10 de julio de 2024
La Scaloneta jugará su cuarta final consecutiva tras un categórico 2 a 0 sobre Canadá. Los roles clave de Dibu Martínez, Messi y Di María, quien se despedirá de la selección el próximo domingo.
Nueva Jersey. Fideo celebra junto a Messi y De Paul el primer gol albiceleste ante Canadá.
Foto: Getty Images
«Disfrutemos», aconseja el gran Lionel Messi tras el 2 a 0 ante Canadá. Y no le falta razón. La selección argentina está en la final de la Copa América, la cuarta consecutiva desde 2021, cuando fue campeón en el Maracaná y ante el mismísimo Brasil. 1 a 0 con gol de Di María y pasaje a la gloria. Después, la Finalissima: lujoso 3 a 0 a Italia. Y ni hablar del Mundial. Así que acá estamos: a un paso, a un partido de hacer más historia con un equipo histórico: tal vez el mejor seleccionado argentino de todos los tiempos. Somos el festejo frente a los televisores y el festejo de los miles de argentinos que gritan desde las tribunas de un estadio norteamericano tan poco futbolero, con pasto sintético y sin brillo, incomparable con los de nuestro país. Pero somos nosotros. La alegría está ahí, es concreta, con los jugadores cantando como hinchas que no se quieren ir de la cancha. Porque no hay caso: cantan, se abrazan, celebran que estamos ahí, que seguimos. Se viene Uruguay o Colombia.
«Esperemos», recomienda Lionel Scaloni en la conferencia de prensa cuando le hablan del adiós de Di María tras esta copa. El Fideo avisó hace tiempo. La despedida que se viene golpeó en el ambiente ante los canadienses, cuando dejó la cancha en medio de una ovación tremenda. ¿Cómo no conmoverse ante el largo adiós, cómo no sentir la melancolía de una época que en algún punto empieza a terminarse? Di María es más que el compañero insignia de Messi. Es el que hizo goles decisivos, un líder. Es el que superó a tanto bárbaro que le daba duro, durísimo, desde muchos medios de comunicación con un mensaje de odio cuando la selección no ganaba. Cuánto más habría de agregarse si en el primer tiempo hacía su gol en esa jugada tan igual a la de la final contra Brasil.
«Es el momento de irme», se quiebra Di María en la zona mixta. Y le asoman las lágrimas y se le entrecorta la voz y dice que dejó todo «por esta camiseta» y se acuerda de su familia, como cada vez que agradece, porque –insiste– siempre lo bancó, sobre todo en las malas. Entonces, el que viene no será un domingo más. Nunca, nunca, nunca Fideo se subió al altar de los que se la creen. Siempre, siempre, siempre con los pies sobre la tierra. Por eso, porque resultó tan nosotros y fue tan cómplice de nuestra alegría popular y colectiva, es que se lo va a extrañar tanto.
Todos juntos. Los jugadores de cara a la multitud en el poco futbolero estadio Metlife.
Foto: Getty Images
Mística intacta
Messi y Di María son nuestro anunciado final, ese que no queremos que llegue. Uno ya se va y el otro no habla de eso, pero casi. El tiempo es implacable. Mientras, la Scaloneta sigue su marcha acelerada hacia el infinito y más allá. Hubo tropiezos, claro, como contra Ecuador en el partido anterior, que la pasó mal. Pero el fútbol es también eso. Contra Canadá reapareció el equipo. Hubo apenas diez minutos, los iniciales, en los que costó arrancar. Pero después asomó Julián Álvarez, tal vez el más querido después de Messi, Di María y Dibu. Jugó bárbaro, hizo el gol de la apertura y no paró de correr. Tanto, que hasta pudo hacer el segundo en un mano a mano con el arquero Maxime Crépeau. Cómo no quererlo a ese pibe que aún con 24 años asemeja un nene y siempre será un nene que la rompe y que además se destaca en el fútbol inglés y hasta tiene calle propia en Buenos Aires. Va otra muestra: como todo alumno de secundario, le dice al cronista después del partido: «Saludos a toda la Argentina en este día tan especial (por el 9 de julio)».
Funcionó Nicolás Tagliafico, que volvió a su mejor nivel. Defendió, subió al ataque, hizo todo. Con él, la izquierda de la defensa está protegida. A la par de Tagliafico aparece Alexis Mac Allister, el pulmón, el tanque de nafta de la Scaloneta. Sería injusto no referirnos a Rodrigo De Paul, la sombra de Messi, que más allá de que literalmente es un artista, es a la vez un imprescindible que hace pases: el del primer gol es un monumento. Quita y demuestra carácter. Saca de quicio a algún rival. Ahí está, como ejemplo, el norteamericano Jesse Marsch, DT de Canadá y protestón 24 x 7. Y también hay que hablar de Enzo Fernández, que sacó un disparo tremendo para el segundo. El que convirtió fue Messi, pero si la física no desmiente, el gol era suyo.
No podemos analizar a esta selección sin detenernos en Dibu Martínez, que se la pasa comiendo y cocinando hamburguesas, pero también atajando como nunca. Tapó un tiro rival muy claro al final del primer tiempo y otra en el segundo con su ya super cotizada pierna izquierda. Y no deja de alimentar el personaje que es como cuando, tirado en el suelo, pelota en mano recién atrapada, movía su brazo derecho como alentándose a sí mismo. Su incidencia en las nuevas generaciones es muy fuerte. Aun cuando se trata del arco, el puesto históricamente menospreciado, destinado para el que jugaba peor o era dueño de la pelota. Hasta eso logró Dibu.
Sabemos que Colombia juega bárbaro –posiblemente sea el mejor de la Copa América– y que Uruguay tiene una garra única. Pero, sin desmerecerlos, sin sentirnos superiores, también tenemos derecho y necesidad de creer en los nuestros. Argentina también juega bárbaro: es posible que hoy no esté al nivel vistoso de los colombianos, pero es un equipazo. Argentina también tiene garra, pierna fuerte. Esa combinación puede ser letal para los rivales. Ni hablar si a eso sumamos que tenemos a Messi y a Di María y a Dibu, entre tantos otros jugadores tremendos. Pero, sobre todo, somos un seleccionado que sabe luchar en las buenas y en las malas. Y que, últimamente, tiene la costumbre de ganar.