Deportes | ENTREVISTA A DANIEL ARCUCCI

Contar a Maradona todos los días

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Texto: Ariel Scher - Fotos: Guido Piotrkowski

El periodista y biógrafo confiesa que seguirá narrando a Diego «para que su memoria no se apague y todo el mundo sepa quién fue». Lecciones del oficio, historias desconocidas y conciencia de clase.

El hombre que narró a Maradona dice ahora la palabra Maradona, pero no la dice solo con la garganta. Lo sabe Daniel Arcucci, ese hombre: lo importante nunca se dice solo con la garganta. Con las vísceras pegadas a los recuerdos, con los recuerdos afincados en las emociones, con las emociones sostenidas por su oficio de cronista, con su oficio de cronista iluminado durante 34 años y 11 meses por el vínculo con Diego Maradona, con todo eso y con bastante más que eso, entonces, sí, convencidísimo, dice: «Que me etiqueten como el narrador de Maradona me da mucho orgullo. Que me etiqueten o me designen como el biógrafo, también. Que me digan que soy el periodista que más lo conoce, en el sentido de conocer un montón de datos, digo que es mentira. Si vamos a un encuentro de maradonianos y hacemos una trivia, el 50 por ciento me gana. Para mí, ser el biógrafo de Maradona es una forma de eternidad. Es un privilegio». 

–¿Por qué contar a Maradona?
–Tiene una justificación que se puede multiplicar. Primero, es una vida absolutamente fuera de lo común: cuando cumplió 40 años, parecía que fueran 80; vivió 60 y parecieron 120. Luego, a partir de un talento que es el fútbol, hizo cosas extraordinarias. Y, desde ahí, se pasa a otro terreno que me encanta: contando a Maradona, contás la Argentina. Contás una manera de vivir. La de Diego es una vida que surge por el fútbol, pero lo trasciende.

–Eso que trasciende, además, trasciende en especial para tu vida.
–Durante todo el tiempo que dura mi vínculo con Maradona, aparece una fascinación que me lleva a la vocación. Yo me hice periodista para contar historias. Y en esos 34 años y 11 meses hay dos palabras que me gusta utilizar: coherencia y gratitud. Coherencia: siempre conté a Maradona de una misma manera y quiero seguir contándolo así. Gratitud: me cambió absolutamente la vida. Profesional y también personal. O sea, yo tenía unos rulos así de largos y ahora estoy pelado: puede ser una cuestión de familia o puede ser una cuestión de estrés. Contar a Maradona era un privilegio y una responsabilidad. Eso conllevaba un montón de cosas.

–¿Y cómo era contar a Maradona?
–Para mí eran lecciones de periodismo. Tuve que ejercer todos los géneros posibles. Una cosa era hacer una entrevista, otra cosa era hacer un reportaje, otra más contarlo sin contarlo. Llegué a tener trucos: cuando trabajaba en El Gráfico, él tenía muchas peleas con la revista, pero no se peleaba conmigo. Un truco que teníamos era este: «Le dijo al cronista de Noticias Argentinas, Sergio Gendler». Y era algo que me había dicho a mí. Sergio, por supuesto, lo sabía. En cuanto a lo conceptual, siempre traté de entenderlo. Nunca lo defendí o lo ataqué. No me gusta juzgar, no me parece que sea la función periodística. Alguien dirá «este, como es maradonólogo, lo defendía». No. ¿Por qué? Sí trataba de entenderlo, que acaso fuera un modo de defenderlo.

–Miles de notas, los libros autobiográficos, charlas infinitas. ¿Qué trabajo hacías con la riquísima expresividad de Maradona?
–Nunca traducirlo. A la hora de contarlo y a la hora de transcribirlo, me encantaba que fuera auténtico. Si reiteraba, yo ponía la reiteración. Alguna vez, Paula Pérez Alonso y Alejandro Ulloa, grandísimos editores de Yo soy el Diego de la gente, me mataron al recibir el primer original porque tenía más puntos suspensivos que palabras. Yo pretendía con eso reflejar las pausas de Diego. Fui aprendiendo. Pero estaba la textualidad. Pocas veces tenés la oportunidad de hablar con un protagonista con un idioma propio. Maradona lo tenía. Yo amaba y amo la textualidad.

