Opinión

Ezequiel Fernández Moores

Periodista

Nadal, el maestro inspirador

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Soy leyenda. Tras la final de la Copa Davis, en noviembre, el mallorquí se despide del circuito.

Foto: NA

«Sé que cuando acabe mi carrera no seré un hombre feliz y quiero aprovecharla al máximo mientras dure». Lo escribió Rafael Nadal en el prólogo de su autobiografía (Rafa. Mi historia) que publicó en 2011 en coautoría con el conocido periodista inglés John Carlin. Hoy, trece años después, 92 títulos (22 de Grand Slam), dos oros olímpicos, cuatro Copas Davis y, con 38 años él mismo y ya padre de un hijo, Nadal, una de las máximas glorias no solo del tenis, sino del deporte todo, anuncia su retiro, que concretará en la final de Copa Davis, en noviembre próximo en Málaga. Amargado por lesiones que afectaron sus dos últimas temporadas, Nadal sabe igualmente que aprovechó su carrera «al máximo». Lo de la «felicidad» es privado. Podría abrazarse en tal caso a una frase que le escuché una vez al escritor Adolfo Bioy Casares: «Creeré en el cielo si me dicen que allí hay una cancha de tenis». 

Si así fuera, Nadal recordará acaso al niño que, cuando recién tomaba la raqueta y ya se enfrentaba a un rival mucho mayor, buscó él mismo darle tranquilidad al tío Toni. Entrenador de siempre, temeroso de que ese rival claramente mayor arrollara a su sobrino, Toni, viendo que el tiempo era inestable, había engañado al pequeño Rafa diciéndole que tenía ciertos poderes y que, si la situación se complicaba, él podía hacer llover. «¿Tú puedes hacer llover?», le preguntó asombrado Rafa, siete años de edad. Comenzó el partido con dominio del mayor, y se largó a llover justo cuando Rafa igualaba. «Toni –le dijo a su tío– creo que puedes parar ya la lluvia. Puedo ganar». 

Siempre quiso ganar. Y ganó todo. Y revirtió inclusive la supuesta ventaja que le llevaba Roger Federer, rival clásico, la elegancia, el esteta, ese que todos queríamos ser, revés con una mano, natural, campeón sin siquiera transpirar. «Federer como Experiencia Religiosa», escribió una vez David Foster Wallace, para decirnos que «la belleza no es el objetivo de los deportes competitivos, pero la alta competencia es un escenario central de la belleza humana» y que en el centro mismo de ese escenario estaba el suizo, «etéreo, silbando a Mozart en pleno concierto de Metállica». ¿Cómo competir contra la belleza? Nadal hizo una épica del esfuerzo, la resiliencia, del rendirse nunca jamás, musculoso, el gladiador de festejo extrovertido, vincha mojada por la traspiración y ese calzoncillo que siempre acomodaba antes de sacar. Increíble que ambos, tan opuestos, dieran sin embargo una lección a los tiempos modernos que pretenden hacernos creer que el único motor posible es el odio. Fueron un ejemplo de competencia y convivencia, un «peace and love» inusual en medio de la jungla, como escribió el colega Sebatián Fest en su libro Sin Red. La historia que cambió el tenis. Novak Djokovic, más increíble aún, terminará acaso superando los números de uno y otro. El último mohicano de la era más brillante del tenis. 

Dos potencias. Rafa y Roger Federer, protagonistas del gran clásico del tenis contemporáneo, jugando en equipo en la Copa Laver.

Foto: AFP

Pero volvamos a Rafa, por lejos, el deportista español más notable de todos los tiempos. Su derroche físico, por inusual, llevó a que Roland Garros, donde terminó siendo amado, sospechara de doping. Les Guignols de l’Info, un programa satírico de Canal+, que supo reírse de Nicolas Sarkozy, Jacques Chirac, Vladímir Putin, Zinedine Zidane, Michel Platini y muchos líderes políticos e ídolos deportivos más, mostró años atrás a Nadal con una jeringa gigante, otros cantando «me llaman el rey del EPO» y que «Viva España». Para qué. Medios de España llamaron a boicotear productos franceses, hablaron de «envidia» y el propio Nadal pidió a las autoridades políticas y deportivas de su país que defendieran su honor. Francia, sabemos, terminó rendida a sus pies, como tantos otros. 

Días de gloria y de barro
Una imagen viralizada de él, ya supercampeón, pero con botas puestas y cepillo en mano para meterse en el fango que inundó un pueblo cercano a su Manacor natal, en Mallorca, fortaleció la figura del ídolo casi perfecto, un vecino más en medio del drama que mató y desamparó gente en Sant Llorenc des Cardessar. Acaso por eso muchos se desilusionaron cuando hace unos meses firmó él también un contrato millonario con Arabia Saudita, la monarquía que está usando al deporte para lavar su imagen. «¿Tú también Rafa?», tituló un diario. «¿Qué lleva a Nadal, de reputación extraordinaria, comportamiento intachable, solidario, generoso y atento» a convertirse en «embajador del tenis saudí», dictadura con pena de muerte y que ataca libertades y derechos?, se preguntó Manuel Jabois en El País. Cerca del final de su carrera, él, que siempre hizo alarde de alejarse de los extremos, «ha terminado publicitando al peor de todos», añadió Jabois. Justamente, lo hizo sobre el final de su carrera. Cuando el ídolo piensa en el futuro. Y en que su imagen gane dinero ya no por ganar tantos, sino por vender él mismo su imagen. La suya cotiza en oro. 

Consciente de su poder, Nadal esquivó las críticas. Y también porque desde niño, como le enseñó el tío Toni, aprendió a elegir qué barros pisar. «Lo acostumbré a ser responsable de lo que hace y aprende. A tenerse confianza y a jugar cada punto como si fuera un match point. Y a no poner excusas, porque nunca una excusa te hace mejorar», contó una vez Toni Nadal, que estaba sorprendido de que su sobrino aun siguiera jugando, en medio de tantos dolores que hacían ya insoportable hasta la vida cotidiana. «Pido que no me retiren en cada rueda de prensa, porque si no, termino creyéndomelo», había dicho Rafa apenas cuarenta días atrás, cansado de que le preguntaran siempre lo mismo. Efectivamente, se lo terminó creyendo. «Me voy con la tranquilidad de haber dado el máximo, de haberme esforzado en todos los sentidos», dijo el jueves pasado, en el video de cinco minutos en el que comunicó el retiro. Él se va tranquilo. Y nosotros agradecidos. Su esfuerzo inspiró a muchos. Y no solo dentro de una cancha de tenis. 

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