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Primera raqueta

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Gustavo Fernández sufrió un infarto medular que lo dejó parapléjico cuando tenía un año de vida. Profesional desde los 15, con su sostenido esfuerzo acaba de convertirse en el único jugador argentino en alcanzar la cima del ranking mundial.

Wimbledon. El cordobés en la final de 2017 ante al sueco Stefan Olsson. Pese a la derrota, redondeó un muy buen torneo. (Getty Images LTA)

Ni Guillermo Vilas ni Gabriela Sabatini, dos glorias, figuran entre los argentinos que llegaron a la cima del ranking. Y solo Paola Suárez y Gisela Dulko ocuparon en dobles el primer puesto del escalafón mundial. En singles, solo Gustavo Fernández alcanzó ese registro histórico al erigirse como número uno del mundo en tenis en silla de ruedas (también llamado tenis adaptado) desde el 10 de julio pasado. En lo que va del año, Fernández se consagró en el Abierto de Australia y cayó en las finales de Roland Garros y Wimbledon, además de ganar el Super Series de Francia y los torneos de Melbourne, Corea del Sur y L’Ile de Ré. A los 23 años, el cordobés de Río Cuarto logró lo que nadie en el tenis argentino. Y si hay una imagen de su juego –o de su vida, en verdad– es una jugada, en la que condensa, según sus palabras, sus mejores atributos: «terquedad» y «valentía». La escena ocurrió en la final de dobles en Wimbledon 2015. En aquel tramo del encuentro, Fernández se cayó de la silla de ruedas hacia adelante después de pasar la pelota, vino la devolución y, apoyado sobre su brazo izquierdo, sin que pique una o dos veces –porque en el tenis adaptado puede picar dos veces–, la volvió a pasar para ganar el punto; para lograr el título, en rigor, junto al francés Nicolas Peifer de Wimbledon.
Detrás de esa jugada hay un deportista de alto rendimiento que se sobrepuso a las adversidades. Cuando tenía un año y medio, Fernández sufrió un infarto medular luego de una mala caída. La parálisis le afectaba hasta la altura del pecho. Con la rehabilitación, bajó a la cintura. Hijo de Gustavo «Lobito» Fernández, cinco veces campeón de la Liga Nacional de básquet, Gustavo comenzó a los seis años su trayectoria deportiva en Estudiantes de Olavarría. Nancy, su madre, trabajaba en el club y tomaba clases de tenis. «Quiero jugar», le decía, y le insistía. Empezó a jugar con chicos que no tenían su discpacidad. En 2006, a los 12, comenzó a competir en el tenis en silla de ruedas. Arrasaba. Había sacado ventaja al practicar el tenis convencional. Ya en el circuito, superó a sus competidores.

Todo a pulmón
Lobito –fue inevitable la herencia del apodo, aunque sus amigos también le dicen Gusti- embolsó 13.350 dólares por ganar el Abierto de Australia 2017. Roger Federer, ganador en el tenis convencional, 2.670.000. Hay distinto tipo de discriminaciones. Profesional desde los 15 años, Fernández no tiene auspiciantes privados y, para el último Wimbledon, utilizó la ropa que se compró en una feria de Barcelona durante su tiempo libre. Solo cuenta, desde 2010, con la beca que le entrega el Estado a través del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD). «La gente tiene que empezar a entender con más naturalidad lo que es la discapacidad –dijo después de llorar frente al celular cuando se actualizó el ranking y se convirtió en el nuevo número uno del mundo–. Hay que enfrentar a la discapacidad, no tenerle tanto tabú. Hay una mirada del otro de lástima, del pobrecito que no puede, y nada que ver».
Después de ser el número uno, días antes de comenzar su participación en Wimbledon, a Fernández le costó mantener la concentración en los entrenamientos. El debut en el torneo fue un parto. Trató de refugiarse con su familia y con Fernando San Martín, su entrenador desde hace más de diez años. Aunque fue el abanderado argentino en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro 2016, el grado de exposición le alteró la rutina. Estaba exaltado. Daniel Orsanic, el capitán con el que Argentina ganó por primera vez la Copa Davis, lo felicitó. No era para menos en virtud de una característica de Fernández: a diferencia de otros jugadores con discapacidad, el cordobés es parapléjico completo. Un rasgo que realza su reciente logro teniendo en cuenta, además, que es el único tenista parapléjico en el top 10.
De ahí que sobresalgan sus acciones de juego. Otra jugada que tuvo extendida difusión ocurrió en la reciente semifinal de Wimbledon ante el británico Alfie Hewett, quien le había ganado la final en Roland Garros. El cordobés sufrió una dura caída en su silla de ruedas y enseguida logró reincorporarse para seguir concentrado en el partido. Volvió, a su modo, a ser terco y valiente. «Un poco me molesta que solo me digan que soy un ejemplo de superación», confesó en distintas entrevistas. «Creo que soy un ejemplo de deportista profesional. No me siento discriminado porque no le doy bola, pero sé que existe».
Por eso, Gustavo Fernández sigue su camino y, como cualquier otro atleta, ya se encuentra enfocado a nuevos objetivos, el más importante: sostenerse en lo más alto del ranking. Esa distinción que ya está en la historia del tenis argentino argentino.

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