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La paradoja de Argentina y Brasil

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Ariel Scher

Mientras uno reina en selecciones, el otro domina con sus clubes la Copa Libertadores. ¿Contradicción o fenómeno natural? Similitudes y diferencias entre dos gigantes de la pelota.

Gol y toque. El equipo de Scaloni goleó a la Verdeamerela 4 a 1, en marzo de este año.

Foto: Getty Images

Él le dice a él «nosotros somos mejores». Y tiene razón. Pero él le contesta a él «nosotros somos mejores». Y también tiene razón. Él es argentino y le enrostra a él la supremacía indiscutible que en el presente ejerce la selección celeste y blanca sobre la que articula verdes y amarillos. Y, de nuevo, tiene razón. Él es brasileño y le devuelve a él todas las estadísticas en las que los equipos de su tierra les sacan ancha ventaja a los argentinos en la Copa Libertadores. Y, sin dudas, tiene razón. Él y él frenan el palo y palo discursivo, terminan de celebrar por aquello en lo que se sienten ganadores y luego coinciden en confesarse que no entienden cómo él es mejor que él pero, a la vez, él es mejor que él. 

«No hay contradicción en que nosotros tengamos una selección nacional superior y ellos tengan equipos superiores», aduce un argentino que es miembro de uno de los muchos cuerpos técnicos que trabajan kilómetros más al norte. En efecto, el fútbol, ese universo hecho de unas cuantas cuestiones explicables pero de muchas que no se explican, abastece de razones para comprender por qué si una selección anda por encima de la otra no necesariamente eso se corresponde con los clubes. Y viceversa.

El núcleo conductor que encabeza Lionel Scaloni construyó un ciclo virtuoso, altamente respaldado por la cúpula de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), que, como ocurre con todo ciclo virtuoso en esta era de exitismo futbolero, se hizo fuerte a partir de obtener torneos: un Mundial, dos veces la Copa América, la Finalissima, las clasificatorias mundialistas. Al revés que Brasil, que, después de ocho años bajo la conducción de Tité, no pudo consolidar otro horizonte feliz y encadenó una prueba atrás de otra más desde la desesperación y desde la urgencia que sobre una concepción programática. La apuesta actual por el italiano Carlo Ancelotti rumbeará a la cumbre, a la nada o donde sea, pero se enrola en las búsquedas que devienen de la frustración. Sin embargo, nadie diría que –Lionel Messi, genio, al margen– hay diferencias rotundas entre los jugadores que integran cada una de esas selecciones hoy con escenarios contrastantes.

En la Argentina, suele evaluarse que la selección no es pensable desde la actividad local, ya que una mayoría notoria de sus futbolistas juega semana a semana en otras tierras. Sin embargo, aquí operaría como un argumento escaso. Cierto que, cuando goleó a Brasil por 4 a 1 en marzo de 2025, no tenía un solo titular que perteneciera a la liga doméstica (Leandro Paredes retornó a Boca tres meses más adelante), pero su rival puso sobre el césped a diez muchachos que tampoco corren detrás de la pelota cada domingo en Brasil. O sea que ambas patrias persisten claramente en su rol exportador de talentos hacia geografías futboleras muy ricas y nutridas de extranjeros. De hecho, unos cuantos de los jugadores suelen cruzarse en el momento en que sus selecciones confrontan, pero son compañeros con otras camisetas durante el resto de la temporada.

Síntesis: si hay brecha entre una selección y otra es por procesos propios del fútbol. 

Estadio Perón. Flamengo, finalista del máximo certamen de clubes tras imponerse a Racing en una cerrada definición.

Foto: Getty Images


Escalas distintas
Todas las conversaciones con expertos argentinos que se desempeñan en el fútbol brasileño desembocan en que las polaridades entre equipos surgen de otros motivos. El primero es la plata. En las semanas de los duelos en los que Flamengo dejó atrás a Racing en las semifinales de la Libertadores (1-0 en Río de Janeiro, 0-0 en Avellaneda) se multiplicaron las comparaciones presupuestarias entre uno y otro. La página Marketing Registrado consignó que el plantel del conjunto carioca cotizaba 195,9 millones de euros y su adversario sumaba menos de la mitad: 77,2 millones. El informe añadía que, en el último período de contrataciones, Racing (ahora uno de los clubes de billetera más ancha en el país y el que más lejos llegó en la edición 2025 de la Copa) había invertido en refuerzos algo menos de 10 millones de euros frente a los 40 que acumulaban los desembolsos de su contrincante.

