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En medio de conflictos con la Federación, Federico Gil se afirmó como exponente nacional al ganar las medallas de oro y bronce en la Copa del Mundo. La influencia familiar que se extiende a su otra pasión, la abogacía, y su gran sueño olímpico en Tokio 2020.

Salto de calidad. El bonaerense de 29 años exhibe la presea dorada tras coronarse en la modalidad skeep, en Chipre, en mayo de este año. (ISSF)

En Avellaneda, en la calle Santa Fe 2191, entre galpones y casas bajas, se encuentra la armería Los Mellizos. Fundada hace 50 años por Pedro Gil, un fanático de la caza, ese lugar encierra parte de la historia del tiro en Argentina. Porque el hijo de Pedro, Horacio Gil, representó durante más de 30 años a la selección argentina en la modalidad escopeta, y porque Melisa y Federico, los hijos de Horacio, son los mejores tiradores del país en la actualidad. Este año, en particular, fue el de Federico Gil: obtuvo en mayo la medalla de oro en la Copa del Mundo de Lárnaca, Chipre, y ratificó en octubre el despegue con la medalla de bronce en la Copa del Mundo de Nueva Delhi, India, un torneo que reunió a los medallistas de las tres copas que se disputan en el año y a los del Mundial, siempre en la disciplina skeet, en la que los escopeteros, desde una plataforma, deben dar en el blanco a los platos lanzados al aire, entre 60 y 75, para que cada acierto equivalga a un punto.
Gil –29 años, abogado egresado de la Universidad de Buenos Aires, el nieto de Pedro– quiere más en el futuro, y tiene sus razones: el deporte se puede practicar hasta cualquier edad, los Juegos Olímpicos son el punto más alto de la gloria para un tirador, como ocurre en otros deportes, y ocupa hoy el quinto lugar en el ranking de la modalidad skeet de la Federación Internacional de Tiro Deportivo.
En los Juegos de Río de Janeiro 2016, Gil tuvo su primera aparición olímpica, y se volvió con un sabor amargo: terminó en el puesto 27 y no se clasificó a las finales. Sin embargo, en 2017 su rendimiento siguió en alza, y hasta superó barreras extradeportivas: los dirigentes de la Federación Argentina de Tiro, antes de la Copa del Mundo de Chipre, bajaron del avión a Horacio, padre y entrenador de la selección, después de que determinaran su reemplazo. Federico, Melisa –consiguió un diploma olímpico en los Juegos de Río– y otro tirador, Fernando Borello, decidieron, entonces, no viajar. La intervención del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD) obligó a la Federación a rever la decisión y mantuvo en el cargo a Horacio. Viajaron, y Federico dio ese primer paso de oro.

Cortocircuitos
Después de Río, además, la Federación le había recortado los insumos –cartuchos y platos–: de un entrenamiento que le requería para afinar la precisión en el alto rendimiento 4.500 cartuchos, pasó a que le entregaran 1.500. «Nos jugaron sucio, no solo por esto, sino también porque nunca nos dijeron que no nos iban a mandar con mi padre. Pregunté a qué se debía, porque técnicamente no había ninguna razón, y la respuesta que me dio el director técnico nacional fue que querían probar –contó en mayo ante distintos medios–. Obvio que en todo momento, en la final, cuando tenía un instante para pensar, pensaba en eso. Era la oportunidad de demostrarles quién soy». En la Federación, sin embargo, ya sabían: antes de Chipre había disputado tres finales de Copas del Mundo y una final del Mundial. El asunto pasaba por otro lado: querían colocar a Ciriaco Caporaletti, un técnico que nunca había entrenado a Federico Gil.

Juntos. Con su padre, uno de sus técnicos. (ISSF)

La única medalla olímpica en tiro de Argentina la conquistó Carlos Díaz Sáenz Valiente: plata en la categoría pistola en Londres 1948. En aquellos años, los representantes argentinos cosecharon una docena de medallas de oro en armas largas en los Mundiales de Estocolmo 1947, Buenos Aires 1949 y Oslo 1952. En el país, cabe repasar, el tiro fue introducido por la alta sociedad porteña. Fue incorporado por la Sociedad Sportiva Argentina durante la presidencia del barón italiano Antonio de Marchi y practicado por Marcelo Torcuato de Alvear, presidente de la Nación entre 1922 y 1928.

Todo a pulmón
La historia de los Gil dista de aquel deporte argentino con acento inglés. Mónica Pérez, la madre de Federico, se encargó de construir los platos caseros con arcilla para que practicaran sus hijos con el objetivo de abaratar los costos de un deporte caro. Para poner en contexto: una vuelta de skeet –lanzamiento de 25 platos– cuesta casi 1.000 pesos en un club de tiro, más la cuota social, y un tirador de élite necesita cerca de 15 vueltas por día. Gil tira hoy entre 200 y 400 platos por día y su promedio en una serie de 60 es de 58 a 60 aciertos. El tiro, como se advierte, es una pasión para el bonaerense, entre otras cosas por la exigencia de superarse a sí mismo y, sobre todo, por representar a la Argentina en todos los torneos. Ahora, Federico, precisamente, fue elegido como uno de los deportistas referentes para los atletas en los Juegos Olímpicos de la Juventud que se desarrollarán en Buenos Aires el año que viene. Otro orgullo para la familia.
En ese sentido, la abogacía es otra de las pasiones cotidianas de Federico y los Gil. Es especialista en Derecho Penal. Cuando no practica en el Tiro Federal Argentino, suele pasar las horas en Tribunales y en su estudio jurídico de Avellaneda. «La de mi trabajo es una rutina tan llena de adrenalina como el tiro», dijo, y agregó: «Tengo la suerte de contar con un estudio jurídico familiar junto con mi mamá y mi hermana Melisa, que ejerce el Derecho Civil. Llevé al Derecho una de las grandes virtudes que me enseñó el deporte, que es no rendirme».
Aunque en el Mundial de Moscú, en setiembre, finalizó séptimo y estuvo cerca de acceder a la final, la meta pasa por mantenerse en el lugar que alcanzó entre los mejores por primera vez desde 2000, cuando comenzó a integrar el seleccionado argentino, y por acumular experiencia de acá a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, su gran objetivo. Antes, en Río 2016, sufrió su inexperiencia al tratarse de su primer juego olímpico. Ahora, en cambio, confiesa que su equipo podrá rendir más.
Al fin y al cabo, Federico Gil no podría aspirar a rendir más si su abuelo materno, Rodolfo Pérez, no hubiese sido cliente de Pedro Gil, el abuelo paterno, ya que uno fabricaba los platillos y el otro tenía la armería. «Era el tiro o el tiro», admitió alguna vez, antes de atreverse a soñar con la segunda medalla de tiro olímpica para Argentina en la historia.

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