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Los versos son el epicentro de un circuito de recitales y festivales en constante expansión. Entre las editoriales independientes y las redes sociales, una nueva generación de poetas toma la palabra.

 

Oyentes y performance. Los ciclos de lecturas se multiplicaron en ciudades como Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Bahía Blanca. (Facundo Nívolo)

Recitales, festivales, talleres, fanzines, revistas, redes sociales, editoriales independientes, digitales y artesanales: son sólo algunos de los múltiples soportes que aprovecha la poesía argentina contemporánea, un conjunto bullente en el que se destacan la diversidad y la acción cooperativa de sus actores.
«Cuando pienso en el presente de la poesía argentina, no aparecen estéticas ni estilos que permitan ser recortados a partir de ciertos rasgos comunes», explica el poeta y crítico Matías Moscardi. Lo que sí se comparte, en cambio, es «la forma de circulación, la socialización particular de los textos poéticos. Muchas veces encontramos menos rasgos comunes entre las poéticas que afinidades entre los poetas. Y el fortalecimiento de esas afinidades genera amistad, es decir, tolerancia». Moscardi es uno de los organizadores del Festival de Poesía, De acá, que se realiza en Mar del Plata desde 2007: «Invitamos a poetas de todas partes del país, de distintas generaciones, de diferentes edades y de poéticas muy distantes entre sí», apunta.
En la misma localidad balnearia se realiza el ciclo La prosa mutante, «donde gente joven lee sus textos todas las semanas, mezclados con música, improvisaciones e intervenciones bizarras», cuenta Moscardi. Rosario, Córdoba y Bahía Blanca son otras de las ciudades con «alta actividad poética». Buenos Aires no se queda atrás, también se suma al fenómeno. Decenas de recitales ocupan su abultada agenda cultural. Por caso, desde 2009, se realiza Mandinga. Lara Segade, una de sus organizadoras, comenta que «se fue convirtiendo en un evento social donde la gente se encuentra. Descubren escritores y después los siguen, buscan sus libros, los van a escuchar a otros lados».
Otro de los proyectos surgidos en las calles porteñas es Máquina de lavar, un colectivo literario de mujeres originado en un taller coordinado por Marina Mariasch. «Nos interesa la heterogeneidad: tenemos distintos recorridos, distintas edades y búsquedas. Nos preocupa no aplastar esas subjetividades y conservarlas en el poema final. Para eso hay que dejar a un costado los egos», afirma Mariasch. En la reunión de sus diferencias, producen versos que encastran y revisan conjuntamente.
Además del número ascendente de ciclos de poesía, las ferias y los festivales se han multiplicado desde comienzos del 2000. «Las ferias han crecido en los últimos años y son una buena red para ubicar la poesía, las nuevas editoriales o las que no llegan a las librerías más o menos extensamente», señala Ana Porrúa, autora de Caligrafía tonal: ensayos sobre poesía. «Lo que se ha agregado es una convivencia de distintas prácticas, que van desde la música y la poesía a la plástica, pasando por el grafiti, el teatro e, incluso, la comida, como sucede en el Festín Mutante de La Plata. Este es un fenómeno interesante que plantea una innovación y una necesidad de mirar y leer de otro modo».
«El movimiento de las ferias permite la circulación de textos alternativos, los mismos que las librerías convencionales expulsan», completa el poeta José Villa. Para el equipo de Embalse de poesía, espacio de formación alternativa que acaba de crearse («un proyecto moldeable a la vez que cooperativo»), el año 2001 determinó «el comienzo de una nueva etapa en el campo de la poesía».

 

La huella de los 90
Con la recuperación de la democracia, comenzaron a emerger distintos núcleos de trabajo que revitalizaron el campo. «A principios de los 80 empieza a haber un movimiento cultural de publicaciones. El flujo era mucho más lento; lo que sí había era fervor y ganas de hacer cosas. En estas cavilaciones y trabajos nos encontraron los 90, la década en que apareció Internet, dinamizador fundamental» repasa Gustavo López, de la bahiense Vox, editorial que, después de publicar 150 libros, programa finalizar su catálogo impreso para convertirse exclusivamente en un proyecto digital.
En esos años, según expone, «otros pequeños proyectos empezaban a agitar también: Belleza y Felicidad, Siesta, Del Diego, más tarde Gog y Magog. Y Eloísa Cartonera, una idea genial que se replicó en todo el mundo. Las editoriales hicieron un trabajo de contención de una enorme cantidad de voces que se empezaron a movilizar desde todos los puntos del país. Se empezó a producir una literatura que no era la que se venía haciendo, que comenzó a interesar a las librerías y a diversificar el circuito de lectores».
Villa, quien formó parte de Del Diego –continuación del proyecto de la revista 18 Whiskys–, cuenta: «Del Diego me sirvió para salir un poco del ensimismamiento en que me encontraba; rápidamente entramos en contacto con los emergentes de finales de los 90 y el encuentro fue muy productivo». Mariasch, que fundó por entonces Siesta (donde se publicaron unos cincuenta títulos), agrega: «En ese momento no había mil lecturas como hay ahora. Además, lo que pasaba era que escuchabas los poemas, pero después no podías leerlos en papel».
Hacia el presente, López identifica algunos puentes, «sobre todo la recepción y la transición hacia las nuevas generaciones. Hay una dinámica abierta, prácticamente sin conflictos. Aceptando y sumando la experiencia, sin parricidios». A su turno, Moscardi enfatiza que «en estos últimos años no hubo cambios significativos en la circulación de la poesía, sino continuidad e intensificación de las líneas de edición independiente que se inauguraron en los 90, que aportaron, además de textos valiosos, un modelo de producción y organización completamente original, con la extraña capacidad de esquivar los tackles de la economía».