Brasil exporta tanto o más que Argentina, pero importa mucho más y de calidades altísimas. El uruguayo Giorgian De Arrascaeta, figura del escenario internacional, desplegó toda la plenitud de su carrera en Flamengo. Samuel Lino vino por 22 millones de euros, más que lo que una institución argentina presupuesta para mucho rato. Contra lo que enuncian ciertas corrientes políticas de esta era, el mapa del fútbol de Brasil transparenta que las diferencias económicas no proceden de que haya clubes oficialmente privatizados. La élite que le saca distancias a los argentinos incluye a clubes que conservan su estatus social original. Se ve arriba del pasto y se verifica, ya más lejos de las cámaras, en los centros de entrenamientos, que son de otra escala. Como sea, se refrenda una verdad: ningún análisis es posible si no se dimensiona la materialidad. Y la materialidad, en este caso, devela un abismo. 

Mientras revisa que los últimos seis campeones de la Libertadores son brasileños (River, en Madrid y frente a Boca, se erigió en 2018 como el último no brasileño) y mientras, además, recuerda que el próximo campeón también lo será (Flamengo-Palmeiras, el 29 de noviembre en Lima), un entrenador argentino que dirige en Brasil agrega otra variable: la organización de los torneos. «Acá hay un filtro hacia arriba en vez de hacia abajo», resume. En el Brasileirao, hay 20 equipos y descienden cuatro; en la Liga de la AFA, hay 30 participantes y descienden dos (que, en más de una ocasión, terminan no descendiendo). La tensión competitiva es más exigente y, probablemente, prepare para rendir más en otras competiciones aún más exigentes. Luego, como abreviaba el director técnico serbio Vujadin Boskov, «fútbol es fútbol» y brotan causas y azares. En algunas oportunidades, la victoria es consecuencia de un proceso extenso y lleno de razones; en otras, se define por la mitad de una uña (Estudiantes –en los cuartos de final– y Racing bordearon sacarse de encima al Flamengo). Pero la lógica es la lógica.

Algo así reivindicó, en estos días, el entrenador del Palmeiras, Abel Ferreira, al descifrar la ruta triunfal de su equipo –campeón de la libertadores en 2020 y en 2021, protagonista siempre– desde esta secuencia: «Palmeiras invirtió en su cantera, vendió jugadores, los títulos le dieron prestigio, el prestigio le trajo patrocinadores. Es un círculo virtuoso, pero todo empezó con la inversión en la cantera». Funciona, claro, pero suena como una declaración más destinada a los matices internos en Brasil, a por qué al Palmeiras la vida le sonríe más continuada que a otros. En la Argentina, hay entidades deportivas que edifican ese camino (suele citarse con exactitud a Lanús, ahora en la final de la Sudamericana ante Atlético Mineiro, que solventa su actividad expansiva en formar jugadores, consolidarlos en Primera y venderlos para recomenzar la rueda y sostener la vitalidad del resto del club), pero la magnitud de las cifras marca las posibilidades y las imposibilidades.

Ferreira es portugués y eso abre una arista más. Lleno de tradición, forjado en una identidad labrada en las playas anchas y en los pueblitos mínimos, el hermoso fútbol brasileño se quedó sin directores técnicos que orbiten en la élite mundial (Andre Jardine, en el América de México, puede resultar una excepción). Habita allí otra bifurcación respecto del fútbol argentino. Para subsanar la ausencia, ese fútbol hermoso se nutrió se entrenadores provenientes de dos escuelas: la portuguesa (Jorge Jesús, Leonardo Jardim, Ferreira y más llegaron desde la única nación en la que la carrera de DT es universitaria) y la argentina (Jorge Sampaoli, Ramón Díaz, Juan Pablo Vojvoda, Luis Zubeldía, Hernán Crespo). La apertura cultural a nuevas corrientes no esfumó ninguno de los signos clásicos sino que hasta los potenció. Menos observado que otros torneos por el público argentino, con frecuencia emergen en el Brasileirao partidos bien tentadores.

Síntesis: si hay brecha entre unos equipos y otros es por procesos propios del fútbol y no solo propios del fútbol sino de orden estructural.

Suficiente para que, al menos por un tiempo, él y él persistan diciéndose «nosotros somos mejores». Y sigan teniendo razón.

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