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Real Madrid, con el sello de Zidane

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El francés superó los prejuicios por su inexperiencia como técnico al obtener cinco títulos con el equipo español, entre ellos la Champions League en 2016 y 2017. Su perfil austero y el carácter para imponer un juego vistoso acorde con la historia merengue.


Cardiff. El entrenador subido en andas por sus jugadores luego del contundente triunfo sobre la Juventus en la final de la Champions de este año. (De Yela/DYDPPA/Rex/Shutterstock/Dachary)

Si el Real Madrid es un club que vive en la desmesura, Zinedine Zidane es su contrapeso, un monje franciscano que termina de configurar su yin y yang. Zidane, nacido en Marsella (Francia), conduce el equipo sin gestos exagerados y con austeridad. Solo algunas escenas de nervios lo tuvieron como protagonista; unos pocos momentos de tensión en los que movió los brazos con cierto frenesí para animar a sus jugadores o reclamar un fallo en contra. Lo que domina es su mirada de cristal mediterránea, aunque el contraste no se produzca tanto en la economía gestual sino, sobre todo, en la administración de los recursos. Zidane no pidió casi nada y ganó casi todo.
Habituado a las compras galácticas, incluso las que sirven más al marketing que al refuerzo del equipo, Florentino Pérez recibió de Zidane un shock de austeridad: le avisó que no necesitaba a nadie para empezar más que a Antonio Pintus, un preparador físico que conocía de cuando era jugador de Juventus. El año pasado, eso sí, dijo que le gustaría contar con Paul Pogba si el club estaba dispuesto a pagar la fortuna que le pidieran por el francés. No ocurrió. Ese ascetismo a la hora del mercado de pases hace más meritoria la colección de títulos que la llamada Casa Blanca engordó desde que Zidane llegó a la comandancia del equipo: una Liga, una Supercopa europea, un Mundial de Clubes y, el postre, dos Champions consecutivas.
Sin mayor experiencia más que la de haber dirigido el Castilla, Zidane se hizo cargo del equipo para sacarlo de la zona de turbulencia a la que había ingresado durante los seis meses de mandato de Rafa Benítez. No faltó quien lo subestimara, quien creyera que la tarea podía quedarle demasiado grande. Dicen que cuando Florentino Pérez le ofreció el puesto, lo hizo con una pregunta: «¿Estás preparado para este desafío?». Zidane respondió que sí, y tomó la llave del equipo. Había estado cerca de ese lugar cuando acompañó al técnico italiano Carlo Ancelotti. Pero ahora le tocaba llevar adelante algo muy parecido a una transformación. Era mitad de temporada, pero estaba la Champions, la primera que ganaría, la undécima del club.
El Real Madrid comenzó a verse distinto con el barniz de Zidane. El francés aplicó gradualismo: reacomodó jugadores, privilegió a algunos rezagados y hasta modificó la configuración con la que jugaban otros, en especial Cristiano Ronaldo, que se convirtió en un francotirador, un delantero insertado del área, esa zona de la que antes era más bien un merodeador.
Si se sacara una foto con plano cenital, desde arriba, y se recorriera el esqueleto del equipo, de atrás hacia adelante, se podría ver que el Real Madrid del último año y medio, más allá de Cristiano, se solventó en un arquero como Keylor Navas, en un tótem como Sergio Ramos, en un lateral «premium» como Marcelo, en un pulmón como Casemiro, en el fútbol de Luka Modric y Toni Kroos, y en la frescura de Isco. Y ahí aparece uno de los jugadores que más admira Zidane, su debilidad: Karim Benzema.

Símbolos
Pero no es solo un asunto de jugadores. Zidane administró el asunto con criterio. Aunque Lucas Vázquez fue uno de los futbolistas que más presencias tuvo en la Liga, Zidane lo corrió sobre el final. En su lugar creció Marco Asensio. Pero además surgió un esquema en el que Casemiro tomó mayor protagonismo formando un rombo junto con Modric, Kroos e Isco. Zidane entendió que el mediocampo era la respiración del equipo. Lo hizo crecer. No en volumen, pero sí en preponderancia. Le dio al Madrid un juego más suave; contundente, pero más sofisticado y menos vertiginoso.
Para eso tuvo que poner al fútbol por sobre los intereses económicos. La demostración más certera de ese carácter es que terminó por sacar del equipo a Gareth Bale y James Rodríguez. El galés fue al banco en la final de la Champions contra la Juventus. El colombiano la miró desde la platea. Esas decisiones también marcan el actitud de Zidane, y la dimensión de su figura en la historia del Real Madrid, con títulos como jugador y entrenador, quizá solo comparable a la influencia que ejerció Alfredo Di Stéfano.
«Tendemos a imaginar que el entrenador que gana es alguien completamente formado, evolucionado y construido», escribió Martí Perarnau, atleta y periodista español, en la revista The Tactical Room. «Pero no es así –agregó–, ni siquiera en la cumbre de la élite. Hoy que Zinedine Zidane ha vuelto a ganar dicen de él que “por fín” ha aprendido conceptos tácticos de altos vuelos. ¡Por supuesto que sí! Precisamente en ello reside su principal mérito: en haber “aprendido” dichos conceptos, en haberlos querido aprender».
Cuando la selección francesa ganó el Mundial de 1998, las calles de París se llenaron de hinchas que pedían por «¡Zizou presidente!». Aquella selección fue ejemplo de integración para un país en el que avanzaba la xenofobia. Zidane, hijo de argelinos, era un símbolo. Y su figura. No es que en Madrid pidan por Zidane presidente. Pero al menos reclaman larga vida al francés.

 

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