6 de mayo de 2021
La compositora uruguaya entregó una trilogía que, además de sentar las bases de un cancionero renovador, abonó la lucha del feminismo en esta parte del mundo. Mientras estrena un disco de versiones y prepara otro de temas nuevos, su obra es celebrada por colegas de distintos países.
Prensa
La conjugación de la primera persona es clave para pensar en la obra de Ana Prada. Entre 2006 y 2013 publicó la trilogía notable Soy sola, Soy pecadora y Soy otra; discos que, ya desde sus títulos, determinan un camino vital de cambio y revelaciones: soledad, pecado y metamorfosis. Siempre entre el campo y la ciudad, entre ritmos folclóricos y la canción de autor, entre la raíz y el pop, provocativa y frágil, afianzó su música y su mensaje de cara a un público mayormente femenino que encontró en ella una referente vulnerable y a la vez valiente.
Prada se adelantó varios años a la revolución de las reivindicaciones de género y hoy es mucho más que una cantautora uruguaya de canciones hermosas, sensibles, lánguidas: es un símbolo de la disidencia y la libertad sexual. «Recién ahora tomo conciencia de eso de ser referente. Pero es cierto, mi ser como artista está muy relacionado con la incorrección: siempre metí los pies en el barro. Cantar “Soy pecadora” en el tiempo en que empecé era muy de tirabombas. A veces pienso lo que fue, por ejemplo, la época de Sandra Mihanovich. Hace poco tuve la fortuna de poder decirle cómo me pegó su mensaje, su coraje, cómo me empujó a poder ser yo», dice desde José Ignacio, Uruguay.
Por esos caminos anda: siempre cerca del mar. Está radicada hace tiempo en una chacra de diez hectáreas cerca de Atlántida, en un sitio llamado Estación Pedrera, rodeada de animales con nombres de poetisas (Marosa, Vilariño) y árboles, huertas y plantas. La chacra fue un proyecto de pareja junto con la también cantante Pata Kramer, que se empecinan en sostener a pesar de estar ya separadas. El pequeño Hugo, de 3 años, es el fruto de esa relación. Cada una con su vida personal, se alternan en la educación del niño que, dice Ana, «es un bocho, una luz, va rapídisimo, tanto en lenguaje y matemática como en lo artístico».
Nació en Paysandú en mayo de 1971 («estoy a punto de cumplir los 50, mamma mía…»), de chica veraneaba en La Paloma junto con sus primos Daniel y Jorge Drexler. Cuando pudo se mudó a Montevideo, donde estudió Derecho, Ciencias de la Comunicación y Psicología. Se recibió finalmente de psicóloga, pero fue ganada por la música. La movilizan diversos estímulos y conocimientos. «Todo me interesa y todo me sirve para la formación: un libro, una película, una canción, conversar con gente que te enseña. Y la naturaleza. Tengo lindos recuerdos de mi infancia en Paysandú, de jugar en la calle, con las puertas de las casas abiertas. O mis períodos en el campo, andando a caballo. De todo eso me nutro».
Si bien está en la plenitud de su carrera, con grandes hitos como haber grabado un disco de canciones compartidas con Teresa Parodi, acaba de ser homenajeada por cuatro artistas emergentes. El trabajo tiene buen gusto, delicadeza, y es otra de las performances de arte y aislamiento que se agitaron en medio de la cuarentena. Se llama MundosMusic se viste de Prada y es un proyecto de cooperacion a distancia en el que participan Angie Cadenas, Marina Wil, Adriana Ospina y Timna, cuatro jóvenes cantautoras de distintos países. Los temas que eligieron fueron «Amargo de caña», «Tierra adentro», «Tentempié», «La maleta» y «Brillantina de agua», «Soy pecadora», «Tu vestido» y «Adiós». «Yo no tuve nada que ver con la elección de las canciones. Fue Gustavo Sulansky, un argentino residente en Nueva York, fundador del sello MundosMusic. Increíblemente es fan de mi obra. Me tuvo que convencer, a mí me parecía extraña la idea. Él propuso una lista preliminar de canciones y luego cada una seleccionó cuáles grabar», cuenta.
