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Los papeles de Aimar

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Ariel Scher

Jugador genial, lector curioso y diverso, construyó una historia de cuento desde su Río Cuarto natal hasta Qatar 2022, con la pelota como inspiración.

De puño y letra. Pablo formó parte de «Pelota de Papel», una colección de libros que reúne textos de jugadores, directores técnicos y deportistas.

Ni en el Lusail qatarí campeón del mundo ni en el Monumental de Núñez. Hermosos sitios. Pero no. Ni en el Shah Alam de la vuelta olímpica del Mundial malayo de 1997 ni en el Mestalla que alberga al Valencia. También templos del fútbol. Pero no. Ni en el Maracaná de la Copa América feliz de 2021 que es todo lo que es. Tampoco. No, no, no. La más brillante historia que liga a Pablito Aimar con un estadio queda en otra parte. Y no solo queda en otra parte: está escrita.
Está escrita por Pablito Aimar.
Porque Pablito Aimar estrenó su condición de escritor con un cuento que hace foco en un estadio. Ese sí, el mejor de los estadios. Quizás alguien no lo crea, pero también Maracaná. Muy Maracaná. Quien sabe si más Maracaná que el Maracaná de la Copa América que cobijó al gol de Ángel Di María en la final de final maravilloso que Pablito Aimar sudó y disfrutó desde el costado del césped como miembro del cuerpo técnico de la selección argentina.
De nuevo: Maracaná, pero Maracaná Maracaná, muy muy Maracaná es el otro, el de Río Cuarto, el de la ciudad cordobesa del origen de Pablito y de tantos Aimar, el Maracaná donde el Payo Aimar, el papá de Pablito Aimar, fue Di María. «El Maracaná de la calle España», que así se llama el cuento que cinceló Pablito Aimar letra por letra para dejar plasmada la hazaña de su viejo, en un juego narrativo que articula la memoria popular con el fútbol real y con la fábula. «El Maracaná de la calle España»: literatura de Pablito Aimar.
«Al final, el fútbol es un canal de expresión. Y la literatura, claro, es un canal de expresión. Suena lógico que entre esos dos canales de expresión surja un canal de expresión compartido», dijo Pablito Aimar durante la mañana porteña, de lunes y de mayo de 2016 en la que presentó ese cuento. En rigor, lo que presentó, junto con un nutrido colectivo de futbolistas, escritores, escritoras, periodistas y artistas de la plástica, fue la primera edición de la serie «Pelota de papel», una iniciativa solidaria –los derechos de autor son cedidos con propósitos benéficos– en la que los magos de las canchas migraban al ejercicio de la escritura.
Sabía de qué exponía Pablito Aimar. De su lazo con el fútbol está enterada la humanidad. De su lazo con los libros está enterado él, un lector consecuente. Lo reafirma Diego Markic, compañero de sueños y de pieza en el Sudamericano juvenil de La Serena, Chile, que antecedió a la consagración en Malasia: «Nos concentrábamos en cabañas para siete personas. En aquel tiempo quizás no era tan habitual, pero a los dos nos gustaba leer y en la habitación que compartíamos con Pablito siempre había libros».

