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El espejo Ginóbili

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Líder de la Generación Dorada y clave para la llegada de jugadores argentinos a la NBA, el bahiense de 41 años cierra, con su retiro, una etapa fundamental de la disciplina. Sus virtudes de juego y el compromiso fuera de la cancha: legado y desafíos.


Río 2016. Manu ataca el aro de Brasil durante un partido de los últimos juegos olímpicos, el certamen que marcó su despedida del seleccionado. (Ralston/AFP/Dachary)

Si cada vez que se piensa en la Generación Dorada se llega de manera inevitable a la influencia de León Najnudel, el padre de la Liga Nacional, lo que venga en el básquet argentino se tendrá que pensar a partir de Emanuel Ginóbili. Aunque el retiro en un jugador de 41 años puede resultar previsible, la decisión de Manu abre un desafío para todo lo que siga desde ahora. Que ya no esté más en la actividad profesional –un alejamiento que ya se había producido con la selección argentina– implica el cierre definitivo de una etapa, y a la vez, el nacimiento de otra, todavía envuelta en la incertidumbre.
Con humor, lo tuiteó Andrés Nocioni un rato después de que Ginóbili anunciara que no volvería a salir a una cancha con San Antonio Spurs. «Por fin se decidió!!! Gracias Manu! Por fin la señora de la esquina, los mozos del café, el de la estación de servicio, etc, etc… van a dejar de preguntarme!!! Desde hoy vivo mi post Ginobili, tranquilo al fin!!! De tu carrera que más voy a decir! Gracias Totales!!!», escribió Chapu.
Y aunque bromeaba, el exalero de Chicago Bulls terminaba por expresar algo que le pasaba al básquet: el retiro de Ginóbili era el último nudo para terminar de desatar a la Generación Dorada, ese grupo de jugadores que no solo consiguió la plata en el Mundial de Indianápolis 2002 (sobre todo el triunfo frente a Estados Unidos) y el oro olímpico en Atenas 2004, sino que implicó el desembarco masivo de jugadores argentinos en la NBA. Es cierto que Luis Scola todavía continúa en la aventura, incluso con la selección, y que lo mismo ocurre con Carlos Delfino, pero son los últimos flashes, un eco de lo que fue.

Vara alta
Hay una colección de títulos en Ginóbili. Además del subcampeonato en Indianápolis y el título dorado en Atenas, Manu acumuló el bronce en Pekín 2008, los cuatro anillos con San Antonio Spurs en la NBA, donde dos veces fue All Star y otra vez fue elegido el mejor sexto hombre, además de que también se quedó con dos Copas de Italia, una liga y una Euroliga cuando jugó para el Kinder Bolonia. Sin embargo, no son (solo) esas coronas lo que deja Ginóbili, sino un espejo para el básquet, una vara con la cual medirse.
Manu y sus amigos fueron posiblemente una consecuencia de la Liga Nacional, una organización y una competitividad que hizo crecer a los clubes. «En nuestro país el básquetbol ya ha culminado, y con creces, hace mucho tiempo con su etapa de difusión. Se jugaron 49 Campeonatos Argentinos que, sin duda, sirvieron para ese paso fundamental. Hoy es el momento de darle calidad al básquetbol argentino y de masificarlo plenamente, de brindarle organización, posibilidad de desarrollo y economía suficiente para poder solventarlo», decía el entrenador Najnudel a principios de la década del 80. Así, junto con  Osvaldo Orcasitas, periodista de la revista El Gráfico, pusieron la primera piedra de la Liga, que debutó en 1985.
Se trató del contexto ideal para que Ginóbili y Juan Ignacio Sánchez crecieran en Bahía Blanca, Luis Scola en Capital Federal, Delfino y Nocioni en Santa Fe, y Fabricio Oberto en Córdoba. Más allá de los que equipos donde jugaran (Manu debutó en Andino, de La Rioja, y Nocioni en Racing), ahí estuvo el núcleo de lo que fue la selección argentina, deporte por deporte, más impactante de todos los tiempos, veinte años juntos en la élite.

Rol decisivo
Sin embargo, el éxito de ese equipo no deparó en dos décadas de desarrollo para el básquet, como quedó expuesto en 2014 cuando la Confederación Argentina de Básquetbol (CABB) saltó por los aires con una deuda oculta de más de treinta millones de pesos y un vaciamiento que derivó en crisis institucional. Fueron los jugadores de la Generación Dorada, con Scola a la cabeza, los que enfrentaron el desastre. Ese movimiento fue clave para terminar con una dirigencia muy cuestionada, además de denunciada en la Justicia. Primero fue una intervención y luego la reinstitucionalización, que hoy comanda Federico Susbielles. «Fue como haber sido campeones del mundo», dijo Scola en su momento sobre los cambios en la dirigencia. Pero eso implicó que se perdieran quince años de trabajo, acaso un tiempo difícil de recuperar.
Ese nivel de compromiso también fue un sello de agua de la Generación Dorada, que además acompañó el crecimiento de jugadores como Nicolás Laprovíttola, Patricio Garino, Marcos D’Elia, Nicolás Brussino, Facundo Campazzo y Gabriel Deck, la figura de San Lorenzo que se fue al Real Madrid. En esos nombres está el futuro inmediato del básquet argentino. Una idea de la CABB es que algunos de los miembros de la Generación Dorada puedan trabajar dentro de la estructura de una selección que conduce un hombre para nada ajeno a todo ese proceso, Sergio Hernández, el Oveja. Pero no va a ser fácil, al menos por ahora, y menos con Ginóbili, que se quedará en San Antonio y, en todo caso, estará cerca de los Spurs.
Manu deja el Eurostep como movimiento y su juego ofensivo como marca definitiva, aún en un equipo como los Spurs de Greg Popovich, si se quiere más defensivo, pero en donde él, tantas veces sexto hombre, era el encargado de atacar el aro. Ginóbili trasladó mucho del espíritu de la Generación Dorada a los Spurs, donde también se construyó una especie de cofradía, un equipo de perfil bajo que ganó todo. Tim Duncan fue el gran líder. Tony Parker fue una pieza clave. Y Ginóbili, sin dudas. Algo que suelen destacar en San Antonio es cómo Manu aprendió el modo de liderazgo de Duncan cuando este ya no estuvo más. Fue un liderazgo silencioso, a base de gestos.
En la selección argentina, Manu fue Ginóbili, la figura, pero supo dejar también el lugar a sus compañeros, correrse de las luces, incluso durante el conflicto en la CABB. Por eso, además del juego, de lo que fue como jugador, hay algo más simbólico en el legado de Ginóbili. Porque lo que deja, sobre todo, es la búsqueda del ideal. Ser como Manu. Ahí estará la cuestión para lo que venga en el basquet argentino, lo que no tiene que confundirse con lo que también será inevitable para muchos: buscar el nuevo Manu, el que triunfe en la NBA, el que consiga títulos con la Argentina. Ser como Manu significará entender que todo se construye dentro de lo colectivo, como él lo hizo con la Generación Dorada, y que alimentar la Liga Nacional es parte del proyecto de tener una gran selección. Todo ese camino fue la gran virtud de estos años. Eso es lo que hay que observar.