8 de diciembre de 2024
El tandilense dejó una huella imborrable en el deporte argentino al ganar un Grand Slam y la Copa Davis. El calvario de las lesiones, su disputa con Nalbandian y el recuerdo de Maradona.
Partido final. Delpo ensaya uno de sus clásicos golpes en la exhibición del 1 de diciembre ante 25.000 personas, en el estadio Terán de Weiss.
Foto: NA
El retiro definitivo del tenista Juan Martín del Potro, a sus 36 años y en una exhibición ante el más ganador de la historia, Novak Djokovic, es todo un símbolo para entender cuánta importancia tuvo este deporte en nuestro país en los últimos 20 años. Se va un gran jugador que deja un sinfín de historias para que sea recordado por distintas generaciones.
Podemos mencionar, por caso, lo ocurrido en la primavera de 2008. Del Potro tenía 20 años recién cumplidos y venía embalado por un rápido ascenso en el top mundial del circuito de tenis profesional. Tanto que le hacía sombra a David Nalbandian, el mejor tenista argentino desde los tiempos de Guillermo Vilas y Gabriela Sabatini. Nalbandian mezclaba calidad con garra y a sus 26 era el referente argentino de la Copa Davis, anhelado torneo que Argentina lograría recién en 2016. Le decían «Rey David» y tenía hinchada propia. También carácter fuerte, liderazgo. En contrapartida, ese año Delpo era la figura del equipo que había clasificado para jugar la final contra España, en Mar del Plata. Hasta ahí, todo bien. O más o menos bien.
Los egos entraron en escena. Nalbandian había sido eclipsado por ese pibe callado y altísimo (La Torre de Tandil, le decían, le dicen: 1.92 metros) que dejaba todo lo económico en manos de su padre, Daniel. Si la situación era tirante, desde entonces se volvió nula. Aunque con excepciones, como cuando Nalbandian le hacía valer su ascendencia en el equipo. Antes de esa final, Nalbandian pretendía que el escenario fuese su provincia, Córdoba. Y Delpo, Mar del Plata. La tercera opción era el Terán de Weiss, en Parque Roca. Ganó Mar del Plata y todo estalló. Con un equipo dividido, no solo por la designación de la sede sino también por el reparto de los premios.
Finalmente, y sin Nadal en España, Argentina dilapidaría la gran chance de ganar la Copa Davis por primera vez en su historia. El hecho quedó grabado en la memoria del deporte argentino, y ahí ya se veía el carácter y el temple de un jugador con condiciones para ser líder. Ese año, 2008, a Delpo no le fue mal en lo individual: quedó noveno en el ranking ATP y ganó cuatro torneos. Ese año, entonces, fue el de su salto a la historia grande del tenis.
Nueva York. Emocionado, levanta el trofeo del Abierto de Estados Unidos. Detrás, el rival al que venció, Roger Federer.
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La explosión
En 2009 Delpo pateó el tablero. Participó de la Davis en el marco de un barajar y dar de nuevo. El extenista Tito Vázquez era el nuevo capitán y no se llevaba bien con Nalbandian pero sí con el tandilense. «Si lo hubiesen tratado como se merecía, el resultado hubiera sido otro. Le crearon una imagen muy negativa», le diría Vázquez tiempo después al periodista Sebastián Torok, autor del libro El milagro Del Potro. Para ese mismo trabajo, Vázquez comparó a los tenistas. Dijo que a Nalbandian le dolió «dejar de ser el actor principal» cuando el estadio Roca aplaudió a rabiar a Del Potro en la semifinal ante Rusia, en 2008. Y después: «Hubo un tema de egos, no se comprendió que si lo aceptaba (Nalbandian a Del Potro) se habría ganado la ensaladera mucho antes, y él también habría quedado como el rey, de cualquiera manera».
