22 de noviembre de 2024
La selección alargó su ciclo victorioso con la obtención de la Copa América y su liderazgo en las eliminatorias. De Messi, Dibu y Lautaro, a la renovación inexorable, comenzará a escribirse otra historia.
La Bombonera. Tras su gran gol, el delantero del Inter abraza al rosarino, en la victoria sobre Perú, el 19 de noviembre.
Foto: NA
En 2011, cuando la selección argentina andaba más en zona de pregunta que de respuesta, el planeta hablaba de belleza porque hablaba del Barcelona de Pep Guardiola. Hablar es jugar con las palabras y, en consecuencia, las palabras para ese equipo se volvieron libros. En especial, uno. Se llamó Cuando nunca perdíamos y encadenó unos relatos hermosos sobre esa etapa que no solo traía belleza sino la extrañeza de ese título: nunca (quien dice «nunca», en el fútbol, dice «casi nunca») perdíamos. Trece temporadas más tarde, el nombre de aquel volumen sigue portando una extraordinaria capacidad de síntesis. Solo que ahora, como el tiempo persiste en proclamarse invencible, el Barcelona de Pep constituye un recuerdo atesorable. «Cuando nunca perdíamos» podría denominarse una obra que retrate a la selección argentina como equipo campeón de todo lo que se puede ser campeón.
Alguien dirá que las horas de 2024 partirán con «casi nunca» y no con «nunca» porque hubo caídas frente a Colombia (2-1, en Barranquilla) y contra Paraguay (1-0, en Asunción), ambas por las clasificatorias rumbo al mundial que viene, un objetivo hacia el que el equipo que conduce Lionel Scaloni transita sin sombras, más todavía luego de bajarle la cortina a otros doce meses felices con un éxito en la Bombonera sobre Perú por 1 a 0, con golazo de Lautaro Martínez.
Acaba primero en la tabla en una competición que premia con un pasaporte al mundial a los seis de arriba. Solo el futuro posibilitará medir si aquellos tropezones poseen profundidad o son apenas circunstancias. Lo seguro es que se trata de un ciclo de una longitud excepcional considerando que acontece en una época en la que casi todo se esfuma rápido. Cuando nunca perdíamos: Argentina disputó, en este almanaque, 16 partidos, en los cuales venció en 12, empató en dos (uno lo volcó a favor en los tiros desde el punto del penal ante Ecuador) y perdió en dos. Cuando nunca perdíamos: no hay análisis del presente que puede narrarse sin análisis del pasado –al menos, del pasado inmediato– y Argentina logró eso en el segundo de los calendarios transcurridos desde que salió campeón mundial en Qatar y en el tercero después de consagrarse en la Copa América escenificada en Brasil. O sea: ganó un montón luego de ganar más que un montón. Algunos sabios afirman que ganar es complicado, pero ganar después de ganar lo es más. El afecto popular, expresado por quienes pagaron 55.000 pesos por la entrada más barata del duelo contra Perú y palpable en cada vereda, no percibió ninguna rendija por donde diluirse. En la medianoche que continuó al escalón de cierre de 2024, lo supo sintetizar un muchacho que, envuelto en la 10 trucha pero sincera de Messi, escarbaba entre la basura en la avenida Rivadavia: «Un equipazo el nuestro».
Una nueva estrella. Celebración argentina al obtener la Copa América disputada en Estados Unidos, en julio de este año.
Foto: NA
La edad de oro
La cumbre en ese itinerario impresionante posee centro en otro primer puesto, el de la Copa América de los Estados Unidos. Final del 14 de julio, en Miami, de cara a la más firme Colombia en un extenso período. Un gol de Lautaro, en el suplementario, para que los tobillos emprendan la segunda vuelta olímpica consecutiva. Menos deslumbrante que en sus instantes topes (la última fase del mundial 2022), pero con riquezas colectivas e individuales más que suficientes como para justificar que su fútbol sea visto con los ojos abiertos, fue el mejor del torneo y también hubiera merecido (otra cosa es que se los hubieran dado) unos cuantos elogios si no se instalaba en la cúspide del podio. Con Lautaro lleno de certezas frente a las redes rivales, con Lionel Messi brillando cuando lo dejó el cuerpo (se lastimó en el duelo definitorio), con casi todo fotocopiando los apellidos y los esquemas de la experiencia qatarí, alargó sin fisuras una edad dorada en la que invariablemente se erigió como demasiado obstáculo para quienes se le pusieran enfrente.
