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El búlgaro archivó las comparaciones con Federer y consiguió en 2017 dos logros de alto impacto: la obtención del Masters de Londres y ubicarse en el tercer lugar del ranking. Los aportes de Nadal y su nuevo entrenador, claves en su renacer tenístico.


Triunfo. El jugador alza el trofeo en el torneo que reúne a los mejores del año, en Inglaterra. (Kirk/AFP/Dachary)

Entre 2013 y 2015, Grigor Dimitrov se desinfló como un globo. Le pesaba que su propio equipo y el ambiente lo hubieran calificado, cuando apareció en el circuito, como Baby Federer –por su estilo similar al del suizo–, las relaciones amorosas con las tenistas Maria Sharapova y Serena Williams, y su afición a los autos, los relojes y la última tecnología. Hasta que hizo el click, porque el tenis se le estaba yendo, y se centró en la raqueta y la pelota: la puesta a punto a cargo del entrenador venezolano-español Daniel Vallverdú –enfocada en trabajar su fuerte, la derecha y el revés a una mano– y los días de convivencia con Rafael Nadal en la academia del español en Mallorca –entrenamientos, cenas, paseos por el mar– resultaron clave para que superara el declive. Allí, mirando los movimientos de Nadal dentro y fuera de la cancha, el búlgaro sumó aprendizajes valiosos para renovarse e intentar recuperar terreno en el circuito.
Este 2017, y después de ganar su primer Masters 1000 en Cincinnati y otros dos títulos oficiales de relieve, Dimitrov lo coronó como campeón del Masters de Londres, el torneo que reúne a los mejores jugadores del año, y escaló al puesto número 3 del ranking de la ATP, detrás de Nadal y Federer. Solo cuatro tenistas en la historia habían ganado el Masters sin antes conquistar un Grand Slam. De hecho, en 29 participaciones en los Grand Slam, sus mejores resultados fueron dos semifinales. También fue el primero que ganó el torneo en su primera participación después de Alex Corretja en 1998. «Se dio cuenta de que para estar en el nivel que tiene ahora y si quiere seguir mejorando, el entorno fuera del tenis tiene que estar lo más limpio posible, y que lo que le das a este deporte, te lo devuelve. Es lo que ha hecho muy bien en el último año», dijo Vallverdú.

Golpe a golpe
Dimitrov –26 años, nacido en la ciudad de Haskovo, hijo único de padre entrenador de tenis y madre exjugadora de vóley– juega ahora con la inscripción «Carpe Diem» en las lengüetas de sus zapatillas y en el centro de la raqueta. La frase significa «aprovecha el momento». Poco a poco, archivó el apodo de Baby Federer que le puso el sueco Peter Lundgren –por entonces su entrenador y antes guía de Federer– y aceptó que lo llamen de otro modo: simplemente Grisha. «Creo –llegó a admitir Dimitrov en 2015, en una entrevista con Sky Sport– que he sido comparado demasiado pronto. Al comienzo me gustaba, incluso era divertido, pero luego se me hizo pesado. Me ha hecho daño y estoy feliz que todo eso haya terminado».
Los dos años sin títulos y la caída al puesto 40 del ranking en julio de 2016 desembocaron en la contratación de Vallverdú, quien había trabajado con Andy Murray y Tomáš Berdych. El cambio dio sus frutos, teniendo en cuenta que comenzó el año con la obtención de un título en Brisbane y, más tarde, logró coronarse en el Masters 1000 de Cincinatti. En el medio de esos dos certámenes mostró un gran nivel en el primer Grand Slam de 2017, el Abierto de Australia. Con un tenis práctico y vistoso, alcanzó las semifinales y dejó su huella: pese a perder con Nadal, ese partido es considerado por los especialistas como uno de los mejores duelos de 2017. En Australia, y acaso como una paradoja, Federer derrotó a Nadal. Tiempo después, en la previa de su partido por los octavos de final de Wimbledon –el tercer Grand Slam del año– ante Dimitrov, incluso antes de que el búlgaro ganara Cincinnati, el suizo dijo: «Dimitrov es un gran creador de tiros. Tiene uno de los mejores reveses a una mano del circuito y además muy diferente a los del resto, es como que la pelota se te echa encima. Cada vez que juego contra él siento que es un poco mejor». Dimitrov no le pudo ganar. Nunca le ganó en los seis cruces oficiales que disputó con el suizo. Quizá, porque primero debía dejar atrás las comparaciones, despojarse del apodo Baby Federer. De ahí que su próximo desafío será descolgar definitivamente el póster venciendo a su referente, con miras a afirmarse con su propio nombre en busca de cumplir el sueño de su debut: llegar a la cima del ranking mundial.

 

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