25 de abril de 2014
Acaba de publicar un libro de visitas a cementerios de todo el mundo, junto con la reedición de su primera novela. El terror es, para la escritora, un modo de mirar el mundo.
La primera novela de Mariana Enríquez, Bajar es lo peor (que se publicó cuando tenía apenas 21 años) acaba de reeditarse junto con la salida de Alguien camina sobre tu tumba, sus crónicas de viajes a cementerios. «La escritora más joven de Argentina»: así la presentaban en la radio, en el programa de televisión de Chiche Gelblung o en el de Lía Salgado, hacia 1995. Pero ella «no se la creyó». Nació en Lanús y creció en La Plata. «De esas noches gastadas y tóxicas de principios de los 90», en las que viajaba hacia Capital para ir a recitales en Cemento, también está hecho su primer libro. Empezó a redactarlo cuando estaba terminando el secundario. «Escribo para desalojar gente de mi cabeza. Están ahí, algo tengo que hacer con ellos. Tienen diálogos, vida propia. No se termina nunca, porque vienen otros, pero es una manera de no acumular», cuenta.
A diferencia de casi todos los autores, que se inician ejercitando la poesía o el cuento, Enríquez se lanzó directamente a la novela. «Las cosas que leía de chica eran bastante extensas; desde Cumbres borrascosas hasta La historia interminable, de Michael Ende», apunta. Su mamá, médica, le recitaba poemas de Baudelaire o Rubén Darío. Su papá, ingeniero, tenía una gran biblioteca. De ahí tomaba, aleatoriamente, desde Sófocles hasta Dickens. «En esa época, Sobre héroes y tumbas, de Sabato, que me parece muy gótico, fue importante para mí. Aparece el amor romántico muy exaltado: mi primera novela tuvo mucho diálogo con eso». Su papá también tenía una máquina de escribir: a fines de los 80, ella decidió usarla para construir una historia de sexo y noche, protagonizada por una joven aristocracia del sufrimiento. «Era una “freakeada”, porque era una novela de drogas y de gays, escrita por una persona muy chica. Había una minoría de lectores increíblemente intensa alrededor de ella», cuenta. Hasta llegó a recibir cartas de fans. «Muchas y muy febriles», describe.
Cómo desaparecer completamente, su segunda novela, salió 10 años después. «Sentía que me faltaban muchas lecturas. Para escribir, así como estaba, no era suficiente», confiesa. Decidida a contar lo siniestro, lo perturbador, «lo repugnante como modo de atracción morbosa, la atracción por lo bello y por lo horrible», siguió escribiendo relatos y una nouvelle. Son las cosas que ella misma disfruta como lectora. «Empecé leyendo Poe, Lovecraft, Stephen King, libros como Otra vuelta de tuerca, de Henry James, Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Me gusta leer cosas intensas, que me comprometan físicamente en algún sentido. Terminar un libro y estar totalmente sugestionada».
El terror, para Enríquez, tiene que ver con una manera de mirar. «La gente ve un carrito de bebé vacío y no piensa nada. Yo sí», dice. En ese sentido, encuentra una influencia de Silvina Ocampo, quien será la primera de una lista que mencionará: Flannery O’Connor, Carson McCullers, J.K. Rowling, Sylvia Plath, las hermanas Brontë. «A lo mejor no son mis influencias primeras, pero sí hay una complicidad muy importante. El cuerpo de la mujer es un cuerpo muchísimo más descontrolado que el de los hombres, pero al que se le exige mucho más control. En esa tensión hay algo que termina siendo muy oscuro. Yo no sé si un hombre podría haber escrito Frankenstein, por ejemplo». «Me entusiasmo mucho, voy de una cosa a la otra, soy muy curiosa. En general no tengo plan para escribir», advierte. Una constante en sus historias son los personajes adolescentes. «Me parece una edad súper literaria. Apasionada, profunda, exagerada. Muy extrema, en algunos sentidos. De experimentación, en la que lo estético es muy importante, para bien o para mal. En la que las devociones son importantes. Es un momento de transición de la vida, pero todo es absolutamente definitivo al mismo tiempo», explica. Entre las lecturas que la marcaron en su adolescencia, menciona a «Circe», el relato de Julio Cortázar: «Me impresionó que situaba una historia de terror, con una referencia a un mito clásico, en un barrio suburbano». También a Alejandra Pizarnik: «Ahora hay una cierta intelligentsia que los desprecia, pero los dos tienen una cosa muy ingenua, en un punto, que a mí me parece deliciosa. Me gusta muchísimo más que el distanciamiento irónico o esa cosa cínica dura, que a mí literariamente me expulsa. Y además hace que me caiga mal el autor. Tenían una necesidad enorme de expresión».
Enríquez visitó la tumba de Cortázar en Montparnasse y la describió en Alguien camina sobre tu tumba (encontró ahí, sobre todo, piedras que le dejan los visitantes, para la rayuela). La de Pizarnik todavía le queda pendiente. «En ninguno de los cementerios hice una investigación muy exhaustiva; quería que se mantuviese algo de la experiencia del turista, la fugacidad. Es también un relato de viajes: en cuanto al género, no me interesan los textos muy seguros de sí mismos». Los cementerios la atraen por las historias que contienen («cada uno tiene su chica enterrada viva»), y por lo que dicen de los lugares donde están emplazados. «Son, en sí mismos, lugares de la muerte que se está muriendo», agrega.
En el ecosistema literario, define al suyo como un lugar lateral. «Eso no significa que lo defienda como el lugar valioso, es el que me toca. Me parece extraño bastardear los libros muy leídos. Me interesan las narrativas populares que se vuelven un poco mitológicas, los grandes relatos que terminan uniendo a la gente en algo. Yo, por ahora, no puedo escribir eso», dice, aunque no descarta encarar una saga en el futuro.
—Valeria Tentoni