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El jugador bahiense, quien decidió alejarse del tenis hace dos años, retornó a las canchas con menos presiones, a la vez que logró instalarse entre los mejores 50 del ranking mundial, debutó en el equipo de Copa Davis y se prepara para nuevos desafíos en su carrera.

 

Renovado. Pella, en un partido correspondiente al Masters 1000 de Indian Wells, en marzo. (AFP/Dachary)

Un día quiso dejar el tenis y lo cumplió. Sintió que la cabeza le iba a explotar, que así no podía seguir. Transcurría mayo de 2014 y Guido Pella se mostraba resignado. Había llegado a un límite. «Dejé de disfrutar», dijo por entonces. Aunque rápidamente se dio cuenta de que vivir sin el tenis era aún peor. De ese modo, el tenista de 25 años regresó a los courts y de a poco fue levantando el nivel hasta erigirse, actualmente,  como uno de los dos mejores tenistas de la Argentina (dentro del top 50 del ranking atp), junto con Leonardo Mayer. Aprendió de las malas y se levantó. Porque cómo iba a concebir una vida lejos de las canchas este bahiense que, si algo sabía desde chico, desde que jugaba con ese sonajero con forma de raqueta, es que su vida iba a estar ligada a este deporte.
Amalia, su bisabuela materna, jugaba al tenis. También sus abuelos, Roaldo y Perla. Pato y Fernanda, sus tías, siguieron la tradición y su madre, Charo, solía frecuentar las canchas. De hecho, así fue como Charo conoció a Carlos, entrenador de tenis con quien luego se casaría y tendría tres hijos: Catalina, Sol y Guido. La familia Pella es sinónimo de tenis. Por eso no sorprendió que tanto Guido como Catalina llegaran a ser profesionales. En Bahía Blanca, tierra de Emanuel Ginóbili y tantos otros, es casi una obligación jugar al básquetbol. Pero ese no era el camino para Guido, que ya desde muy chico probó con la pelota naranja en Bahiense del Norte, aunque enseguida se dio cuenta de que su lugar en el mundo era el club Liniers, donde su papá daba clases. Allí se crió, sobre unas canchas rápidas que explican la ductilidad de Pella en esas superficies y en donde demostró sus virtudes contra rivales mayores que él. Ahí, en definitiva, se forjó la nueva figura del tenis nacional.

 

Camino al andar
«Mi hijo va a dar que hablar», repetía su madre cuando Pella era apenas una criatura. Y así fue: rápidamente Guido empezó a sonar entre los nombres del futuro argentino. Zurdo, aguerrido y con talento, ya en 2007 fue sparring de Copa Davis en aquella serie contra Austria en Linz en la que debutó Juan Martín del Potro. Pero le costó el despegue. De hecho, su primera explosión llegó recién a fines de 2012. Luego de batallar en los torneos futures –para jugadores de bajo ranking–, a fines de ese año consiguió encadenar cuatro títulos de challengers –el escalón previo a los atp– y fue ahí cuando logró romper la barrera de los top 100 al terminar la temporada como 97º. Y parecía que su carrera iba en ascenso.
Pero no. Guido se volvió a caer. A tal punto llegó su declive que un par de años después forzó su retiro. «Aprendí a tomarme las cosas con calma, dejé de sentir que hacía todo mal», explica ahora. Desde que volvió a jugar hasta hoy sumó aprendizajes. Cabe mencionar un hecho importante en su itinerario reciente: en marzo de 2015, era el 199º del mundo y hoy, ubicado en el puesto 39º del escalafón, comparte torneos y vestuarios con su ídolo de la infancia, Roger Federer.
Guido Pella mira hacia adelante, empujado por sus logros y un futuro promisorio: tiene la posibilidad de jugar todos los Grand Slam tras el envión de haber sido finalista del atp 500 de Río de Janeiro en febrero de este año, y se ganó un lugar en el equipo de Copa Davis (fue el singlista 1 en la reciente primera ronda ante Polonia, con triunfo incluido ante Michal Przyslezny).
Ahora, uno de los grandes objetivos a nivel personal, cuenta él mismo, son los Juegos Olímpicos, a los que se está clasificando. Para eso trabaja día a día; incluso hasta incorporó la neurociencia en sus entrenamientos de la mano del biólogo molecular Estanislao Bachrach: «Me ayuda a entender mi mente», asegura Pella. Todo sea para coronar este presente y cumplir, como buen amante del deporte, un nuevo objetivo que no está estrictamente relacionado con el tenis: «No conozco a Ginóbili, es mi cuenta pendiente».

Gustavo Pando

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