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Con el liderazgo de Messi y la conducción de Sabella, Argentina buscará superar el estigma de las últimas cinco copas del mundo, en una competencia que reunirá a calificadas selecciones.

Crack. Messi, pieza clave de una selección que sueña con obtener su tercer mundial. (Emmanuel Dunand)

Un fantasma recorre la Argentina: es el de los cuartos de final, instancia que no pudo superar el seleccionado en las últimas dos décadas. Desde Estados Unidos 94 para acá ese fue el tope con el que se encontró la selección en cada Mundial. No hubo nada más. Octavos de final contra Rumania después del doping de Diego Maradona, cuartos de final contra Holanda en Francia 98, una maldita primera fase en Corea-Japón (2002), cuartos de final contra una Alemania local (2006) y la misma instancia con el mismo rival durante la aventura maradoniana en Sudáfrica (2010). Brasil 2014 es el territorio para quitarse el estigma, para espantar los fantasmas.
Hay que preguntarse si en ese concierto internacional del fútbol que es el Mundial, a la Argentina, entonces, no le corresponde ocupar ese lugar. O sea: si ante las selecciones más exigentes del mundo se puede cruzar la barrera para entrar, al menos, entre los cuatro mejores. Se cree que se puede porque con el jugador más espectacular del planeta en el equipo la vida tendría que ser otra. Lionel Messi llegará con lo que muchos dicen es la edad ideal del jugador –cumplirá 26 años el 24 de junio, justo un día antes de que la Argentina juegue con Nigeria en Porto Alegre su tercer partido de la fase de grupos– y con el cuerpo dispuesto a liberar buenas cantidades de endorfinas para lograr el objetivo mundialista, sobre todo después de una temporada errática con el Barcelona.

Hay equipo
Messi ha tenido bajo la administración de Alejandro Sabella, acaso como nunca antes, un equipo a su antojo. Si hubo un mérito del entrenador en los últimos tres años, fue haberle sacado el jugo al rosarino, haberlo escuchado para rodearlo con los jugadores con los que él quería rodearse. Son tres nombres: Ángel Di María, Gonzalo Higuaín, y, sobre todo, Sergio Agüero. En ese frente de ataque basa sus argumentos la Selección. Sabella ni siquiera optó por tener como alternativa a Carlos Tevez, goleador del Calcio italiano y campeón con la Juventus. Cedió a las presiones –incluso políticas– para sostener la vida en armonía de su grupo de trabajo: es indisimulable que Tevez no tiene una buena relación con Messi y sus amigos, como también que es un jugador incómodo para mantener en el banco de suplentes.
Sabella construyó un equipo con fortalezas –el ataque–, debilidades –la defensa–, e incertezas –el mediocampo– pero, al cabo, construyó un equipo, lo que en resumen significa poner una idea sobre el campo de juego. Es la que se vio en las Eliminatorias con los jugadores que consiguieron la clasificación. Tendrá que hilar fino, sobre todo en algunos aspectos, como la recuperación de Fernando Gago, al que considera una pieza clave para el juego y que, además de la lesión que arrastra, terminó el torneo en un bajo nivel con Boca. Si no lo consigue, necesitará de alternativas.

Riesgos e ilusiones
Argentina enfrentará una primera fase que implica poco desgaste para llegar a octavos, con rivales que, en principio, resultan accesibles. El sorteo le entregó al trío Bosnia-Herzegovina, Irán y Nigeria en el grupo F. Un debutante europeo, una selección asiática que nunca atravesó el primer tramo en las tres veces que participó de un mundial, y un viejo conocido: será la cuarta vez que se encuentre a los africanos en la parte inicial. Siempre le ganó. El cruce de octavos, si la selección de Sabella consigue el primer puesto, es con el segundo del grupo E, que tiene a Suiza, Ecuador, Francia y Honduras; pero a los mundiales, ya se sabe, los digita el demonio.
Si la Argentina sólo piensa en espantar el fantasma de los cuartos de final, Brasil organiza el Mundial 2014 para buscar desquite por el Maracanazo de 1950. El dolor por aquella derrota con Uruguay en su casa no fue aplacado ni siquiera por los cinco títulos que vinieron después. Nadie quiere pensar en Brasil la posibilidad de que esta vez se les escape de las manos. Conducido por Luis Felipe Scolari, Brasil armó un equipo fuerte en defensa con Thiago Silva, el capitán, y David Luiz como dupla central, y Dani Alves y Marcelo en los laterales. El resto de la base la componen dos hombres que se reparten la mitad de la cancha (Luiz Gustavo o Fernandinho, y Paulinho), tres que se paran en ataque pero más retrasados (Neymar, Oscar y Hulk o William), y un delantero neto: Fred. Su juego es directo, lo que se dice un equipo vertical.
A Brasil, el gran candidato, le siguen otros favoritos. Argentina es uno de ellos, pero también –y sobre todo– la Alemania de Joachim Low, que exhibe un nuevo estilo para el fútbol de ese país, apoyado en el toque y la posesión, con una generación de jugadores que incluye algo impensado hace tiempo: futbolistas de ascendencia extranjera, como Mesut Özil (de origen turco), o Lukas Podolski y Miroslav Klose (ambos de Polonia). A ellos hay que sumarle a España, último campeón, todavía con Vicente Del Bosque en el banco, aunque con un promedio de edad superior en el plantel y con jugadores clave, como Xavi Hernández, que no están en su mejor nivel.
Pero otras selecciones también llegan con apetencias de lograr la Copa del Mundo. Holanda y Bélgica son dos de ellas. Inglaterra, aun con sus limitaciones futbolísticas, también se anota. Está dentro de un grupo donde hay una selección carnívora como Italia, que apuesta a un estilo más sutil que el que indica su historia, y una selección fuerte como Uruguay, que vuelve al escenario donde montó su épica. Nadie en ese mundo celeste deja de soñar con otro Maracanazo el 13 de julio, así como nadie en la Argentina deja de hacer cuentas para ver cómo puede ser el camino después de la primera fase, donde existe la posibilidad –así es un mundial– de que otra vez en los cuartos de final se cruce Alemania. Sacarse esa maldición será una de las obsesiones para la Selección.

Alejandro Wall

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