Cuesta aceptarlo y no solo en el fútbol: contra los adversarios se puede, pero –de nuevo– contra el tiempo es más embromado. Por empezar, Messi. Con 37 cumpleaños, con las canchas yanquis como horizonte competitivo, con algunas lesiones, su porvenir en celeste y blanco siempre incluye la alegría, pero no resulta infinito. Nadie –ni siquiera él– conjetura sobre si nadará hasta el Mundial 2026 o llevará a sus compañeros hasta esa tentadora orilla. El tiempo: qué se le va a hacer. Ya hubo una verificación tierna y brava: Ángel Di María, uno de los nombres culminantes del devenir del fútbol argentino, se quitó la pilcha nacional para siempre apenas acabó la Copa América. Lo consiguió todo: calló a los labios fieros que lo acompañaron sin piedades en muchos tramos de su carrera y convirtió a esos labios en empalagadores de su juego. Si hasta Di María, concertista culminante de la orquesta hipercampeona, soltó el adiós porque el tiempo es el tiempo y le golpeaba la puerta, ¿cuánto durarán otras figuras?
Conducción garantizada. Scaloni, junto a Samuel, en la cancha de Boca. El cuerpo técnico logró ubicar al seleccionado en lo más alto.
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Más allá de la eternidad
Habrá, aunque los sentimentalismos legítimos inviten a sufrir, integrantes de esta era de nunca perder que irán quedando afuera. Habrá permanencias como los obvios Dibu Martínez, Cuti Romero, Lisandro Martínez, Alexis Mac Allister, Enzo Fernández, Rodrigo De Paul, Julián Álvarez, Lautaro y más. Y habrá convidados que ya entregaron huellas de que pueden ayudar en el intento de seguir sin perder. Nicolás Paz, por caso, que deslumbró con su cara aún semiignota y con sus botines encendidos en una breve aparición durante la goleada a Bolivia. O Alejandro Garnacho, consolidado en el Manchester United, pero acomodándose todavía a lo que demanda la selección. O Valentín Castellanos, apilador de goles en pastos europeos que puede reforzar las variantes de ataque. O Valentín Carboni, con una lesión fea en el último tramo, pero sumado al plantel en la Copa América. O Leonardo Balerdi, titular en la despedida anual con los peruanos. O esos jugadores que, a causa de las asimetrías feroces con las que la economía de mercado impacta en los estadios, migraron tempranísimo e, igual, son registrados por las pupilas eficaces de Scaloni y sus compañeros en la dirección del grupo. No sobrevendrá algo radicalmente distinto, aunque alumbrarán los movimientos inexorables de cambio como asumió el propio Scaloni tras un semestre segundo levemente más bajo que casi todo lo que lo precedió. La memoria de la selección campeona perdurará eterna, pero su composición no tiene modo de ser eterna. Por fuera de lo que plantea el juego, un dato de la selección acaso describa ciertos rumbos del poder, de las políticas de la Asociación del Fútbol Argentino y, más abarcativamente, de la industria del espectáculo: hubo 10 de las 16 actuaciones de Argentina en 2024 que fueron desplegadas sobre el césped de los Estados Unidos (cuatro amistosos y los seis encuentros del camino de la Copa América). Lo que nunca. Un hito solo edificable ahora, en una condición relativamente nueva –y potente: la sede del próximo mundial es América del Norte– de la geopolítica de la pelota. Y otro dato de la selección, tampoco estrictamente deportivo, que corrobora más brotes virtuosos: en diciembre, llegará a las librerías «El tiempo de los árboles», una novela emocionante de Matías Manna, miembro del cuerpo técnico. No necesita ser bautizado Cuando nunca perdíamos para poseer valor literario y futbolero de victoria. Pero, quizás, supone una señal poética de que, con las raíces de una herencia virtuosa y conmovedora, comienza a escribirse otra historia.