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Contra viento y marea

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La bonaerense, ganadora del oro en los Juegos de la Juventud, se erige como una de las promesas del deporte argentino en medio de la falta de apoyo del Estado. Su historia familiar vinculada con el remo y los esfuerzos para cumplir su sueño olímpico en Tokio.


Trabajo. La joven deportista se mudó a Tigre para prepararse antes de la competencia. (NA/Agustin Marcarian)

El máximo logro en la vida de la remera María Sol Ordás comenzó a gestarse tiempo atrás. No es casualidad que la primera deportista argentina en obtener una medalla dorada en los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018 –lo hizo en la categoría single skull femenino– haya sido considerada a sus 18 años como una de las promesas más importantes del deporte nacional luego de sortear obstáculos y consolidarse en la disciplina. Su historia familiar, en cierto modo, explica el lazo con el remo de la joven nacida en General Pacheco, provincia de Buenos Aires. Porque sus padres, Dolores Amaya y Damián Ordás, se dedicaron a este deporte e incluso llegaron a ser olímpicos. Su madre, por caso, participó en los juegos Atlanta 96, con 16 años, aunque no pudo estar en Sydney 2000 dado que, previo a la cita, le informaron que estaba embarazada de Sol. Por el contrario, su padre, campeón en los Panamericanos de Winnipeg 99, sí disputó aquellos juegos en la capital australiana.
Para Sol Ordás, sin embargo, dedicarse al remo no se vincula directamente con una imposición familiar. De hecho, Sol, cuando era una niña, practicó otros deportes como el hockey sobre césped. El agua, por ese entonces, no la atraía. «Me daba miedo el río, no me gustaba. Hasta que con una amiga decidimos subirnos al bote», le cuenta a Acción. Fue ahí, con apenas 12 años, que decidió cambiar de disciplina. Comenzó a destacarse en el Club Regatas de San Nicolás, la localidad en la que se crió, donde, ya en 2014, lideraba la camada de remeras más destacadas del país.
Con esos promisorios antecedentes, sus entrenadores decidieron apuntar a un objetivo para consolidar su carrera: prepararla en base a un entrenamiento exigente para los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires. Para ello debió modificar totalmente su rutina. Sin ir más lejos, dejó de asistir al colegio (siguió estudiando con clases a distancia) y no concurrió ni a las fiestas ni al viaje de egresados con sus compañeros de la secundaria para afincarse en Tigre, provincia de Buenos Aires. «Lo hice porque tenía claro lo que quería. Mi objetivo eran los Juegos Olímpicos y el Mundial. Y sabía que si me quedaba en San Nicolás me iba a ir a celebrar y así no iba a llegar», dice con la seguridad de una adulta con varios años de trayectoria.

Escollos y perseverancia   
El esfuerzo deparó frutos. Acompañada por Martín Cambareri, su entrenador, y otros dos remeros que representaron a Argentina, el remo nacional logró destacarse en la cita de Buenos Aires. «Armamos un grupo hermoso. La convivencia fue excelente», dice. La mención no es antojadiza ya que ese grupo se convirtió en un sostén clave. El otro, fundamental también, fue el de su mamá Dolores, quien se quedó en la localidad de San Nicolás –allí vive con Sol– trabajando como profesora de Educación Física para enviarle dinero. Es que dedicarse a este deporte en Argentina obliga a remar contra la corriente: las becas del ENARD apenas llegan a los 5.000 pesos. Si bien la Secretaría de Deportes se encargó de alquilarles el hotel donde vivió en Tigre, el resto de la mantención corría por parte de su madre.
Apagada la llama de los Juegos Olímpicos de la Juventud, Sol planifica el próximo año consciente de las dificultades que le esperan. Entre otras cosas porque su entrenador se fue a trabajar a Londres, el apoyo estatal todavía es una incógnita, y posiblemente deba adaptarse a un equipo nuevo si sube de categoría. A ello se le agrega que comenzará a estudiar kinesiología en la universidad y necesitará mayor tiempo de recuperación luego de una competencia de altísima exigencia. De todos modos, todas estas cuestiones la llevaron a replantear su continuidad en el remo. Sol aspira a ratificar sus progresos en los Panamericanos de Lima, antesala del gran sueño de su vida: los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Es que al fin y al cabo, la remera que cobró notoriedad pública en los juegos sabe de sortear escollos en base a su perseverancia. «Ganar una medalla paga el esfuerzo», dice. Toda una declaración de espíritu deportivo que justifica las expectativas depositadas en ella.