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De primera mano

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En una tendencia que se viene profundizando, el fútbol reúne cada vez más numerosos entrenadores jóvenes, quienes en su mayoría asumen la conducción apenas dejan de jugar. Casos emblemáticos y análisis de un fenómeno con resultados dispares.


Referentes. Marcelo Gallardo, de River, y Diego Simeone, hoy en Atlético de Madrid, exponentes exitosos de entrenadores jóvenes. (Abramovich/AFP/Dachary – Gerard/AFP/Dachary)

 

Diego Simeone y Marcelo Gallardo tienen algo más en común que el sostenido éxito como entrenadores y la aparición reciente entre los candidatos a dirigir a la selección argentina. Ambos decidieron evitar la transición entre futbolista y técnico. En 2006, el Cholo se retiró en Racing y, al día siguiente, ya estaba con el buzo de entrenador en el banco. Lo mismo experimentó el Muñeco con sus compañeros de Nacional de Uruguay en 2011. No son casos aislados, es cierto. Pero ellos simbolizan, por presencia, una tendencia que se profundiza en el fútbol argentino: el salto directo de jugador a DT. O, en otros casos, después de unos meses del retiro o de un breve paso por las inferiores. La Argentina tiene la edad promedio de entrenadores más baja si tomamos en cuenta las principales ligas del mundo, como la italiana, española, inglesa y alemana. Es de 46,4 años. El salto de adentro hacia afuera de la cancha, eso sí, no asegura el éxito. En ocasiones, también se queman etapas.
«Años atrás se dio poco. Recuerdo a Pa­ssarella, que dejó River y enseguida asumió. Ahora hay muchos porque cambió la forma de trabajar, muchas situaciones que antes se manejaban diferente. Hoy el mercado necesita un técnico que esté a la par del jugador. Los chicos necesitan un técnico joven que los comprenda. No es que el grande no los comprenda, pero tiene otro modo de pensar, otros códigos, otra forma de ver. Las diferencias tal vez son más pronunciadas que antes», dice a Acción Jorge Ribolzi, 63 años, exayudante de campo de Alfio Basile. «Se da, primero, porque no hay ninguna exigencia de que eso sea una regla, y segundo porque una cosa es la experiencia y otra la sabiduría –sostiene Rubén Capria, 46 años, hoy analista de fútbol en la TV–. Guardiola estuvo poco tiempo en el Barcelona B y tomó el primer equipo. Entonces no sé si influye tanto la edad. Es relativa. Y acá los tiempos de desarrollo son más complejos. Subís y bajás, y si no tenés suerte en los resultados, cualquier ciclo se cae».

 

Para todos los gustos
Jorge Almirón, el técnico de Lanús, actual campeón, llegó en 2009 a ser jugador y entrenador en el equipo mexicano Dorados de Sinaloa. En ese país, al mando de Guadalajara, está Matías Almeyda, quien se retiró y asumió como DT en 2011 en River, cuando cayó a la B Nacional. Entre los técnicos de Primera División estaba Eduardo Domínguez: el año pasado recorrió ese camino en Huracán. Gabriel Milito trabajó un año en las inferiores de Independiente y se convirtió en técnico de Estudiantes de La Plata. A los 36, ya es el entrenador del Rojo. Entre el retiro y la asunción de Esteban González como entrenador de Belgrano pasó un año. A los 38, González reemplazó a Ricardo Zielinski en el equipo cordobés. Sebastián Méndez (38) dirige a Godoy Cruz. En 2010 se retiró en Banfield y, ese mismo año, se hizo cargo de San Lorenzo. Para Martín Palermo pasó poco más de un año desde que dejó de jugar en Boca y debutó como técnico en Godoy Cruz. Para Leonardo Astrada en River, también, un año, mientras que Rodolfo Arruabarrena y Lucas Bernardi, exjugadores de Tigre y Newell’s, respectivamente, esperaron solo 6 meses para asumir como entrenadores de los citados clubes. En 2007, Claudio Úbeda se retiró en Huracán y, a la semana, era el DT. Hay para todos los gustos, y con finales diferentes. Los equipos de Bernardi y Palermo, por ejemplo, tuvieron rendimientos irregulares. En ese sentido, luego de otro paso trunco por Arsenal, Palermo dirige hoy a Unión Española, un equipo menor de la liga chilena.

 

Experiencia en debate
«Hay mucha más oferta, mucha más gente que quiere ser entrenador y que tiene cualidades para hacerlo más allá de las edades. Hay tipos que tienen 35 años y una madurez para poder conducir un grupo y condiciones, y otros que por ahí no tienen tanta pasión por lo que hacen y pierden sensatez, esa facilidad de darse cuenta, de diagnosticar rápido. Del Bosque pudo manejar claramente a la selección española y el Real Madrid. Está en cada uno. Lo importante es que tenga el convencimiento, la muñeca para convencer a un grupo», explica Capria a Acción, quien dirigió cinco partidos –y perdió los cinco– en Atlanta en la B Metropolitana de 2014. Ya no hay, como en décadas anteriores, un círculo de entrenadores que se reparten los equipos. Hay, como marca Capria, más oferta. Los dirigentes confían en los técnicos jóvenes sin condicionamientos, prescinden de la experiencia. En un punto, funciona como un botón de muestra a los hinchas de que ellos también se modernizan.
«No hay algo especial con este cambio. Sí sucedió que muchos jugadores dejaron el fútbol y asumieron jóvenes en el cargo de entrenador porque hay un recambio. Y bienvenido sea que tengan esa posibilidad. Por supuesto, con vaivenes, con ir ganando experiencia año a año. No es fácil. No es lo mismo estar en el banco y tomar decisiones con 25 personas enfrente. Pero se van haciendo. Lo veo bien. Lo que sí digo es que hay que estar atento con los técnicos de experiencia. La experiencia vale y achicaría el margen de error. Los técnicos con trayectoria son útiles al menos desde otro lugar», aporta Ribolzi. Reducir la brecha generacional entre el entrenador y el técnico es un aspecto en el que Ribolzi insiste: «Lo que pasa es que la comunicación hoy es diferente, es el celular y las redes sociales. Te podés imaginar que para nosotros la comunicación es palabra a palabra, encerrado en un vestuario, para que no se entere nadie». Otro aspecto es la capacidad para dirigir a los jugadores que hasta ayer fueron los compañeros. Sortear ese primer escollo parece ser alentador para el futuro de la profesión. Simeone, con su fútbol físico y de a ratos de contraataque, y Gallardo, con su fútbol asociado y con vocación ofensiva, fueron además compañeros en la selección en los mundiales de Francia 1998 y Corea-Japón 2002. Pueden encabezar la antinomia futbolística argentina del siglo XXI, ahora desde el comando de Atlético de Madrid y River, hasta que alguien recuerde que, en su locura por el fútbol, tuvieron el mismo comienzo como técnicos.