1 de junio de 2021
Con España como epicentro, al menos 33 jugadoras emigraron a otras ligas. Mayor visibilidad y mejores perspectivas profesionales, claves del éxodo.
EMBAJADORAS. Estefanía Banini, de Levante de España, y Dalila Ippolito, de Juventus de Italia. (Foto 1: Levante Unión Deportiva)
(Foto 2: Juventus Football Club)
La semiprofesionalización del fútbol femenino en Argentina y la actuación de la selección en el Mundial de Francia 2019 les abrió a las jugadoras las puertas del mercado internacional. Como en el masculino, el talento argentino es de exportación. De a poco, los países más fuertes en el fútbol femenino se fijan en las jugadoras argentinas, que se transforman en embajadoras. Según un registro del sitio El femenino, hoy hay al menos 33 futbolistas argentinas en el exterior. Algunas abren caminos. Otras viven experiencias novedosas. Al margen de la cuestión económica, las causas de la migración son múltiples, aunque en el centro de las razones se encuentra la falta de competitividad que existe en la Primera División argentina. Las jugadoras se van de Argentina también para dedicarse full time al fútbol. Y, en general, en condición de libres, sin dejarle dinero a los clubes en las transferencias, ya que se realizan cuando terminan los contratos. En otras ocasiones, se produce un vacío por la falta de regulación de la FIFA y el desinterés de los dirigentes por el fútbol femenino.
En España, entre la Liga Iberdrola, la principal, y la Reto Iberdrola, la segunda división, hay 18 de las 33 futbolistas argentinas en el exterior. La abanderada acaso sea Estefanía Banini, la mejor jugadora de la selección en el Mundial de Francia 2019, la Nº10. Banini, futbolista del Levante, nunca jugó en la Primera División argentina. Nacida en Mendoza hace 30 años, Banini se presentó en el Club Las Pumas de Mendoza y, de ahí, saltó al Colo Colo de Chile. En marzo, el Club Las Pumas se convirtió en el primero semiprofesional del Interior: anunció la firma de 12 contratos, sin la obligación de la AFA, ya que depende del Consejo Federal. Banini también jugó en el Valencia de España y, en dos etapas, en el Washington Spirit de Estados Unidos. Apartada de la selección por el entrenador Carlos Borello, suele ser crítica con el medio local. «Muchas jugadoras salimos al exterior y conocemos otra realidad, y eso hace que sigamos creciendo –le dijo Banini al programa radial Pibas con pelotas–. Me hubiese gustado no tener que irme de mi país, no tener que dejar a mi familia y amigos para poder vivir de esto. Me encantaría terminar mi carrera en Argentina y que el fútbol sea realmente profesional. Sueño con un torneo federal que incluya a equipos de todas las provincias».
En la Liga Iberdrola de España, además de Banini, juegan Aldana Cometti (Levante), Florencia Bonsegundo (Valencia), Vanesa Santana (Sporting de Huelva), Ruth Bravo (Rayo Vallecano) y Vanina Correa (Espanyol), presentes con la selección en el Mundial de Francia 2019. También lo hace Marianela Szymanowski (Espanyol). Y se les sumará Mariela Coronel, que ascendió con el Villarreal. «Que el gran destino sea España tiene mucho que ver con el arraigo –dice a Acción la periodista Romina Sacher, de El femenino–, por el idioma y la cultura en común con Argentina. El perseguir la posibilidad de vivir del fútbol no les trastoca del todo su vida. No es tan sencillo. Después hay una cuestión de competencia. Hay nivel, paridad, orden y previsibilidad, lo que les sirve a las jugadoras para sumar otra experiencia. En Argentina aún eso no se consigue. No es solo un tema económico: el nivel de competencia, la visibilidad y las oportunidades de sostener la carrera a lo largo del tiempo son mayores en el exterior».
Lejos de casa
La radiografía del fútbol femenino argentino en el exterior entrega otra postal: algunas de las que emigran sufren un segundo desarraigo, aunque menos doloroso. Así lo corroboró Florencia Bonsegundo, autora de dos goles en la épica remontada 3-3 ante Escocia en Francia 2019. A los 15 años, la edad en la que muchas chicas festejan su cumpleaños con una fiesta especial, Bonsegundo dejó su casa de Morteros, Córdoba, donde jugaba torneos cuyos premios eran un lechón o un cajón de pollo, y viajó a Buenos Aires a cumplir su sueño: ser profesional. Jugó dos años en Huracán, yendo y viniendo de Buenos Aires a Córdoba. Y, cuando quedó en UAI Urquiza, trabajó primero en el servicio de limpieza de la universidad y después como vendedora en el local de ropa deportiva. Lo hizo hasta julio de 2018, apenas un año antes del Mundial, cuando pasó a Sporting de Huelva.
Otras, como Mariana Larroquette y Dalila Ippolito, representantes de dos generaciones de futbolistas argentinas, no sufrieron ese primer desarraigo. Larroquette, nacida en Castelar, de 28 años, juega en el Kansas City de la National Women’s Soccer League de Estados Unidos, segundo país de destino de la mayoría de las argentinas: hay al menos nueve futbolistas. Tres veces goleadora del torneo local, Larroquette se convirtió el año pasado en la primera argentina en participar en la liga de Noruega, una de las seis más importantes del mundo. Ante de irse de Kansas, jugó un puñado de minutos en el Lyn, aunque le costó adaptarse por la comunicación con las compañeras y la cultura escandinava.
Ippolito, de 19 años, juega en la Juventus, actual tricampeón de Italia. Es la primera argentina en el calcio. Ippolito es la cara de una nueva generación de mujeres argentinas que soportó menos prejuicios para empezar a jugar al fútbol. Jugó en River y UAI Urquiza. Y hasta la cancha del Club Jóvenes Deportistas de Villa Lugano, donde empezó a patear, lleva su nombre. «En Argentina siempre hubo buena materia prima, pero no hay inversión, no nos dan importancia. Los clubes, poco a poco, van aflojando y van apoyando un poco al femenino. Pero creo que con los traspasos, Argentina va a hacer un clic», dijo Ippolito antes de partir. Las futbolistas comprendieron que acaso el único camino para desarrollarse y asentarse en la carrera profesional sea hoy salir del país. A la distancia, mientras, esperan –y trabajan– por el fútbol femenino argentino: que explote, que logre un salto de calidad, aunque no será en el corto plazo.