24 de enero de 2024
Cumple 70 años el ídolo máximo de Independiente, un artista de la pelota que protagonizó páginas de gloria para el fútbol argentino y sigue jugando en el recuerdo de los hinchas.
Crack. El Bocha en la final Intercontinental ante el Liverpool inglés en Japón, 1984.
Foto: Prensa independiente
–Su papá, ¿también jugaba al fútbol?
–No, en una época era albañil.
–Entonces, Bochini, usted salió a él.
–No. Le dije que él era albañil.
–Pero usted como él es experto en hacer paredes en el área.
El diálogo es parte de una entrevista que en 1989 le hizo el periodista Rodolfo Braceli a Ricardo Bochini, entonces un solterón de 35 años a punto de retirarse del fútbol. En esa charla, Braceli cuenta que ese tipo que estaba junto con él, en su departamento de la avenida Callao, en Buenos Aires, parecía el más normal de los mortales. Petiso, de poca altura y poco carisma. Así también lo definió Roberto Fontanarrosa en los 2000: «Parece mentira que un futbolista con tan poca presencia física haya llegado a ser el maravilloso jugador que sin duda alguna fue. Por eso configura una especie de rara avis, de ejemplar incunable, muy poco comparable a cualquier otro futbolista».
Ricardo Enrique Bochini, nacido en Zárate, Provincia de Buenos Aires, el 25 de enero de 1954, cumple 70 años. La leyenda que vino de Zárate, como lo definía Víctor Hugo Morales en aquellos años 80 en que Independiente ganaba todo. Nadie representa tanto a un club de fútbol como él. Veamos: Maradona es un Dios en el Napoli, pero jugó en otros equipos. A Messi el reconocimiento le llegó tarde en la Selección y temprano, en el Barcelona; pero se fue a París y después a Miami. Tal vez Riquelme, en Boca, pero también anduvo por Europa. O Norberto Alonso, en River; pero coqueteó en Francia y jugó en Vélez antes de retirarse ganador en el recordado multicampeón del 86. Bochini, al contrario de ellos, jugó siempre para Independiente. 14 títulos, 714 partidos y 106 goles, según las estadísticas: no faltará quien diga que fueron algunos más o algunos menos. Pudo irse a Europa, pero, por distintos motivos, prefirió quedarse en el Rojo, cuyo estadio lleva su nombre, además de una tribuna y una calle aledaña.
Pase, maestro
También lo veneran las nuevas generaciones: no hay hincha del Rojo que no se emocione con su recuerdo o que no lo engrandezca con los videos de la web. Para tener una idea, se lo compara con Iniesta, solo que el Bocha no tuvo a un Messi a su lado. Lo tuvo a Daniel Bertoni («el brazo armado de Bochini», escribió también Fontanarrosa), con el que arrancó en las inferiores y, después, en las canchas de todo el mundo. Hacía paredes históricas que terminaban en goles. Algunas de esas paredes fueron vistas en el viejo estadio de la Doble Visera por Diego Maradona, quien de chico iba a la cancha solo a ver al Bocha. El mito agrega que el día que Bochini (suplente) entró contra Bélgica en el Mundial del 86, en México, Diego lo recibió con un «pase, maestro, lo estábamos esperando». Difícil que en medio de un partido chivo Diego se tomara el trabajo de soltar una frase épica. Las épicas de Diego eran otras. Pero a veces está bueno permitirse creer algo aunque no haya pasado.
Pudo haber jugado en San Lorenzo, pero un desencuentro en la puerta de la cancha hizo que se volviese a Zárate sin probarse. Después visitó a Alberto J. Armando, el presidente de Boca, en su concesionaria. Se fue con una carta de recomendación, pero en Boca le dijeron que le faltaba físico para quedar. El recordado Nito Veiga le abrió las puertas en Independiente y no se fue más.
Debutó en Primera el 25 de junio del 72 contra River, que ganó 1 a 0 en el Monumental. Al año siguiente, le hizo el gol de la primera Intercontinental del Rojo a la Juventus, nada menos que en Roma y al genial Dino Zoff. Fue después de una de sus tantas paredes con Bertoni. Si en los 70 sus víctimas eran Racing y River, en los 80 además le hacía goles a Boca. Formó parte de aquellos ocho jugadores que quedaron en la cancha ante los once de Talleres, en Córdoba, una noche de enero de 1978 (se jugaba la final del Nacional 77). Además, los cordobeses habían hecho un gol con la mano. «Destino de héroe», tituló la crónica de El Gráfico con una foto del Bocha, autor del gol que le valió el título a Independiente.
El técnico de aquel Independiente era José Omar Pastoriza, quien mejor lo entendió. Sabía hasta dónde y cómo meterle presión en los entrenamientos. Al Bocha no le gustaba entrenar; le gustaba jugar. Así y todo, siempre cumplió. Fue fundamental para que en 1983 Independiente fuera campeón del Metropolitano y, al año siguiente, se quedara con la Libertadores jugando a un nivel exquisito y ganara su segunda Intercontinental; en este caso, ante el Liverpool de Inglaterra y con la Guerra de Malvinas fresca.
Todo rojo. Maradona, con la casaca de Argentinos Juniors, junto al 10 al que iba a ver de chico.
Foto: Prensa Independiente
Emociones mezcladas
Cuando aquel ciclo «Rojo» empezó a terminarse y Pastoriza se fue, lo reemplazó Jorge Solari. No se llevaban bien, pero, profesionales ambos, pusieron al equipo por sobre todo, y en 1989 Independiente volvió a ser campeón.
Tal vez su deuda personal haya sido la Selección. Para el Mundial del 78 sus sombras eran Mario Kempes, Norberto Alonso y Daniel Valencia. Y en el 82 y el 86, nada menos que Maradona. Si hay que recordar al Bocha de la Selección, lo mejor es un amistoso en 1984 contra Alemania, en Dusseldorf, que terminó 3 a 1 para Argentina. Esa noche Bochini la rompió y hasta pudo hacer un gol con un derechazo desde 50 metros.
El 5 de mayo de 1991, en un insípido Independiente-Estudiantes (1 a 1), Pablo Erbín le dio una patada que lo sacó de la cancha. No volvió a jugar. El 19 de diciembre de ese mismo año se le realizó en Avellaneda el partido homenaje: la emoción de esa noche nunca será olvidada. «Y dale Bocha, dale Bocha / porque te quiero / te vengo a ver / aunque esta noche sea la última vez», le cantaban los hinchas. Desde ahí hasta hoy, Independiente no volvió a ganar tantos títulos como cuando lo tenía al Bocha. Creer o reventar.