Libros como regalos
Pablito Aimar quería jugar al fútbol como Diego Maradona o como Pipo Gorosito. O como su padre.  Por lo visto en las canchas, representaron dos influencias excelentes. Menos nítida brota cuáles de esas lecturas gravitaron para que «El Maracaná de la calle España» fluya al comienzo de esta manera:
Por favor, les ruego que recuerden este dato: 
Si, para pegarle de zurda, el rubio número 10 se apoyaba en la pierna derecha, se le salía la rodilla de lugar. No había otra posibilidad: la tenía lesionada y hacía años que jugaba así…
El partido estaba 2 a 1 abajo. No se trataba de un partido cualquiera. Era una final entre los dos mejores equipos de la ciudad y había una multitud. A veces se dice por decir que en una cancha no entra ni una persona más. Esa vez, en cambio, constituía una verdad: no entraba ni una sola persona más. Aún hoy, cuando el calendario marca que pasaron cuarenta almanaques, es posible encontrarse con alguien que, sin dudar, como un honor, asegura que
«ese día» acudió al estadio, a nuestro estadio, el de la Avenida España.
Talentoso dibujante y pintor, irrompible hincha de River, a Sebastián Domenech le tocó ilustrar ese cuento. Se reunió varias veces con Pablito Aimar para definir un camino pero, en el fondo, esa acabó siendo una excusa para que dos tipos con inquietudes comunes se dieran el placer de la charla. «Es un cuento genial y muy descriptivo –evalúa Domenech consultado por Acción–. Cuando nos juntamos a hablar para que me diera detalles, no tuve que pensar mucho porque lo que había enhebrado en sus páginas resultaba tan bueno y tan preciso que me sentía delante de una foto o de un video. Es un cuento “muy Pablito”: sensible, lleno de conceptos claros, con el recurso de contar esos conceptos de manera muy ilustrativa. Tanto en su condición de jugador como cuando se expresa con las palabras, Pablito es un artista».
Un jugador de las palabras al que Pablito Aimar le concede ojos en cada fantasía es Eduardo Sacheri. La sociedad entre los libros y el fútbol los reunió en algún almuerzo o en una actividad solidaria, en La Trastienda, durante la que, sentado al lado de Pablito Aimar, el escritor leyó un cuento de Fernando Cavenaghi, otro hallazgo de «Pelota de papel».
No obstante, la conversación más difundida entre ambos transcurrió en el programa Contar la vida, que Sacheri conduce por DeporTV. Allí encadenaron lecturas e impresiones a partir del cuento «El penal más largo del mundo», un clásico del también clásico Osvaldo Soriano. Le expresa Sacheri a Acción: «Es alguien que combina una sensibilidad fina con una formación muy interesante como lector. Se ha puesto a leer y ha encontrado en la literatura un camino para pensar, para pensarse y para pensar ese mundo extraordinario en el que transcurre su vida que es el fútbol. Y está claro que la literatura, entre otras cosas, le permite ponerle palabras a ese mundo y ayudar a los jóvenes a los que dirige e, incluso, a los muchachos de la selección mayor. Y siempre lo hace sin perder de vista que el fútbol, con todos los componentes que ahora tiene, sigue siendo un juego».
Quienes frecuentan a Pablito Aimar dominan que, por la circunstancia que sea, recibe a los libros como regalos buenos. Un compañero del cuerpo técnico de la selección lo corroboró en 2018 cuando le entregó un ejemplar de El porqué de las cosas, del catalán Quim Monzó. Otro certificó esa sensación antes del Mundial qatarí al entregarle Corbatta, el wing, del periodista Alejandro Wall. Y quienes le obsequiaron algún volumen del portugués José Saramago, de la argentina Claudia Piñeiro o del colombiano Gabriel García Márquez acertaron especialmente. De la pasión por leer existe un testimonio visible y audible: en 2020, plena pandemia, las escuelas de periodismo TEA y Deportea organizaron un «Homenaje al fútbol», consistente en que deportistas y escritores eligieran un tramo de un material y le pusieran la garganta: Pablito Aimar participó con un fragmento bien futbolero de La condición argentina, del mendocino y brillante Rodolfo Braceli.

Un relato y un tributo
«Siento que cuando estoy leyendo un libro la paso infinitamente mejor que cuando estoy leyendo por vez enésima algo en el celular. Y me sorprende bien cuando conozco chicos –y hay muchos– que andan con un libro en la mano. Pero no descifro cuál es el encantamiento del celular que hace que leamos mucho, pero leamos menos libros», le abrevió al periodista Juanky Jurado en una charla para el programa radial Un plan simple.
Jurado, justamente el productor general de la colección «Pelota de papel», se suma a quienes verificaron en Pablito Aimar a un lector ávido, pero pone a la misma altura a la identidad con los poetas del rock argentino y a la inquietud por el cine y hasta por los pósters de las mejores películas, tal como ocurre con Magnolia, del estadounidense Paul Thomas Anderson, número puesto en la lista de directores favoritos del hoy integrante del equipo de conducción que lidera Lionel Scaloni. Con leve resignación, Pablito Aimar asume que el tiempo para la lectura le florecía más fácil en los años en los que ejercía de jugador que en sus ocupaciones de esta época. Pero persevera para que el tiempo aparezca.
Los editores de «Pelota de papel » recuerdan que, cuando construyó su primer original de «El Maracaná de la calle España», Pablito Aimar les confidenció que creyó haber contado todo en las primeras tres líneas y que hasta esparcía la longitud adversa de esa experiencia inaugural escribiendo a mano «para que pareciera más largo». No obstante, aunque ni ahí ni después anduvo cerca de percibirse escritor o algo semejante, paciencia más paciencia e imaginación más imaginación logró los vaivenes que modelan ese relato fueron emergiendo hasta erigirse en dos cosas a la vez: un cuento –y es, desde luego que es, un muy buen cuento– y un tributo a su papá. El Payo, Ricardo, el mayor de los Aimar no solo será siempre el padre querido sino, además, el personaje principal, «el rubio número 10» que sufría «para pegarle de zurda», como queda explicitado en el arranque del texto.
Vueltas de la vida y de la literatura: en enero de 2018, Pablito Aimar se calzó por vez última sus botines de futbolista. No falló en el lugar de la despedida. ¿El Lusail de Qatar dentro del que se abrazó con Lionel Messi? No, no. ¿El Monumental de tanta gloria con River? Hubiera ido bien, pero, de nuevo no, no. ¿Un viaje súbito al césped de Malasia para rememorar los júbilos del Mundial juvenil? Gran idea que no fue. ¿A Mestalla, Valencia, donde lo continúan adorando? Hasta respiraría como una iniciativa justa, pero ni cerca. Lo deducirán sencillo quienes amen y mucho al fútbol y a la literatura. Sucedió en el Maracaná de la calle España, lleno de jugadas, de afectos y de emociones. Alguien considerará que se trata de una historia de cuento. No podía ser algo distinto si el protagonista es Pablito Aimar.

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