12 de agosto de 2025
El Gobierno de Milei intenta asfixiar económicamente a las instituciones deportivas con la suba de las alícuotas al sistema previsional. Las sociedades anónimas contra el modelo solidario.

Lanús. Una entidad con alrededor de 25.000 socios y socias que alberga numerosas actividades deportivas y sociales.
Foto: Mauro Torres
¿Qué será lo que tienen los clubes? ¿Qué será eso que tienen que les permite resistir lo que otros, aun queriendo resistir, no resisten o lo que muchos ni siquiera intentaron resistir? ¿Qué será, de verdad qué será, lo que singulariza a los clubes argentinos para que no se los devoren durante la hegemonía de un Gobierno nacional que fulmina las construcciones colectivas y las pone a disposición de las corporaciones más concentradas? ¿Qué será de fuerte en los clubes como para que ese Gobierno se obligue a inventar una nueva herramienta: subir la alícuota del régimen especial de aportes previsionales del 8% al 19,2%? ¿Qué será que son los clubes que, aunque sea por ahora, el Gobierno no puede imponer ni siquiera esa herramienta?
«El Gobierno no tiene idea de lo que son los clubes. Busca otro tipo de país», contesta Nicolás Russo, presidente de Lanús, una entidad con alrededor de 25.000 socios y socias en la que el fútbol es determinante y nuclear como pertenencia, pero también la llave para que muchas otras actividades sociodeportivas persistan y crezcan. Aunque se extiende en los detalles que verifican la contribución de los clubes a las arcas estatales en seguridad social, a Russo le gusta explicar el fenómeno con una imagen que lo aterra: «Imaginate lo que sería la Argentina si los clubes cerraran durante una semana. ¿Dónde irían a parar tantos chicos?, ¿qué sería de la vida de tanta gente?».
Russo se pronuncia lejos del modelo de país y de mundo que concibe el presidente Javier Milei, pero su mirada es reiterada por voces del fútbol que no se sienten tan distantes de otras políticas de la Casa Rosada. Algo semejante puede decirse de las masas de asociados que frecuentan, con motivaciones diversas, la respiración cotidiana de los clubes. Un dirigente de un club de Primera del fútbol local lo expresa eligiendo que no salga su nombre: «Acá hay una historia. Acá hay misiones sociales. Acá hay clubes mejor o peor manejados. Acá, en la élite, hay acuerdos comerciales con capitales privados fuertes. Pero esa idea de que el club es de la gente es muy fuerte. Entonces, con los clubes no».
«Millonarios subsidiados por los jubilados» rotuló su dardo, en la red digital X, el ministro de Desregulación y Transformación, Federico Sturzenegger, para instalar el incremento del gravamen a los clubes. «Hay alguien que vive en Eslovaquia o no tiene las mejores intenciones», la replicó el vicepresidente segundo de River, Ignacio Villarroel, quien consideró «confiscatoria» la disposición y desmenuzó, cifra por cifra, el planteo del funcionario hasta evidenciar errores o falsedades y para reivindicar, además, el lugar social de su club y de los clubes en general. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA), en un vínculo ya de prolongada tensión con el jefe de Estado y su elenco, respondió con un comunicado en el que historiza los acuerdos previsionales con el Estado y al que le estampó un título estridente: «La mentira, a la orden del día. La única verdad es la realidad».
Casi no hay dirigentes (y no solo dirigentes) del fútbol que no interpreten el fervor gubernativo como una movida más de la Casa Rosada para ahogar la economía de los clubes y propiciar la llegada de capitales transnacionalizados que se los apropien. El debate es ideológico y no depende de cuánto éxito posean o dejen de poseer los clubes no privatizados o sí privatizados en cualquier competición. Pero, encima, en los días que siguieron a los anuncios, el estadounidense Foster Gillett, el empresario más próximo al mileísmo para la formación de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) y otros negocios, fue puesto en cuestión bien cerca, en Uruguay, donde su desembarco en Rampla Juniors podría desembocar en el descenso del equipo hacia la tercera categoría a raíz de no cumplir, entre otras cosas, con los pagos con el plantel. Milei también había reivindicado a las SAD en diciembre de 2024, cuando el Botafogo, un club-empresa, ganó la Copa Libertadores, bajo la administración de otro empresario estadounidense, John Textor: ahora, la Justicia de Brasil congeló las acciones de Textor a causa de una deuda millonaria. Es cierto que el formato tradicional de los clubes no garantiza administraciones eficientes. Tan cierto como que la pretensión de que las administraciones privatizadas son mejores es una mentira.

Sturzenegger. El ministro de Desregulación y Transformación usó a los jubilados como argumento para justificar el exorbitante aumento de las cargas impositivas.
Foto: NA
Debate ideológico
En todo caso, la capacidad de los clubes para rechazar lo que otros sectores no pudieron rechazar (ahora, pero también durante el menemismo y el macrismo) no implica que no sobrevendrán ataques aún mayores. Frente a esa amenaza y frente al futuro entero aun si esa amenaza se esfumara, acaso les aparecen más tareas: cómo multiplicar la vida de club, cómo hacer que más personas ejerzan un lazo más actor y menos espectador cada día y no solo cuando hay partidos, cómo propagar un discurso que recuerde y renueve qué cosa es un club como espacio donde la existencia es con otros y con otras, cómo no subordinarse a empresarios de la pelota que imponen condiciones cada vez más fagocitantes (lo que no es una privatización, pero puede tornarse en una ruta intermedia), cómo no comportarse hacia su propio personal con relaciones laborales precarizadas a tono con la época, cómo formar nuevos cuadros directivos que recojan las herencias compartidas más significativas y enhebren respuestas participativas y colectivas para lo que viene, discutir y rediscutir la función social según los desafíos de las etapas venideras, cómo imaginar más horizontes para un club.
Un pormenorizado informe de la web Táctica (¿Los clubes tributan poco?) señala que, además de los 26 millones de dólares que el Estado recaudó por transferencias internacionales, el fútbol tributó, por ejemplo, con el 35% por anticipo de ganancias en paraísos fiscales o por jugadores formados afuera, a lo que hay que sumarle el IVA de los ingresos por patrocinio (unos 5 millones en Boca y en River), Ingresos Brutos y otros impuestos que los clubes no dejan de pagar. «El fútbol argentino genera dólares todos los años gracias al trabajo de formación que realizan los clubes, casi siempre con fondos propios y sin asistencia estatal», enfatiza ese informe desde una óptica que sugiere no solo no aumentar sino achicar la carga fiscal. Pero eso, desde luego, depende de qué visión se despliegue sobre lo que representan los clubes, el fútbol y el deporte en la Argentina.
O sobre la Argentina entera.