Después de una exitosa carrera amateur, Vasyl Lomachenko consolidó sus progresos con títulos en las categorías ligero, pluma y superpluma. La preparación de su padre para forjar un estilo al que varios especialistas comparan con el de Mohamed Alí.
28 de diciembre de 2018
Nueva York. Ingreso del ucraniano para enfrentar al cubano José Pedraza, en noviembre. (Al Bello/Gina/AFP/Dachary)
Apenas doce peleas profesionales le bastaron a Vasyl Lomachenko para erigirse en la nueva gran figura del boxeo mundial. El ucraniano, de 30 años, ostenta ya un récord difícil de igualar en el corto y mediano plazo al erigirse como el púgil que menos ha tardado en consagrarse campeón del mundo en tres categorías distintas. Su vertiginoso ascenso no resulta una sorpresa si se consideran sus impactantes números como amateur: 396 victorias y 1 sola derrota. Con el agregado de dos oros olímpicos (Beijing 2008 y Londres 2012) y dos títulos mundiales.
A pesar de esos promisorios antecedentes, el salto al profesionalismo implica esfuerzos, –entre ellos una preparación de alto nivel– que no siempre deparan éxitos inmediatos. No fue el caso de Vasyl, quien acaba de dar el golpe más importante de su carrera al conquistar el título mundial de peso ligero (hasta 61 kilos) de la Organización Mundial de Boxeo (OMB) frente al cubano José Pedraza. En juego también estaban los cinturones de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) y The Ring –otras de las entidades– que ya poseía el ucraniano.
En la unificación ante Pedraza, Lomachenko se quedó con todo. Porque también hay que consignar que, previamente, había conseguido las coronas mundiales en las categorías peso pluma y superpluma de la OMB. De ahí que hoy su nombre sea reconocido no solo por las organizaciones del deporte de los puños sino también por prestigiosos medios internacionales y, sobre todo, por el público. Un dato ilustra su lugar actual: según la encuesta de la cadena Sky Spors los aficionados lo señalaron como el mejor púgil del momento.
Camino al andar
Para entender el éxito del boxeador nacido en la ciudad de Bílhorod-Dnistrovsky, sudoeste de Ucrania, conviene repasar su historia. Como suele suceder con otros deportistas, el papel de su padre fue determinante para su crecimiento. Anatoly Lomachenko, quien también sobresalió en el pugilismo y entrena a Oleksander Usyk, otro de los grandes exponentes actuales, comenzó a forjar a la carrera de su hijo desde los cuatro años, cuando le regaló sus primeros guantes. De a poco comenzó a prepararlo con una rutina de entrenamientos –que incluyó tecnología aplicada y prácticas de otros deportes– hasta que a los 9 años se produjo un corte en ese aprendizaje que lo terminó beneficiando: comenzó a estudiar danza y ballet. No casualmente, cuatro años después Vasyl regresó a los rings con una velocidad, balance y coordinación de piernas que le permitieron desarrollar un estilo ganador y vistoso. Incluso algunos identifican ciertos atributos con los del legendario Mohamed Alí. «Es desde el punto de vista técnico el mejor boxeador que visto desde Ali», sostuvo un Bob Arum, director de Top Rank, una poderosa y reconocida promotora del mundo del boxeo.
Más allá de las comparaciones, lo concreto es que Lomachenko reduce a sus oponentes a su mínima expresión por dominar las peleas con ataques estudiados, beneficiados por la aplicación de la tecnología, aspecto clave en su formación. De hecho, utiliza microchips en sus guantes para medir todos sus golpes. A ese factor se agrega su fortaleza psicológica. El ucraniano tiene en su equipo a un psicólogo que lo entrena con ejercicios de destreza mental, por ejemplo al exigirle resolución de problemas matemáticos o deletrear palabras en medio de un entrenamiento físico. El objetivo es que pueda mantener su cabeza activa y logre superar dificultades en momentos de alta presión.
De cara al futuro, el ucraniano apuesta a engrosar su exitoso curriculum. Y tiene como principal meta enfrentar al estadounidense Mickey García, quien ostenta un récord de 39 triunfos y ninguna derrota. Habrá que ver si el combate se realiza en 2019. Por lo pronto el camino de Lomanchenko por la disciplina parece destinado a los grandes eventos. Él mismo lo sabe y por eso no le teme a una frase que es toda una declaración de principios: «No quiero ser un boxeador, quiero ser una leyenda».