–¿Construiste una fórmula para trabajar con y sobre Maradona?
–Descubrí, después de ponerlas en práctica, sin tener todavía una teoría, tres posturas, tres valores, frente a Maradona, para poder convivir, contarlo, entrevistarlo. Tres palabras: paciencia, respeto y conciencia. Paciencia: los tiempos son los de él y no los tuyos. Respeto: trabajar muy fuertemente en esa frontera peligrosísima entre lo público –valioso que se sepa– y lo privado –no valioso para que se sepa–. Conciencia: el personaje es él y no sos vos. Esas tres cosas se ponen en práctica todo el tiempo, aun hoy. Por la paciencia, yo me perdí infinidad de notas con Maradona, pero gané un montón de otras: deben ser un millar. Esperar. Cuando llegué a Dubai para hacer el libro Así ganamos la Copa, estuve una semana sin poder preguntarle una sola cosa sobre México 86 porque él estaba cansado o no tenía ganas: paciencia. Sobre el respeto, percibir, por ejemplo, cuando Diego no estaba en condiciones de decir algo relevante. «Dani, tenemos que hacer una nota para la tele», decía. «No», le contestaba. No tenía nada para decir. ¿Lo cuidaba? Sí, claro. Cuidar es algo que él también hizo conmigo y está grabado. Cuidar es ser respetuoso con la intimidad. Conciencia: acá quizás sea algo más trivial, pero muchas veces estar mucho tiempo con él te hacía sentir que eras él. Y no era cierto. Me refiero a tener conciencia de eso.

–Hay otra conciencia muy presente en tus narraciones de Maradona: su conciencia. ¿Cómo la interpretaste y cómo la escribiste?
–Eso implica una serie de trabajos. Antes que nada, meterse en su conciencia. Como dije, una de las motivaciones fue tratar de entenderlo. Me llevó algún tiempo interpretar lo que parecían contradicciones: tapado de piel, dos relojes. Hablándolo, me decía: « ¿Por qué no? ¿Se los robé a alguien? Me los gané. ¿Otros pueden y yo, que soy de la villa, no?». Ahí interpreté su conciencia de clase, en mitad de los ochenta. Una de las cosas más hermosas que escuché decir sobre Maradona fue en noviembre de 2020, saliendo de la Casa Rosada. Una chica, que claramente no se veía superfutbolera, dijo que una de las cosas que más le habían gustado de Maradona era la conciencia de clase.

–Entonces, ese sello fue de una punta a la otra de su recorrido.
–Claro, pero el tema es el durante. ¿Cómo trabajar con esa conciencia? Se me presentó una vez Maradona, en un entrenamiento, en Punta del Este, septiembre de 1995, con una remera de Domingo Cavallo. Y, a la vez, tenía los tatuajes del Che y de Fidel. Le pregunté qué hacía con la remera de Cavallo. «Yo no estoy hablando de economía –me contestó–, el tipo se plantó contra las mafias. Y un tipo que se plantó contra las mafias, para mí, es valioso por más que sea Cavallo». Trataba de preguntarle y de repreguntarle. Y por favor que no suene vanidoso, pero a veces trataba de ayudarle a terminar de armar ese concepto. No las grandes frases. Las grandes frases son todas de Diego. Es curioso porque jugaban su conciencia y mi conciencia, porque yo también tengo una conciencia de las cosas. El error hubiera sido pensar «yo quiero que él diga lo que yo quiero que diga». No. De haber sido su guionista –y no lo soy, soy su cronista–, nunca le hubiera dejado que dijera «LTA», la tenés adentro. Cuando volvía esa vez de Montevideo, me llamó por teléfono Claudia, que no había estado en el estadio para preguntarme cómo había visto todo. Le dije: «Buenísimo, qué alegría. Lo único, esa frase del final, la de la conferencia. Me hubiera gustado que dijera «tiene que estar todo el país contento, los que me quieren y los que no me quieren». Se hizo un silencio. Yo pensé que se había cortado porque estaba cruzando el río. Y Claudia me dijo: «Ah, vos querías que no fuera Maradona». Me parece que es una definición absoluta. Un cronista tiene que respetar la conciencia del otro.

