18 de diciembre de 2022
Dicen que la frase «elijo creer» es obra de Marcelo Gallardo y se refería a la confianza que supo tener en su River Plate para una instancia de la Copa Libertadores. Esa y el «ahora nos volvimos a ilusionar» sobre la base del tema de La Mosca mostraron un milagro que hace mucho no se producía: la posibilidad de unificar y embanderar a mayorías diversas bajo un lema común. Quizás desde el inicio de la pandemia o la celebración del Bicentenario en 2010 no había un acuerdo tan extendido más allá de posicionamientos políticos.
Seguramente ahí está la razón para que así como antivacunas y libertarios comenzaron a taladrar los consensos en torno a las medidas contra el Covid, desde que el equipo de Lionel Scaloni mostró que estaba para más, salió a la luz desde el fondo de la historia un mensaje convenientemente pesimista que se inscribe en una frase definitoria: «Este es un país de m…». A partir de ese axioma, nada de lo que ocurra puede ser bueno, aunque lo parezca.
Entonces, si hasta hace poquito Lionel Messi era impío porque no cantaba el himno o no servía porque con la celeste y blanca no rendía como en el Barcelona, ahora era un «vulgar» que no respeta a los neerlandeses y el conjunto en general es una horda de bárbaros contra la civilidad europea, que en el caso de Países Bajos, o de Francia, tenía gran parte de afrodescendientes.
Ni qué decir de las diatribas tras la derrota inicial con Arabia Saudita o el titular en el medio de mayor difusión catalogando al triunfo sobre Polonia como «agónico». Los rostros de algunos comunicadores o dirigentes políticos del espectro conservador rezumaban desagrado ante cada brillante intervención de Messi y sus compañeros. Fastidio, desagrado, molestia, insatisfacción. La misma cara que se les ve ante cualquier medida que beneficia al campo popular o, en otros ámbitos, alguna noticia que habla de logros de argentinos en ciencia, tecnología, arte, cultura.
No es casual que personajes de la oposición hablen de volver a privatizar Aerolíneas y hasta YPF. Son empresas nacionales estatizadas, pero fundamentalmente, empresas de bandera.
Si los argentinos son capaces de construir satélites, diseñar una vacuna o exportar tecnología nuclear de punta, es natural que una sociedad semejante exija una dirigencia a la altura. Una dirigencia que establezca estrategias para el desarrollo de esa capacidad contra viento y marea.
Por el contrario, una dirigencia que no quiera asumir ese compromiso solo puede recurrir a la violencia para someter a la población, o cortar presupuestos educativos y bloquear la creación de universidades –por poner un ejemplo actual– para cercenar la formación de nuevas generaciones.
Un recurso más sintético para ese objetivo es repicar cada día desde los medios hegemónicos con lo bien que les va a los argentinos que viven en el exterior. Qué rápido ganan dinero como para comprar decenas de pares de zapatillas, en otro ejemplo no tan lejano. Y qué mal la pasan los que se quedan intentando hazañas o soportando vendavales. Claro, no mencionan la cantidad de argentinos que vuelven porque extrañan, porque no hay como los amigos, la familia, el barrio, aunque saben que nada es fácil.
No mencionan que estos jugadores de alto nivel que fueron a Qatar, nacidos y criados en estas pampas, alguna vez pudieron elegir otra camiseta y no lo hicieron. Y que ahora les dicen que no juegan por el dinero, sino por la camiseta. Y se mostraron alegres y compinches entre ellos. Casi despreocupados. No se sabe que hayan leído a Arturo Jauretche ni que conozcan esta frase: «Nada grande se puede hacer sin alegría».
Los que piensan que este es un país de m… sí saben que quieren a los argentinos tristes y amargados, «para que nos sintamos vencidos», diría el autor de El medio pelo en la sociedad argentina.