21 de diciembre de 2022
Del otro lado del mundo, la selección encontró la dicha tras 36 años, liderados por Messi, Scaloni y con un equipo que emociona al país futbolero.
Estallido. Los jugadores salen disparados a celebrar, tras el penal convertido por Gonzalo Montiel. El equipo albiceleste sufrió y gozó como nunca en la final del mundial.
Foto: NA
Fue del otro lado del mundo, en Medio Oriente, hasta donde tuvo que llegar la Argentina para conseguir la tercera Copa del Mundo, la que tiene a Lionel Messi en el poster. Qatar le perteneció a la Argentina, a Messi. En las calles con sus hinchas de todo el mundo, en la cancha con su fútbol. Un equipo que se construyó en cuatro años pero que también tuvo que reformularse después de su debut. Que generó un vínculo intenso con los hinchas, futbolizó a la sociedad durante este mes. Y que tuvo el liderazgo de Messi sobre el campo de juego pero fue conducido desde afuera por Lionel Scaloni, el primer entrenador argentino en conseguir una Copa América y un mundial, subido al sitial de las leyendas de César Luis Menotti y Carlos Bilardo.
Tuvo que ser en su quinto mundial que Messi consiguiera lo que más buscaba. Todas las frustraciones acumuladas quedaron enterradas bajo el césped del Lusail, el estadio donde la Argentina jugó cinco partidos de este mundial. Solo salió para enfrentar a Polonia en el 974 Stadium y a Australia en el Ahmed bin Ali Stadium. El Lusail quedaba a pocos minutos de la Qatar University, el campamento argentino. Su nombre, Lusail, como se llama la ciudad donde está ubicado, quedará para siempre en la memoria futbolera argentina.
Como queda Messi: siete goles en este mundial. No había hecho esa cantidad ni siquiera en todos los anteriores. Tiene 13 en total. En Qatar 2022 marcó en primera fase, en octavos, cuartos, semifinal y final. Único en la historia en lograrlo. Su convencimiento se contagió a sus compañeros. Llegó al mundial para ganarlo y lo ganó. No siempre sucede. El fútbol no es un deporte amable. Llegar hasta acá costó mucho, pero ahora los mundiales pueden decir que tuvieron a Messi campeón. Y es un hecho de justicia ante lo que es Messi como jugador. Lo que fue a sus veintipico, cuando era un joven que se comía la cancha electrizado, lo que es a los 35 años, cerebral pero con la misma genialidad.
La Argentina comenzó este camino con un golpe duro contra Arabia Saudita, un freno a lo que era un invicto de 36 partidos. Visto con perspectiva, la derrota le dio una épica a lo que siguió y también impuso un cambio en el equipo, acaso adelantó que jugadores destinados a ocupar un lugar en el banco de suplentes salieran a la cancha como titulares. Comenzó ahí el mundial de los inesperados. El partido contra México fue de Enzo Fernández, 21 años, un futbolista que no había tenido debut oficial con la selección argentina, que se había sumado a la lista en los últimos meses; cerró el partido con un gol que merece un cuadro.
Espíritu de grupo
Si Enzo fue el punto de partida del protagonismo que adquirieron los jugadores que entraron, los que rompieron la idea del equipo de memoria, también hay que agregar a Alexis Mac Allister. La Argentina llegó a Qatar sin Giovani Lo Celso, lesionado unas semanas antes de que empezara al mundial. El aporte de su pase interno era una baja difícil de reemplazar. Scaloni probó primero con Papu Gómez, que es extremo pero puede acomodarse a esa posición. Contra México, después de la derrota en el debut, el encargado fue Mac Allister. Su despliegue, incluso su gol contra Polonia, en el partido que marcó la clasificación a los octavos de final, lo fijaron en el equipo.