–Pero de las contradicciones o presuntas contradicciones de Diego se habló muchísimo.
–Yo siempre digo «¿estás seguro de que es contradictorio?». Sí, tiene un montón de contradicciones. Pero mirá que, en lo esencial, no es contradictorio: la conciencia de clase nunca la perdió.

–Vos, en algunas intervenciones públicas, enunciás una fórmula tuya, que también incluye a Diego, formada por tres M. ¿En qué consiste?
–Soy una persona muy estructurada. Me gusta armar cuadros, cosas que coincidan, simétricas. Hace un tiempo se me reveló que mis inquietudes profesionales se pueden marcar con tres M. «Maratones» es una: para vivirlas, contarlas, promoverlas. «Mundiales» es otra: llevo cubiertos todos los mundiales desde 1986, con lo cual estuve en el Azteca y en el Lusail, en ambas ocasiones con Ezequiel Fernández Moores. Y la otra es «Maradona». Esas cosas me movilizan hoy personal y profesionalmente. Contando historias, que es mi vocación. Y en el caso de Maradona se suma otra M: «Mandato». Después de 2020, pero sobre todo después de 2021, me di cuenta de que yo tengo un mandato: contar a Maradona todos los días. Para que la memoria no se apague, para que se mantenga encendida esa llama, para que todo el mundo sepa quién fue. Enfrento dos situaciones complejas: que te digan «Maradona ya fue» y, también, «cómo vivís colgado de Maradona». Pero me moviliza, me motiva. Y me permite estudiar porque busco, descubro. A los 61 años es como decir vuelvo al origen: cuento historias.

–¿Planeás escribir una biografía que abarque a todo Maradona?
–Esa posibilidad es un sueño y una pesadilla, según se mire. Cuando pasaron unos días de aquel noviembre fatídico, me empezó a llamar gente muy querida y me decía que llegó la hora de escribir la biografía definitiva de Maradona. Por un lado, yo esperaba eso y, por el otro, me daba terror eso. Sobre todo, por la palabra «definitiva». Siempre definí a Diego como alguien inabarcable, alguien inabordable. El día que me decida a hacerlo me dedicaré exclusivamente a eso. Es algo que me genera fascinación. Ahora bien, trabajo todos los días en eso, tengo una idea y la archivo. Se me ocurrió que una forma de ordenar las cosas es estructurar ese trabajo. Contar desde determinados episodios. Solo voy a decir esto: cuando te acercabas mucho a Maradona, vivir con Maradona como me tocó por momentos, perdías la noción del tiempo. No por nada raro, sino porque eran sus tiempos. Y salías de la órbita normal. Si Maradona tenía su idioma propio, también tenía su calendario propio. Me puse a pensar que cada 30 de octubre tenía algo especial y tiene algo especial, ya que Maradona sigue cumpliendo años, se hacen celebraciones. Es una buena forma de pensar la vida de Maradona: por cada 30 de octubre.

Ocurre de nuevo: Arcucci lanza ese anuncio con bastante más que la garganta. De inmediato, devela alguna otra historia que, en simultáneo, forma parte de lo real y de lo mágico de Diego. Y cuando esa historia concluye, cuenta otra y piensa otra y pone en cuestión otra. Siempre con su impronta y siempre con más que la garganta. El hombre que narró a Maradona es, también, el hombre que narra a Maradona. El hombre que lo narrará para siempre.

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