Así que ya más suelto de cuerpo y consolidado en el circuito, Delpo se convirtió en figura internacional. Y del deporte argentino. En septiembre rompió el molde al derrotar a Rafa Nadal, una leyenda, en la semifinal del Abierto de Estados Unidos (triple 6-2). En la final, otro hito: venció a Roger Federer, que venía de ganar el Abierto en los últimos cinco años. Todo el mundo hablaba de él. Los medios lo enaltecían, muchos de ellos lo invitaban a los programas de tv. Las modelos elogiaban su belleza. Los pibes querían jugar al tenis para ser Del Potro. Las firmas más importantes, auspiciarlo. Era un talento deportivo que hablaba poco y jugaba mucho. Y que mostraba una fuerte personalidad.
De ahí en adelante, Del Potro se instaló entre los grandes. No paró de ganar. Su retiro, en 2022, le dejó al deporte argentino 22 títulos ATP; dos medallas olímpicas (Londres 2012, bronce; y Río de Janeiro, plata), la obtención de la Copa Davis (en 2016) y el Grand Slam en Estados Unidos. Pero, a la par de los triunfos, Del Potro debió convivir con el lado oscuro de un deportista: las lesiones.
Las operaciones y los analgésicos fueron apenas algunas de las formas que encontró para calmar dolores recurrentes. Recorrió el mundo detrás de médicos que no pudieron solucionarle el desgaste físico. El deporte de primer nivel tiene estas cosas. Juan Manuel Herbella, médico argentino y exfutbolista, contó que cada mañana, al levantarse, debe hacer un movimiento de sus tobillos para caminar normalmente. Gabriel Batistuta nunca se recuperó de las lesiones y de las infiltraciones. El exbasquetbolista Fabricio Oberto (49 años) padece todavía las consecuencias de saltar con su cuerpo de 2.08 metros de altura y 116 kilos de peso.
Grandes. Del Potro con Gabriela Sabatini y Novak Djokovic, la última función de su laureada carrera.
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Confesiones a la hora del crepúsculo
Del Potro aún hoy sufre los dolores en las muñecas y las rodillas. Hace días, entre lágrimas, contó sus padecimientos. Fue en la previa al partido de exhibición que ganó 6-4 y 7-5 el domingo 1 de diciembre ante su amigo Djokovic. En el Terán de Weiss, 15.000 personas se emocionaron y aplaudieron en lo que fue el «encuentro despedida». De paso colaboraron para que Delpo recaude una considerable suma de dinero que le permitirá costear deudas originadas en temas familiares. Cuando su padre falleció, en 2021, supo de malos negocios, de pésimas inversiones. Se deprimió, lloró, se cayó y se levantó.
Pero a esta historia le podemos poner un buen final. No solo porque en la despedida salió todo bien: el gesto de dejar su vincha colgada de la red como símbolo del adiós a las canchas fue la frutilla del postre.
Volvamos a 2016, cuando Argentina jugó otra final de Davis. Ya no estaba Nalbandian para pelearle el liderazgo. Ahora era él, Delpo, el líder del equipo que el 27 de noviembre de ese año le ganó a Croacia 3-2 nada menos que en Zagreb. Junto a él, Federico Delbonis, Leonardo Mayer y Guido Pella. Daniel Orsanic como capitán. Esa victoria fue tan importante como la del Abierto de Estados Unidos del 2009. Tanto que a su regreso fueron recibidos en la Casa Rosada.
En aquel partido de Zagreb, uno de los testigos presenciales fue su amigo Diego Maradona. Diego se llevó como recuerdo la raqueta de Delpo. Se lo contó a Torok a través de una carta que se publicó en el libro. Entre otras cosas, allí escribe que «Martín se ganó el corazón de todos los argentinos». Manda a «buscarla al ángulo» a quienes alguna vez lo tildaron de pecho frío: «Del Potro –comparó– tiene dos huevos grandes como las piedras de Tandil». Pero la mejor definición está en las últimas líneas: «Delpo fue Maradona contra los ingleses».
Una pintura que habla por sí sola de lo que fue Del Potro. Cosa de grandes.