El equipo tomó forma en esa primera fase y creció con cada partido de eliminación. El otro jugador inesperado, pero del que podía esperarse todo lo que hizo en la cancha, fue Julián Álvarez. Su puesto le pertenecía a Lautaro Martínez, el goleador de la etapa de Scaloni. Julián tampoco salió más después de México. A su presión constante, incansable sobre la última línea rival, le agregó otro de los goles que van a quedar para siempre, el segundo a Croacia, su corrida apasionada, un atropello al área. La consagración de Julián a sus 21 años podía ser sospechada después de lo que se había visto en River y en Manchester City.
El espíritu de grupo se vio en una escena de ese partido con Croacia. Y fue cuando salió Julián de la cancha y el que se mandó a abrazarlo fue Lautaro, el jugador que perdió el puesto. La selección que condujo Scaloni fue un equipo en armonía, una convivencia en la que nunca surgieron conflictos (y cuando esos conflictos existen siempre se filtran). El que tuvo que salir, salió. El que se quedó afuera, lo disfrutó.
Es mérito de Scaloni, de su staff de colaboradores que son mucho más que eso, como Pablo Aimar, Walter Samuel y Roberto Ayala. Pero también es el mérito de un grupo de futbolistas que se juramentaron hace años que esta sea la vencida, que termine con desilusiones pasadas. Los hinchas, en Qatar, en la Argentina, donde sea que hayan estado, acompañaron ese relato. El cantito de «Muchachos», que se repitió a cada momento y que hoy se convirtió en el símbolo de una celebración, decía aquello de las «finales perdidas que jamás olvidaré». Pero la canción sigue y dice: «Eso se terminó». La Copa América en Brasil, en el Maracaná, hechizó ese maleficio. Fue un indicador de que este equipo podía ganar lo que se propusiera.
Y no hay nada más difícil que ganar un mundial. Lo más difícil. Tiene trampas a cada paso, un mal día, una mala decisión, la iluminación del rival. Brasil es quien mejor lo supo en Qatar. Se quedó afuera con Croacia, una selección durísima a la que la Argentina le ganó con un gran partido. Lo supo Alemania, otra vez yéndose en primera ronda. O España y Portugal, que se toparon con Marruecos, la sensación de este mundial.
El vengador de una generación
La Argentina jugó momentos de fútbol extraordinario. Solo después de Países Bajos se quiso instalar una idea de equipo sucio. Fue un partido especial. Pero la Argentina, además de todo, fue ejemplar. Hay muchísimos momentos, pero hay uno especial: Dibu Martínez, ya campeón del mundo, fue a consolar a Kylian Mbappé, lo levantó del césped, le habló y todo eso con la mirada de Emmanuel Macrón, el presidente de Francia, que no había podido lograr que Mbappé se levantara. Dibu ni registró la presencia de Macron, le importaba su colega. Solo en ese momento parte de la prensa europea, una parte menor, fue crítica de la Argentina. Pero se rindieron a los pies de Messi, a sus gambetas, a su belleza.
Messi es el vengador de una generación que lo intentó todo pero que no llegó a esto. Algunos ya no están, como Gonzalo Higuaín o Javier Mascherano. Pero sí estuvo Ángel Di María, que hizo uno de los goles más hermosos de este mundial, el segundo de la Argentina a Francia. Eran entendibles sus lágrimas, no había podido estar en la final de 2014 aunque lo intentó hasta último momento. Pero Di Maria ya está en una galería de héroes, su gol a Brasil, esta final de campeón del mundo. El vengador Messi también permitió que Sergio «Kun» Agüero levantara la Copa del Mundo y hasta comparta noches con el plantel. Lo quería cerca. «Kun» era parte de esto hasta que tuvo que dejar el fútbol por su corazón. Y eso también dice mucho de este grupo.
Cuando después de una final de película, Messi levantó la Copa del Mundo se terminaron veinte años sin campeones sudamericanos. Y se terminó lo que parecía un maleficio, lo que hasta se intentó explicar con una promesa incumplida a la virgen de Tilcara. Pero sobre todo se generó un orden necesario. Messi lo merecía, los mundiales lo necesitaban.