El pilotó inglés fue una de las grandes figuras deportivas de 2020 al consagrarse heptacampeón e igualar la cantidad de trofeos de Michael Schumacher. Su lucha contra la discriminación racial y a favor del medioambiente, el otro lado de su trayectoria.
10 de diciembre de 2020
Hombre récord. Vencedor del Gran Premio de Turquía, el conductor de Mercedes celebra la obtención de una nueva corona, en noviembre. (Ozan Kose/Pool/AFP)
La acción que podría definir a Lewis Hamilton en 2020 sería la de derribar. Derribar cosas. Con la temporada de Fórmula 1 a punto de comenzar, el piloto británico, comprometido con la lucha por la igualdad racial, fue uno de los que apoyó que se tirara abajo la estatua de Edward Colston, un traficante que hizo su fortuna en Bristol, Inglaterra, con el comercio esclavista entre 1672 y 1689. La figura de Colston fue lanzada al agua. «Era un monstruo», dijo Hamilton y pidió que en ese lugar se levante un homenaje a las personas que Colston arrojó al mar por estar enfermas, por no servir como esclavos.
Mientras levantaba esa voz, y reclamaba abatir más monumentos, el piloto se imponía otro desafío: derribar el de los mitos, superar a Juan Manuel Fangio y alcanzar a Michael Schumacher con siete títulos de F1. Lo consiguió en Turquía. Como con la lucha por la igualdad, Hamilton también va por más.
Fueron tiempos de revueltas en Estados Unidos por los crímenes policiales contra la comunidad negra. Y también de un deporte en suspenso por la pandemia de coronavirus. El 12 de marzo, cuando tenía que comenzar la temporada, fue Hamilton uno de los que encabezó la rebelión para que todo se suspendiera. Si el mundo se había paralizado, ¿cómo era posible seguir con el circo? Cuando a mitad de año, la F1 retomó la temporada, reprogramó fechas y escenarios, Hamilton avisó que no se quedaría callado sobre otros asuntos. «Es importante que aprovechemos este momento y lo usemos para educarnos a nosotros mismos, para realizar cambios reales cuando se trata de garantizar la igualdad y la inclusión», dijo. Mercedes, su escudería, lo acompañó. Dejó el color plata del auto y lo pintó de negro. Se sumó al movimiento Black Lives Matters.
Hamilton señaló, de todos modos, que estaba en un deporte dominado por blancos. Que no lo olvidaba. Él podía decirlo: es el piloto que hace mover la industria como ninguno. Hijo de Carmen, británica, y de Anthony, un afrobritánico, una pareja que, cada uno a su modo, hizo lo suyo para que el hijo sea el fenómeno que es. Carmen y Anthony se separaron cuando Lewis tenía dos años. El chico se quedó con la madre hasta que ella, con su nueva pareja, se mudó a Londres. La decisión fue que Lewis se quedara con el padre en la ciudad donde nació, Stevenage, al norte de la capital inglesa. A los 12, ya corría karts. Anthony fue el encargado de acompañarlo. También de presionarlo, algo que produjo cortocircuitos en la relación de ambos. Hamilton creció en ese contexto, lo que quizá explique también cómo nada lo hace temblar.
En una temporada que comenzó con el Gran Premio de Austria, con él (y otros 13 de los 20 pilotos) poniendo una rodilla en el suelo de la grilla de largada, con la F1 sumándose con consignas como End racism (fin del racismo) y We race as one (Corremos como uno), su meta estaba en obtener el séptimo título. Acumuló victorias en los grandes premios de Estiria, Hungría, Gran Bretaña, España, Bélgica, Toscana, Eiffel, Portugal, Emilia-Romaña, Estambul, Baréin. Hamilton es el hombre con mayor cantidad de triunfos (95, por ahora), un récord que también consiguió este año superando al alemán Schumacher, que ganó 91 carreras. Ese número lo alcanzó nada menos que en Nürburgring. En el podio, a Hamilton le dieron un casco de Schumacher, que fue su ídolo, el piloto que admiraba, con el que ahora comparte reinado.
Romper el consenso
Hamilton consiguió su séptimo campeonato de F1 a los 35 años, la misma edad que Schumacher, quien hace seis años sufrió un accidente esquiando y, desde entonces, su familia guarda absoluto celo sobre su estado de salud. El dominio de Hamilton, es cierto, es el dominio de Mercedes. Si bien consiguió su primer título en 2008 con McLaren, ganó seis de las últimas siete temporadas con la marca alemana. Y si en 2016 no se coronó fue porque se lo arrebató el alemán Nico Rosberg, su compañero de equipo, y uno de sus principales rivales.
La hegemonía de Mercedes es uno de los puntos con el que los críticos de Hamilton matizan sus triunfos. «No es culpa nuestra si somos buenos», respondió el heptacampeón. «El 90% de los pilotos de la grilla podría ganar con el actual Mercedes», dijo el piloto holandés Max Verstappen. Y luego está la comparativa histórica. Es conocido un estudio de la Universidad de Sheffield realizado a partir de un modelo matemático que determina que por diversas variables –y por la influencia de la máquina– Fangio fue el mejor de todos los tiempos más allá de los récords.
Pero a Hamilton tomar posición, ser activista ambiental, alzar la voz por la igualdad racial, también le genera cuestionamientos. Rompe el consenso. Están quienes le señalan a Hamilton haberse instalado en Suiza (luego se mudó a Mónaco) para pagar menos impuestos o moverse en un ámbito de celebridades, mostrar sus joyas y tatuajes. La prensa británica suele criticarle ese costado. Hasta le reprochan su acento, que no es todo lo british que quisieran, tiene tonos estadounidenses. Pero el fondo siempre es su discurso. «Muchos se hartaron de sus sermones moralizantes», escribió el cronista del Daily Mail, John McEvoy.
Aún con las divisiones que pueda generar, Hamilton se convirtió en leyenda. Tiene récords de títulos, récords de triunfos, pero también plusmarcas que quedan hechas apostillas al lado de todo lo demás, como la mayor cantidad de poles position, la mayor cantidad de podios. Y, sin embargo, Hamilton es mucho más que sus números, simboliza también al ganador que pelea por los suyos. Si la NBA tuvo en 2020 a Lebrón James, la F1 lo tiene Lewis Hamilton. «No dejes que nunca nadie te diga que no podés concretar los sueños», dijo en Turquía después de ganar su séptimo título. Hamilton está dispuesto a derribar estatuas y marcas, y también a señalar un camino.