 

Convivencia feliz
Mientras que nuevos y generosos soportes entran en escena, el papel se mantiene como medio de transporte de las obras. Cristian De Nápoli, poeta y organizador del porteño festival Salida al mar, explica: «Tenemos, por un lado, editoriales grandes, y éstas publican poesía de manera excepcional. Luego están las editoriales medianas, como Adriana Hidalgo, que es la única de su porte con un ritmo estable de publicación de poesía. Lo que sigue son las medianas-chicas: Gog y Magog, Mansalva, Bajo la luna, entre otras. Finalmente, están las editoriales chicas, y acá hay una enorme diversidad no sólo de propuestas y formatos, sino también algunas que sólo publican para leer en computadora; varias, claro, operan en ambos campos, digital e impreso. Muchos sellos chicos hacen un trabajo que, en conjunto, es formidable y que le da a la edición de poesía en Argentina un carácter singular, muy distinto de lo que pasa en otros países».
Para Daiana Henderson, joven revelación del Festival de Poesía de Rosario, resultan de «gran inspiración las editoriales que se encuentran un poco desparramadas, que nacen en puntos del mapa un poco más vírgenes en cuanto a publicación, como Diatriba, de Santa Fe; Iván Rosado y Tropofonía, de Rosario; Neutrinos, de La Paz, Entre Ríos y Gigante, de Paraná». El poeta Alfredo Jaramillo agrega a esa lista las editoras Stanton, Tammy Metzler y Determinado Rumor.
«Por más poesía que aparezca en Internet, el libro sigue siendo el lugar deseado», advierte la ensayista Porrúa, quien además es editora, junto con Osvaldo Aguirre, de Bazar Americano, uno de los más completos emprendimientos literarios digitales, a cuya lista se acaba de sumar Poesíaargentina.com, editada por José Villa. «Entre nuestros principales objetivos está el de reunir una cantidad de información adecuada como para dar cuenta del crecimiento que ha tenido la poesía en todo el país», dice Villa.
«Estamos desarrollando una enciclopedia, además de una revista con poesía, pero también con mucha crítica, como para que las cosas no queden sólo en la publicación, que en Internet es un paso muy sencillo», agrega. «Eso significa comprometerse a ofrecer al lector algo fácilmente legible y utilizable desde diferentes plataformas. Intentamos recuperar algunos textos que son inconseguibles porque están agotados, reeditándolos en ebooks de descarga gratuita. Además, estamos tratando de recopilar material de video y sonido que permanece disperso. Exploramos posibilidades estéticas y de información, y tratamos de que la navegación del sitio también sea un espacio creativo basado en la libertad. La poesía argentina sigue en un momento de expansión, y la Web es un buen medio para acompañar».
«Encuentro poesía en lugares tan distintos como Facebook, Twitter, revistas online, libros impresos y digitales: cada formato moldea sus propias condiciones de escritura. Si voy a sacar una publicación electrónica para que un pibe me lea en su smartphone, trataré de darle algo que se acomode a esa pantalla», completa Jaramillo. «Internet modificó y sigue modificando los modos de leer y escribir», advierte Moscardi.

 

El presente del futuro
«Publicar un libro de poesía no es tan complicado ahora como lo era antes», sostiene el poeta Osvaldo Bossi. «Esto es bueno y es malo, como casi todo», agrega. «Es bueno, porque los poetas no tienen que andar mendigando por las editoriales una chance de publicación. Y es malo, porque al depender sólo del autor la publicación de su libro, es necesario tener bien aceitada la mirada crítica».
«La proliferación de las publicaciones independientes es súper bienvenida, tanto las virtuales como en papel», celebra Mariasch. «Está buenísimo que haya más espacios donde publicar, más circulación de textos. Es genial que todos los días surja una revista, un aporte nuevo, que haya más espacio».
También para López, el editor de Vox, el escenario es auspicioso: «El campo cultural de la poesía está fuertísimo, hay una cantidad impresionante de editoriales. Veo ahora el panorama de comienzos de los 90, pero multiplicado por diez. Creo que la poesía es una disciplina magnífica para esta época. Un buen lector de poesía es un ojo entrenado para leer muchas otras cosas: desde un noticiero hasta un discurso político».

Valeria Tentoni

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