relación con los medios de producción: «los blogs, Facebook, tener tu propia página web, todas esas herramientas facilitan el trabajo de un historietista independiente».

 

Pasado y presente
Las coincidencias pasan también por la mirada crítica hacia el pasado y las búsquedas de renovación. «Los tiempos cambian, y aquello que interesaba hace 20 años, no es lo mismo que interesa hoy. Para que la historieta crezca se tiene que adaptar, tiene que responder a lo que sucede actualmente, esa es la única manera de atraer al público», subraya Lombardo.
Por otra parte, la relación con el mercado editorial sigue siendo problemática. «Gracias al todopoderoso Internet hemos podido dar pasos gigantescos. Autores y editores se han formado y trabajan a la par del resto del mundo. Eso genera por un lado interés y recuperación de lectores que se habían perdido, y por el otro nuevos lectores», dice Guaymasi, consciente a la vez de que «se está produciendo mucho, aunque esa cantidad no se traduce siempre en obras de calidad».

Organizador del Festival Impresentable, que se realiza anualmente en Córdoba, Guaymasi considera que «los cabecillas del nuevo resurgir de la historieta argentina son en su mayoría pequeñas editoriales y autogestores, y si bien eso me parece genial, también nos debemos una autocrítica y comenzar a trabajar en producciones más interesantes». Los encuentros de historietistas ocupan un lugar central en la producción actual: «Son parada obligada para los editores, ahí es donde se nota si valieron la pena o no el gasto y el trabajo que requiere una publicación nueva; los eventos más grandes, como  Crack Bang Boom o Comicópolis, llevan tanta gente que es casi estúpido no ir con una publicación bajo el brazo», afirma el autor cordobés.
El cómic argentino del siglo XXI trae «historias más personales», plantea Lombardo, como se aprecia en Mi disfraz, de la artista y performer Effymia (Israel, 1988 – Buenos Aires, 2014) o en la perturbadora extrañeza de El túnel, de Pedro Mancini (Ituzaingó, 1983). Y en aportes que llegan desde más allá del género: «Muchas cosas me inspiran, desde esculturas e ilustraciones a cuentos. Mi referencia es una mezcla de todo eso que me impactó desde la infancia y dio a luz lo que soy. También me gustan mucho el arte y el diseño gráfico. No me gusta cerrarme en una cosa».
Los autores jóvenes vienen también con un reclamo: «Hay que dejarle lugar a lo nuevo», dice Lombardo. Informe es un registro de las muy diversas direcciones que asume esa idea.

Osvaldo Aguirre

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