9 de enero de 2023
Cultor del bajo perfil, el entrenador argentino superó la discusión entre líneas futbolísticas, vigente desde hace décadas, y apostó con éxito a un sistema simple y pragmático.
Receta. Lionel Scaloni creó un nuevo grupo en la selección y lo dotó de mística y una forma de juego.
Foto: Samad/Dachary/AFP
Tal vez ahora sí termine la dicotomía Menotti-Bilardo, que remitía al tiempo de las cavernas: Menotti fue campeón del mundial de 1978; y Bilardo, su sucesor, del de 1986 y subcampeón en 1990, cuando terminó su ciclo en el seleccionado. Pero ambos siguieron peleando y alimentando mitos propios y miserias del otro. Pasaron 32 años. Miren si no hacía falta dejar de lado aquello y mirar hacia adelante.
Mientras que a las nuevas generaciones no parece importarles algo tan en blanco y negro, otros todavía se agarran de ese choque pseudoideológico entre el estilo Menotti y el estilo Bilardo. Hasta que al borde de la Navidad de 2022 Argentina se consagra campeón del mundo en Qatar. Aparece Lionel Scaloni. De bajísimo perfil, está para otra cosa: para escribir su propia historia. Con el título, está a la altura de Menotti y Bilardo. Pero con la ventaja de no tener un opuesto, ser querido por la gran mayoría y no entrar en polémicas.
Ni siquiera cuando, hace unos años, un peso pesado como Diego Maradona dijo que la selección no era para él. Al menos de la boca para afuera intentó desdramatizar mientras muchos (pero muchos, eh) dramatizaban con la derrota en el debut mundialista ante Arabia Saudita. Vaya uno a saber qué le pasaba internamente, pero en lo externo transmitió serenidad.
Si en un momento quitó dramatismo («la vida real sigue después del mundial»), con la derrota mantuvo coherencia («el fútbol tiene estas cosas. No hay otra lectura que levantarse. Nos vamos a levantar»).
Tras perder con Arabia no titubeó al cambiar medio equipo frente a México. Así catapultó a tapados como Enzo Fernández, Julián Álvarez y Alexis Mac Allister. Esos cambios no afectaron el clima del grupo, una de las bases de su proyecto. En 2018, ante los rumores periodísticos de que se llevaba mal con Paulo Dybala, lo abrazó ante una cámara y disparó: «¿Ustedes piensan que tengo problemas con él? Este es un fenómeno, es un grande, no hagan cosas de una boludez, necesitamos que Argentina tire para adelante, no para atrás».
Equipo con nombre
En tiempos de redes sociales, fue víctima de burlas. En 2019, cuando iba en bicicleta por Mallorca, España, donde vive, fue atropellado por un automóvil y sufrió golpes, aunque sin consecuencias. Los memes fueron inmediatos. Hay que sumar los agravios intencionales que recibió por parte de grupos mediáticos hasta hace unos días. En algunos casos, demasiado violentos. Nunca jugó ese juego. Algo que lo hizo más fuerte. El plantel y la gente en general lo bancaron. El afecto, en ese sentido, es increíble.
En un país que carece de líderes confiables, queridos, Scaloni hoy debe ser un ícono. Es ejemplo de liderazgo: su silencio para dirigir se escuchó más que el ruido constante de aquellos que se pretenden ejemplificadores. Hechos, no palabras. Ser referente futbolístico en este país no es algo menor.
Cuando terminó el ciclo de Jorge Sampaoli tras Rusia 2018, pasó de ser su ayudante (analizaba rivales y hacía de nexo entre los jugadores y el cuerpo técnico) a ser el entrenador provisorio. En el medio entró en escena Claudio Tapia, presidente de la AFA desde 2017, con experiencia en eso de acompañar a los jugadores de las selecciones. A Tapia se le podrán recriminar varias cosas, pero es indudable que tuvo instinto al elegir y confirmar a Scaloni como entrenador cuando no lo había para los amistosos ante Guatemala y Colombia (septiembre de 2018), en Estados Unidos.
Scaloni y Tapia le sacaron el jugo a su relación con los futbolistas. Especialmente con Messi, entonces atacado por parte de la sociedad y del mismo mundillo del fútbol. Lo que comenzó provisorio se aceitó hasta convertirse en un seleccionado que ganaba y gustaba. Renovó plantel. Se fueron históricos y vinieron jóvenes. Tercer puesto en la Copa América 2019, título en el Maracaná ante Brasil en la Copa América de 2021 y la clasificación al Mundial de Qatar. También, la Finalísima, ante Italia, en Wembley, un 3 a 0 con momentos brillantes. Se notaba que había un equipo, una identificación. A ese equipo, a esa identificación, se la popularizó como «La scaloneta».
Hombre de Pekerman
En los 90, el fútbol juvenil de selecciones vivió una era dorada. La inició en 1994 José Pekerman, de tan bajo perfil como Scaloni. De cuatro mundiales juveniles, Argentina ganó tres: Qatar 95, Malasia 97 y Argentina 2001. Pekerman pasó a los mayores y su ciclo lo siguieron Francisco Ferraro (campeón en Países Bajos 2005) y Hugo Tocalli (campeón en Canadá 2007). Scaloni formaba parte de aquella camada de Roberto Ayala, Ariel Ibagaza, Juan Pablo Sorín, Diego Markic, Diego Placente, Walter Samuel, Esteban Cambiasso, Juan Román Riquelme, Javier Saviola y Pablo Aimar. De ellos, Scaloni hoy trabaja con Samuel, Ayala y Aimar.
Lateral derecho y volante, Scaloni debutó en la Primera de Newell’s en 1995 pero se consolidó al año siguiente en Estudiantes. El título juvenil de Malasia le abrió las puertas a Europa: Deportivo de La Coruña, donde es ídolo, West Ham, Racing de Santander, Lazio, Mallorca y Atalanta, en el que se retiró en 2015. Fue contemporáneo de varios de sus dirigidos. Un ejemplo: en Alemania 2006 compartió plantel con Messi. Otro: en el Atalanta fue compañero de Alejandro Papu Gómez.
Scaloni rompió con las teorías que indicaban que no se puede dirigir un seleccionado nacional sin experiencia previa. También gambeteó algo tan de estos tiempos: figurar todo lo posible. Hay una imagen –su imagen– que podría resumirlo. Messi avanza con la copa del mundo. Scaloni, detrás del grupo, sonríe y lo mira. Después todos saltan y el DT celebra con los brazos en alto. Casi casi que no sale en la foto.