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Ruido de Guerreras

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Con diversas acciones de protesta, la selección argentina logró poner en agenda la falta de apoyo oficial hacia una disciplina que atraviesa su etapa de mayor crecimiento. Las diferencias con Brasil y el sueño de clasificar al Mundial de Francia 2019.

Copa América. Mariana Larroquette, jugadora de UAI Urquiza, despeja el balón, en el rencuentro de la fase final disputado ante Chile, en La Serena. (Reyes/AFP/Dachary)

Hasta agosto del año pasado, la selección argentina de fútbol femenino no tenía entrenador. El último técnico había sido Julio Olarticoechea, campeón del mundo en México 1986. El Vasco dejó al equipo para dirigir a la Sub 20. Era tal el caos, que duró poco en el cargo: tuvo que saltar a la Sub 23 por los Juegos Olímpicos de Rio 2016. Eran tiempos de la Comisión Normalizadora, la intervención del gobierno macrista en el fútbol. Pero las jugadoras se plantaron y el año pasado activaron una huelga en reclamo por mejores condiciones de trabajo, pago de viáticos, un lugar para entrenar, todo lo que no tenían. Llegó un técnico, Carlos Borello. Pero el apoyo desde la AFA siguió retacéandose. Sin embargo, con una preparación de pocos días, las Guerreras –como ahora apodan al combinado albiceleste– llegaron a la Copa América 2018, en Chile, y aunque tendrán que jugar un repechaje para entrar al Mundial 2019 en Francia, le dieron un gran empujón al fútbol femenino en la Argentina.
Las hazañas no solo tienen que ver con los resultados deportivos, también con lo que esos resultados implican a futuro. La participación argentina en la Copa América de Chile puede ser un despegue. No se trata de que el fútbol femenino se haga un lugar a los codazos. Es su lugar natural, postergado por la desidia dirigencial, pero también porque el machismo gobierna el fútbol. Solo hay que decir que el fútbol femenino se desarrolló en paralelo al masculino, no era una cuestión de hombres. En Inglaterra, por ejemplo, la práctica de la disciplina estuvo prohibida para las mujeres hasta 1971.
 En 2006, la selección femenina ganó el Sudamericano que se jugó en Mar del Plata. Se lo arrancó a Brasil ganándole 2 a 0. Fue el título más importante. Pero, además, logró tres subcampeonatos, en 1995, 1998 y 2003. En todos esos torneos fue campeón Brasil, que ganó siete de ocho copas América, incluyendo la última de Chile. La verdeamarelha femenina tuvo cada vez más apoyo oficial. En cambio, a la Argentina se le dio la espalda. Los resultados están a la vista.
Las diferencias entre ambas selecciones se observan, incluso, hasta en cómo se vieron los partidos de la Copa América. Mientras a la Argentina solo se la podía seguir por las transmisiones oficiales del torneo que se realizaron por Facebook (DeporTV, a su vez, tomaba esas imágenes), la Confederación Brasileña de Fútbol dio los partidos en vivo también desde redes sociales. Recién sobre el final del torneo se sumó la señal de pago TNT Sports. Pero en Chile solo había dos enviados siguiendo a la selección, Romina Sacher y Nicolás Valado, periodistas del programa de radio El Femenino.
La Conmebol ya estableció que ningún club podrá competir en torneos sudamericanos si no tiene conformado su equipo femenino. Lo mismo ocurre con la Superliga, que puso ese mismo requisito en sus reglamentos.  El fenómeno transita acaso una de sus etapas de mayor crecimiento. Boca, que es uno de los clubes que tiene mejor desarrollado el fútbol femenino en su estructura junto a UAI Urquiza, River y San Lorenzo, recibe a cientos de jugadoras cada vez que llama a una prueba. Quienes organizan torneos más relacionados con lo social cuentan que si antes se anotaban diez equipos, hoy reciben veinte inscripciones.
 

Solas contra todos
Las canchas de fútbol cinco hace tiempo que ya no son territorio exclusivo de los hombres. Porque también el fútbol recreativo crece. Y todavía no hay dimensión de lo que pudo haber generado las imágenes que llegaron desde Chile. No importa que la Argentina no haya terminado por debajo de las expectativas que se generaron cuando promediaba el torneo, donde quizá podía esperarse una clasificación directa al Mundial de Francia. La selección demostró que aún con el viento en contra por la falta de apoyo oficial, pudieron dar pelea, con cuatro triunfos (3-0 a Bolivia, 6-3 a Ecuador, 2-0 a Venezuela y 3-1 a Colombia, uno de los equipos más duros de la región) y tres derrotas, dos antes a Brasil (3-1 y 3-0), una de las grandes potencias, y otra ante Chile (4-0), la selección local.
Pero lo que sobresalió, más allá del resultado, fue una actitud y la expresión de una bronca, un descontento, una injusticia: la visibilización de un conflicto. El punto de partida fue el Topo Gigio, a lo Juan Román Riquelme, de Soledad Jaimes, la goleadora del equipo con cinco tantos. En realidad, así suele festejar Soledad. Lo hacía cuando se destacaba en el Santos de Brasil, y lo hace ahora que juega en el Dalian Quanjian, de China. Pero la mano al oído se la llevaron todas antes del partido con Colombia, el primero de la fase final, durante la formación del equipo. Ahí estaban las figuras de la selección –y las otras goleadoras, con tres tantos cada una–, Estefania Banini, que juega en el Washington Spirit, de la National Women’s Soccer League, de Estados Unidos, y Florencia Bonsegundo, jugadora de la UAI Urquiza. A esa altura, las jugadoras de la selección ya habían tenido que soportar que la nueva camiseta del equipo femenino sea exhibida en imágenes por modelos, no por quienes las usan. Una diferencia con la selección masculina.
El presidente de la AFA, Claudio Chiqui Tapia, reconoció que hay una deuda con el equipo femenino. El dirigente viajó a Chile para el último partido de la Argentina. En diciembre, el equipo jugará su repechaje ante una selección de Concacaf, con el que buscará un lugar en Francia 2019. Ese año ya tiene asegurado su lugar para los Juegos Sudamericanos de Lima. Para entonces, lo que se espera es que el sostén institucional sea más fuerte, el que corresponde. Aunque las jugadoras ya demostraron que pueden contra todo. Por algo ya tienen el apodo: las Guerreras.

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