Angie Cárdenas tiene 28 años, nació en Buenos Aires, y tiene un nombre dentro de la escena del pop indie; Adriana Ospina es colombiana, vive en Barcelona y ya editó un trabajo solista; Timna nació en Israel, vivió en Brasil, Argentina y Canadá y actualmente reside en Nueva York; Marina Wil es porteña, egresada de la Escuela de Música Contemporánea de Buenos Aires. El nivel es parejo, y todas encontraron atajos sonoros minimalistas condicionadas por la pandemia. Destaca la versión en portugués de «Adiós», de Timna. Todas revelan la serena belleza de muchas de las canciones de Prada.
–¿Conocías a las chicas?
–No. Y me parecieron geniales.
–¿Qué sentiste la primera vez que escuchaste esas versiones?
–Lo primero fue agradecimiento. También es raro tomar conciencia del paso del tiempo, asumir que ya no soy emergente y vislumbrar que para algunas personas empiezo a ser algo así como una bisagra entre referencia y descubrimiento. La palabra homenaje me remite un poco a algo que ya pasó o que no produce más y eso… ¡me impresiona un poco! Pero también es cierto que solemos quejarnos de lo tarde que llegan los homenajes. Así que aparece otra vez la gratitud de sentirme homenajeada aún en plenitud creativa.
–Las canciones elegidas corresponden a un momento muy puntual de tu trayectoria, cuando asomaste con un discurso bastante disruptivo.
–Sí, muchas las sigo cantando. Tenerlas ahí, en otras voces, me hizo reencontrarme con esas canciones y conocerlas más como público. Yo nunca escucho mis discos, así que esta fue una experiencia diferente. Las versiones son a la vez respetuosas e irreverentes, eso las lleva a lugares a los que jamás hubieran ido conmigo pero que siguen sintiéndose cómodas. Todas me gustan. Me provocó una hermosa sorpresa escuchar «Adiós» en portugués. Yo me moví en ambos lados del mostrador. Canté temas de Gustavo Pena o Fernando Cabrera y también escribí canciones que grabó otra gente, además de estas chicas. Me han halagado grandes artistas como Liliana Herrero y Teresa Parodi. Grandes grandes, eh.
Prensa
–De alguna manera, estas canciones muestran que estuviste a la vanguardia de ciertas reivindicaciones de género.
–No sé si existe adelantarse a procesos naturales, ni siquiera en los que parecen ir en contra de lo que se llama «natural». Quiero decir que creo que conviven los procesos de construcción con los de deconstrucción. Hubo muchas y muchos antes, planteando inquietudes en temas de género, diversidad y disidencia, que me permitieron a mí ser quien soy y sumarme a las muchas mujeres que plantearon inquietudes a las que se sumarán otras y otros a plantear inquietudes, ¡hasta que ojalá estas inquietudes no sean necesarias! Es cierto que la repercusión del segundo disco de la trilogía, Soy pecadora, me hizo sentir en carne propia que el arte es parte importante de ese engranaje de crecimiento colectivo. Y es cierto también que si alguna vez no son necesarias estas batallas, habrá otras.
–Una cinta sinfín.
–Y sí. Me inclino a pensar que el mundo siempre será injusto, pero siempre habrá necesidad de justicia.
–¿Padeciste mucho el machismo durante tu infancia?
–Sobre todo en la adolescencia. Yo era la linda del pueblo, y era muy normal que los chongos le tocaran el culo a las chicas. Era tremendo. Una vez uno tocó a mi hermana y yo le metí un bollo. Pero no fue fácil. Todes tuvimos que aprender feminismo. Yo, al final, como se suele decir, «agarré los trapos». Pero también me costó la deconstrucción.
–Vos que estuviste en los dos lados, ¿es lo mismo en el campo que en la ciudad?
–No, es mejor en el campo. Desconfío más del hípster que está en pose pero que no cree realmente lo que dice, que en el gaucho que labura la tierra o con el ganado. Siento más respeto en las clases populares de afuera. El hombre de campo tiene saberes que tienen que ver con la naturaleza. Y conoce bien la división de roles: para él es lógico que una mujer no corte leña, y está bien. Es todo más claro.