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Apuntes de un Mundial sin cerveza

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Alejandro Wall - Desde Qatar

Derrotas inesperadas, prohibición de tomar alcohol, contrastes culturales y críticas al país organizador: cómo se vive el torneo en las canchas y las calles.

Organización estricta. Fanáticos en una zona reservada para seguir las alternativas del Mundial en el paseo Corniche, en Doha.

FOTO: DE MELO MOREIRA/AFP/DACHARY

La primera víctima del mundial árabe fue la Argentina. La derrota de la selección, una de las más frustrantes que se recuerde en estas competencias, fue uno de los grandes golpes en lo que va de Qatar 2022; lo que se discute entre los periodistas de todo el mundo. El otro fue la victoria de Japón sobre Alemania en el estadio Khalifa. Pero el triunfo saudí, además, tuvo réplicas en la región. Si este emirato organizó un mundial también era para verse bien en una cancha. Qatar hubiera querido ser Arabia Saudita. Su equipo no estuvo a la altura del partido inaugural y cayó con Ecuador. Fueron sus vecinos los que hicieron valer la fuerza árabe, la del fútbol de este lado del mundo.
Arabia Saudita fue más local de lo que había sido Qatar. Son muchos más, para empezar. Y cruzaron la frontera en aviones, autos y micros. Vieron el partido y se fueron. Taparon a los argentinos en el estadio. Porque además tienen una cultura futbolera que arrastran de lejos. Arabia Saudita ya fue sorpresa en un mundial hace 28 años, en Estados Unidos 94, cuando se clasificó a los octavos de final bajo la comandancia del técnico argentino Jorge «Indio» Solari. Hay una cultura futbolera y una idea que ahora le toca liderar al francés Herve Renard.
La monarquía saudí coqueteó además con este mundial. En 2017 junto a coalición de países para aislar a Qatar acusándolo de ser el paraíso de organizaciones terroristas islámicas. Además de la historia, los dividió la Primavera Árabe, aquellos levantamientos contra Gobiernos de la región con los que Qatar simpatizó y a los que Arabia Saudita resistió. Fue entonces que a la FIFA le llegó la propuesta de que el Mundial 2022 se repartiera entre los países vecinos. Eso nunca iba a ser posible, Qatar ya tenía un plan, lo estaba ejecutando.
Y acá está. Esperó a que faltaran dos días para que comenzara el mundial y anunció que no habrá cervezas en los estadios, lo que puso en aprietos a la FIFA, que tiene como uno de sus principales patrocinadores a Budweiser. La empresa belga que la controla buscaba tener puestos cercanos a los estadios. Pero esos puestos, para los organizadores, se iban colocando cada vez más lejos. Hasta que directamente no hubo nada, solo cerveza sin alcohol. FIFA tuvo que aceptar como no lo había hecho con Brasil 2014 cuando hasta cambió la ley del país para poder vender. Qatar impuso su poder y mostró ahí mismo que no está mirando a Occidente sino a su alrededor, a Medio Oriente. Es un mundial árabe, dijo, no habrá alcohol en los estadios.
Eso lo hace también un mundial distinto. En los estadios y en las calles. Hay momentos, antes de los partidos o incluso durante ellos, en donde pareciera faltar temperatura, el clima más típico de mundial. Aunque en ese caso el aporte llega de los hinchas de India, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka, los trabajadores migrantes de Qatar, la mayoría poblacional en el emirato, que alientan por la Argentina o Brasil. También los fanáticos de Arabia Saudita contra la Argentina o el encanto de la barra japonesa que toma cantitos de las canchas argentinas.
Es un mundial donde se entendía que las distancias serían cortas, que ir de partido a partido sería muy sencillo. Eso no sucede. No lo pueden hacer periodistas acreditados con tickets y movilidad, menos lo pueden hacer los hinchas. Doha tiene tres líneas de metro nuevas, inauguradas en 2019, pero conectar a algunos estadios puede implicar largas caminatas que superan la media hora. El Metro es quizá lo más colorido, donde todos se mezclan, las minorías qataríes, los migrantes, los hinchas. Ese tránsito es lo más mundialista. Los cuatro partidos por día hace que no se vean grandes aglomeraciones de hinchas en las calles. Por la noche, quizá, el mundial se traslada al Fan Fest, en el parque Al Bidda, centro de Doha. Pero quienes vienen de países europeos o asiáticos lo hacen por un día, un partido y vuelta para la casa, como los saudíes. 

Reglas en debate
Partidos que además se alargan porque tienen un extendido tiempo de descuento, que fue la recomendación de FIFA a los árbitros para que haya más juego. El encuentro que Inglaterra le ganó a Irán por 6-2 no solo fue un festival de goles sino que fue el más largo de la historia, sin prórrogas ni penales, de los mundiales. Se jugaron 117 minutos y 16 segundos porque el árbitro dio 14 minutos en la primera parte y otros 13 en la segunda. Este asunto y el de los offside automatizados que cobran detalles –lo sufrió Ecuador, lo sufrió Argentina– son los dos impactos reglamentarios de Qatar. Y hay un tercero que es la sustitución por conmoción cerebral, que no cuenta dentro de los cinco cambios previstos, y que ya fue utilizada por Irán (salió su arquero, Alireza Beiranvand) y Arabia Saudita (sacó a su lateral izquierdo, Yasser Al Shahrani). 
Otra regla es la que FIFA está haciendo valer pero no tiene que ver con el juego sino con lo político. Al no permitir que los equipos utilicen brazaletes o tengan en su camiseta alguna alusión a los derechos de las mujeres o la comunidad LGBT. A Bélgica le prohibió utilizar la palabra «Love» en su camiseta. Los daneses mostraron su escudo algo más oculto para saltear esa prohibición. Tampoco aceptó los colores multicolores en la cinta de capitán de Alemania e Inglaterra. Los ingleses salieron a la cancha y pusieron una rodilla en el césped durante el himno en señal de protesta. Los alemanes formaron para la foto oficial tapándose la boca y la ministra de Interior de ese país, Nancy Faeser, se puso el brazalete de One Love en la tribuna. Europa apuntó con todo contra Qatar y la situación no solo de mujeres y la comunidad LGBT, también la de los trabajadores migrantes, entre los que hubo muertos mientras se levantaba este torneo. Por eso Gianni Infantino sobreactuó antes de que comenzara el mundial cuando se sentó frente a los periodistas y dijo: «Hoy me siento qatarí. Hoy me siento árabe. Hoy me siento africano. Hoy me siento gay. Hoy me siento trabajador inmigrante». Y apuntó directamente contra Europa: «Hay una doble moral. Por lo que los europeos hemos hecho al mundo en los pasados 3.000 años, deberíamos disculparnos por los próximos 3.000. Pensémoslo antes de comenzar a dar lecciones morales a los demás».
Qatar también tuvo a los jugadores iraníes que no cantaron el himno sumándose a las protestas de mujeres luego del crimen de Masha Amini por utilizar mal el velo. A ese gesto lo acompañaron los hinchas, muchos con remeras con la frase Woman, life, free. Con todo esto, Qatar 2022 se está por convertir en el más político que se recuerde. El primero del mundo árabe. Y que todavía lo tiene a Lionel Messi, a pesar del golpe del debut. Aunque Messi siempre está de algún modo en Medio Oriente: es jugador del PSG y es embajador del turismo de Arabia Saudita, el país que le quitó la sonrisa.

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