A los 43 años, Tiger Woods obtuvo su decimoquinto Grand Slam en Augusta y aspira a alcanzar a Jack Nicklaus, el más ganador, con 18 coronas. Las claves de su resurrección deportiva luego de los escándalos sexuales y las lesiones que afectaron su carrera.
22 de mayo de 2019
Estilo. El estadounidense ejecuta un tiro en la final del tradicional certamen de Giorgia. (Cannon/Gina/AFP/Dachary)
Su historia es la de aquellas figuras del deporte que convocan la atención del público, independientemente del grado de popularidad que tenga la disciplina. Entre otras cosas, porque intervienen hechos que no se circunscriben únicamente a sus desempeños en un campo de juego. La referencia apunta a Tiger Woods, para muchos el mejor golfista de todos los tiempos, vigente a sus 43 años. Es que, cuando parecía que las lesiones y los escándalos se habían combinado de manera perfecta para acabar con su carrera, el estadounidense recuperó terreno con un éxito resonante. La obtención del Masters de Augusta (Georgia), el torneo más importante, le permitió sumar su 15º Grand Slam y darle un nuevo impulso a una disciplina que había quedado relegada de la agenda deportiva sin su presencia.
Para dimensionar la conquista, conviene repasar la última década de Woods. La debacle comenzó en 2009: en aquel año, una pelea con su mujer, Elin Nordegren, destapó una larga lista de infidelidades que derivaron en fuertes críticas con impacto mediático. Sobrepasado por los acontecimientos, el propio Tiger asumió sus culpas e incluso se definió como un «adicto al sexo». El millonario divorcio y los cuestionamientos públicos terminaron de sumirlo en una profunda depresión, aunque esa fue solo la primera parte de su caída. Porque después de la sucesión de escándalos aparecieron las lesiones. Como consecuencia, Woods se sometió a ocho operaciones, cuatro de espalda y cuatro de rodillas. A ello se sumó otro episodio que volvió a ubicarlo lejos de las noticias deportivas. Con el objetivo de sobreponerse a los dolores que lo llevaron al quirófano en reiteradas ocasiones, Tiger recurrió –en exceso– a distintos psicofármacos para reponerse en menor cantidad de tiempo, una decisión que empeoró las cosas. En mayo de 2017, por caso, fue detenido cerca de su casa, en Florida, dormido en su auto por el efecto de los medicamentos. Aquella imagen recorrió el mundo debido a que en la foto de la ficha policial se veía a un Woods desfigurado, con el rostro hinchado y los ojos entrecerrados.
Frente a ese panorama, pocos creían que el golfista podría volver a ser la estrella dominante que había sorprendido al mundo al ganar su primer Master de Augusta en 1997. Y si bien difícilmente recupere el juego de sus mejores años, el estadounidense pudo relanzar su carrera con un triunfo de relieve y necesario luego de una larga sequía. Basta mencionar que lo concretó a 22 años de su primera corona en un Major y a 11 de su última gran victoria, en el US Open 2008.
Apoyo interior
La carrera de Woods, tanto en los días de gloria como en los de crisis, pudo desarrollarse gracias al apoyo irrestricto de su familia. Con Elin Nordegren, su exesposa, tuvo dos hijos, los cuales solo habían escuchado las proezas de su papá a través de la televisión o mediante videos en YouTube. El padre de Tiger, Earl Woods, un excombatiente de la guerra de Vietnam fallecido en el 2006, lo acompañó y lo vio tocar el cielo con las manos, aunque fue su madre la que lo sostuvo en su peor momento. Por eso él sentía que necesitaba ganar para ella y, sobre todo, para sus hijos. «Hasta ahora, ellos solo sabían que el golf me causaba mucho dolor», se sinceró Tiger.
Ese apoyo es lo que lo mantiene motivado y activo de cara a los nuevos desafíos. Después de una vuelta sorpresiva a los primeros planos, que incluso le valió una foto con el mismísimo Donald Trump, su objetivo es ganar tres Grand Slam más para alcanzar los 18 del mítico Jack Nicklaus, el más ganador de la historia. También asoman en el horizonte los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, el máximo evento en el que podría representar a Estados Unidos como uno de los cuatro golfistas que llevará la delegación.
Se trata de dos desafíos exigentes, especialmente porque los plazos se acortan (cumplirá 44 años en diciembre) y la competencia con los mejores exponentes del circuito no permite defecciones. Pese a ello, y más allá de lo que depare el futuro, su nombre vuelve estar en el centro de todas las miradas. Esta vez, por aquello que le dio prestigio en su tumultuosa carrera: empuñar un palo de golf.