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Diploma de partida

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Leandro Krysa comenzó a practicar el deporte a los 6 años. Luego de perfeccionar su juego a través del estudio, acaba de conseguir el título de Gran Maestro, el número 33 para la Argentina. El nuevo objetivo: competir en las Olimpíadas de 2018.

Cita. El porteño en el Abierto de Gibraltar. (Sophie Triay)

Para lo único que se queda sentado, ironiza, es para jugar al ajedrez. Leandro Krysa se consagró en 2017 con el título de Gran Maestro, el más alto de los que otorga la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE). Lo consiguió en el Abierto de Gibraltar, en febrero. De inmediato, el Gran Maestro –el número 33 en la historia argentina– consiguió clasificarse a la Copa del Mundo que se disputará en Tiflis, capital de Georgia.
A los 24 años Krysa también se recibió de periodista deportivo, aunque sus energías parecen estar puestas solo en el ajedrez. A la Copa del Mundo viajará con otros argentinos: Sandro Mareco, número uno del ranking nacional, y Diego Flores, actual campeón argentino. Su objetivo a mediano plazo es integrar en 2018 el equipo argentino de cinco jugadores que competirá en las Olimpíadas de ajedrez, el torneo internacional más importante.
 «Krysa es un chico que tiene un buen talento, que progresó con el estudio. Contó con el apoyo de Obras Sanitarias, y de una empresa. Eso le permitió salir y jugar contra los mejores. No pinta ser un pibe tan talentoso como Alan Pichot, pero no sería extraño que sea uno de los próximos jugadores olímpicos de la Argentina, que hoy tiene tres: Mareco, Federico Pérez Ponsa y Pichot», analiza Carlos Ilardo, periodista especializado en ajedrez. Las Olimpíadas serán en 2018, también en Tiflis, Georgia. Flores y Federico Peralta disputan las dos plazas restantes. El otro, que empuja de abajo, es Krysa.

De menor a mayor
El gran salto adelante de Krysa no escapa a la lógica del esfuerzo, más allá del talento individual a la hora de sentarse frente al tablero y las piezas blancas y negras. «Si vos querés crecer hay que estudiar, entrenarse. Una cosa es jugar todo el día con la computadora y pequeños torneos en Buenos Aires –explica Ilardo, autor del libro Jugadas de la memoria–. Y otra cosa es cuando te la pasás estudiando entre seis y siete horas por día y conseguís un profesor, como lo hizo Krysa, que estudia con Mareco, un jugador no tan talentoso pero muy fuerte en el estudio». Según lo apuntado por Ilardo más arriba,  el caso de Krysa no difiere del de su compatriota en lo que respecta a su afán por nutrirse de conceptos. De hecho comenzó de adolescente a jugar en Sociedad Hebraica y a tomar clases con un profesor los domingos por la mañana. Con una formación aún incipiente, se coronó campeón argentino sub 16 en 2008.  
En ese plano, la particularidad de Krysa se vincula con los resultados. Alcanza con señalar lo ocurrido en el reciente Abierto de Gibraltar, donde logró empates con el ítalo-estadounidense Fabiano Caruana, número dos del mundo, y Veselin Topalov excampeón mundial. El joven que empezó a jugar a los seis años con su abuelo sabe que su camino es competir con los mejores y quemarse las pestañas. «Hay mucho material con diferentes facetas relacionadas con la estrategia, movimientos de partidas, de cierres», reconoce Krysa, cuya frase de inspiración es de la película Gladiador: «Lo que hacemos en la vida tiene eco en la eternidad».

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