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La memoria valiosa del sub 20

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Ariel Scher

Más allá de la tristeza por perder la final ante Marruecos, el juvenil sub 20 construyó futuro: mostró futbolistas talentosos y una filosofía de juego noble moldeada por el DT Placente. Lecciones que trascienden el exitismo.

Santiago. Gianluca Prestianni, una de las figuras albicelestes, recibe la medalla de plata de manos del presidente de FIFA, Gianni Infantino.

Foto: Getty Images

Mientras las medallas del subcampeonato persisten en esos pechos que hacen más que bien en sostenerlas, la tristeza no es solo una emoción: también es un derecho. Hay derecho a estar tristes. Hay derecho a que las pestañas de Maher Carrizo, que alumbraron rutas de fútbol bello y eficaz durante tantos desafíos, se rindan a la lágrima. Hay derecho a que las piernas inagotables de Milton Delgado, mediocentro de lucidez consecutiva en casi todos los partidos, marchen a tranco vencido. Hay derecho a que cada palabra del entrenador Diego Placente, experto en mesuras en los días de sonrisas, no se salgan de la templanza en la noche de la derrota pero, además de esa meritoria ubicuidad, comuniquen una inevitable desazón. De nuevo: hay derecho a la tristeza. Y más: en el fútbol o en lo que sea, hay que permitirse ejercer la tristeza. Pero también, como se pueda, hay que aprender que algunas tristezas se instalan y otras, más raudas o más lentas según el viento que atraviese a los corazones, se van. Y esta tristeza, la de perder la final del Mundial Sub 20 de Chile frente a Marruecos por 2 a 0, la de verificar que la gloria es una luz y una sombra que se separan por una línea mínima, de momento parpadea intensa entre unos pibes que bordearon lo que más se sueña desde que se roza una pelota. Pero se irá. La selección argentina acaba con un eslabón desencantado una cadena anudada por encantos. La tristeza, entonces, es ahora. Nada, en cambio, invita a un mañana triste.

Un mundial de juveniles suele ser dos cosas en un solo acto: la actuación en sí y la siembra rumbo al futuro. De los pasos celestes y blancos del otro lado de la Cordillera, quedan trazos reconocibles: un equipo de firmezas defensivas solo extraviadas en el primer rato del último duelo, un grupo de nivel parejo en el que ninguna ausencia provocó un desbarranque, un cuerpo técnico lleno de plasticidades como para buscar –y, en general, encontrar– respuestas sobre el césped, una vocación competitiva que abonó el sendero hasta el subcampeonato y que cimentó sin bravuconadas ni brusquedades la fe en dar vuelta una final que se coloreó cuesta arriba casi desde la pincelada inicial. De la mirada al porvenir, todo perdura abierto: cada vez más, los mundiales sub 20 se privan de algunas estrellas a causa de que sobresalen rápido y los megaclubes que los contratan y les pagan el salario (contundente ejemplo es la falta de Franco Mastantuono, ya instalado en el Real Madrid) ni consideran cederlos para esta cita a la que convoca la FIFA. Diego Maradona (1979) y Lionel Messi (2005) brillaron para que Argentina acumulara dos de los seis títulos mundiales que apila. Hoy se les haría bravo conseguir autorización para participar. Sin embargo, ese cambio de escenario no le resta ni un solo mérito a quienes sudaron sobre los pastos de Chile.

Un gran campeón. Los jugadores de Marruecos celebran la obtención del mundial, en el Estadio Nacional.

Foto: Getty Images

Nosotros y los otros
«Nos quedamos con la alegría de todo lo que nos dieron», posteó Messi como reconocimiento a los subcampeones, con una síntesis y una comprensión que se situó por encima de los exitismos que suelen signar a parte de las voces de la prensa. «Van a estar tristes y todo lo que les diga ahora no lo van a escuchar. Estoy contento: sabemos lo que fue el torneo para ellos y lo que hicieron. Felicitarlos: a veces se gana y a veces se pierde», resumió Placente, procesando su propia frustración, pero dándole una dimensión exacta al ciclo completo y no solo a la caída con los marroquíes. No se trata de discursos formales o disimuladores. Esa es la medida. Esta edad de la historia del fútbol endiosa, más que cualquier otra, a los triunfadores y hasta se puebla de gargantas que proclaman que nadie se acuerda de los segundos. La propia historia del más masivo de los juegos contemporáneos evidencia lo contrario, pero, en todo caso, la aventura de Argentina en Chile enriquece el debate. El fútbol constituye un jardín en el que para florecer es necesario ilusionar y este equipo ilusionó con su recorrido, con unos cuantos apellidos (qué tentador lo que enhebra en ofensiva Gianluca Prestianni) y con corresponderse con el devenir gigante de la camiseta argentina. Y, en la discutible hipótesis de considerar apenas el desenlace y no el camino, avanzar hasta una final no surge como un tránsito sencillo: los argentinos no accedían a esta instancia en un sub 20 desde 2007.

Y, por cierto, está lo que generan los otros. El fútbol de Marruecos hace bastante que egresó de la zona de las sorpresas o de los desempeños altos, pero espasmódicos. Ahí late una construcción consistente con muy buenos resultados, pero incluso más allá de esos resultados: talentos detectados entre la masa ancha de jóvenes para los que el fútbol es la pasión y la práctica central, entrenadores de geografías distintas dejando legados que abastecen ese proceso, un lugar entre los cuatro mejores de Qatar 2022, abundantes nombres afianzados en las ligas donde circula más capital y se juega con más nivel y, desde el tercer domingo de octubre, una consagración inobjetable en Chile. Othmane Maama, la figura del campeonato, deslumbró por sus botines finos y por su percepción estratégica y ratificó por qué ya encandila en la Premier League. Yassir Zabiri, autor de los dos goles que valieron escalar a la cumbre, le sacó lustre a su tobillo zurdo y ofrendó testimonios de su presente en la liga de Portugal. Una suma suficiente para hacer diferencia en el tramo más propicio y para resistir con solvencia y sin depender de milagros cada intento de los adversarios. Un campeón.

Perfil bajo. Placente, en el camino de los grandes formadores del fútbol argentino.

Foto: Getty Images

Aprender del dolor
De pie ante ese campeón, tristeza de medallas subcampeonas en el pecho. Tampoco es esa una imagen menor. En demasiadas ocasiones, la postal del cierre consistió en quitarse esas medallas no bien fueron entregadas. También allí se enciende una luz, un concepto, una idea, una manera de interpretar la victoria y –lo que es bastante más difícil– el tropezón. Nadie quiere perder. Nadie, sobre todo, en un escenario competitivo de esta magnitud. Pero perder es posible. Y frecuente. Y didáctico. Y, en el caso de quienes juegan delante de un país, de un continente o de un mundo, un mensaje capaz de influir o de modelar los comportamientos de otros. Sin ponerse en ninguna plataforma moral, portarse así da orgullo.

Cuando la tristeza inexorable empiece a disiparse, lo que sobrevendrá es una memoria valiosa. Y, también, porque esto es fútbol y porque esto es Argentina, llegará la próxima esperanza.

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