24 de julio de 2024
En medio de la falta de apoyo del Estado y la ausencia de políticas deportivas sostenibles, una delegación de 117 atletas renueva sus ilusiones de dar lo máximo. Historias con espíritu olímpico.
Francia. El logo y los tradicionales anillos de la gran cita del deporte, a celebrarse entre el 27 de julio y el 11 de agosto.
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¿Qué diría Enrique Thompson? ¿Qué diría, entrerriano, decatleta, un proclamador de la fe en el deporte, el primer abanderado olímpico argentino en la París de 1924, si se topara ahora, un siglo después, con el deporte argentino que va de nuevo a París y de nuevo olímpico? ¿Qué diría si escuchara a Osvaldo Arsenio, eminencia entre los entrenadores de natación del planeta, exdirector nacional de Deporte, una referencia sobre el tema respetada en todas partes? Porque esto es lo que plantea Arsenio sobre las perspectivas argentinas en los Juegos Olímpicos que irán desde el 26 de julio hasta el 11 de agosto: «No hay alquimias milagrosas que puedan restaurar los años de falta de política deportiva, de inversiones y de un rumbo razonable en cada disciplina. Los Juegos, cada Juego, comienza mucho antes de que se produzcan las urgencias y la necesidad informativa. Y ese período, en general, se ha desprovisto, por muchos años, de acciones y estrategias que son comunes en el deporte moderno».
Argentina acudirá a la capital francesa con una delegación de 117 participantes, menor que la de 177 –la tercera más grande en la historia– que intervino en Tokio 2020 (con traslado a 2021 por la pandemia) y aún más chica que la de 213 –la segunda más grande– por la que marcharon a Río de Janeiro 2016. Las razones son múltiples, pero no están desconectadas. Van desde la defección de unos cuantos deportes de combate o de tiempo y marca, que no lograron que se clasificara ningún representante o apenas alguno (el caso más estridente es el del boxeo, el que más medallas le sumó a la Argentina en todos los tiempos, ausente por primera vez) hasta las oscilaciones en el ciclo preparatorio en distintas actividades. Y evidencia algo más: a diferencia de otras etapas, los deportes que mayor autonomía tienen del Estado son los que van a competir cerca de la Torre Eiffel con mejores perspectivas. Sin necesidad de posgradurase en los lazos entre política y deporte, cualquiera interpretará este fenómeno recordando que transcurre una edad argentina en la que las propias autoridades del Estado trabajan para que el Estado incida lo menos posible. Eso es cierto, pero no una causa monopolizante, ya que, como señala Arsenio, hay, de mínima, ocho años de notorio declive –cierto que con matices– en la acción pública sobre el desarrollo deportivo.
Luciano de Cecco. Pilar del seleccionado de vóley, figura en los juegos olímpicos de Tokio, será el abanderado de la delegación.
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Anhelos colectivos
Un poco por ese escenario y otro poco por sus tradiciones, Argentina aspirará a sus euforias más altas en los deportes de equipo. En Tokio no hubo medallas doradas, pero las Leonas certificaron la riquísima trama que modelaron desde Sydney 2000 y accedieron al segundo escalón del podio. En su segunda presencia olímpica, el Rugby 7 se llevó la medalla de bronce. Y, acaso en el episodio que más magnetizó a sus compatriotas, el vóleibol se impuso a Brasil en la definición del tercer puesto y se colgó la medalla de bronce. Hugo Conte, el mejor voleibolista que tuvo el país, también medallista de bronce (Seúl 1988) y también delante de Brasil, conmovió y se conmovió entonces al ver y narrar por televisión a su hijo Facundo como parte de ese momento glorioso. Hoy, a tono con el sabio que hace rato es, entrelaza entusiasmos y cautelas: «Este es un equipo que viene creciendo: armado, con confianza, que ojalá que pueda jugar en el nivel que sus posibilidades auspician y que trabaja en el intento de solucionar pequeños detalles. Resolvió el desafío del último tiempo, en el que prácticamente en cada set se jugaba la clasificación olímpica. Las expectativas son buenas. Ocurre que once de los doce equipos que participarán son fuertísimos. Los tres partidos de la zona son muy bravos: Estados Unidos, Japón y Alemania. Argentina puede ganar o puede perder los tres. Sabemos y saben los jugadores que, en cuanto haya que empezar, estarán preparados». Significa mucho el vóleibol en estas cumbres: Luciano De Cecco, talentosísimo armador, recogerá el legado de Thompson y, cien años más tarde, ejercerá de abanderado en la ceremonia de apertura.
Esa bandera será portada, además, por Rocío Sánchez Moccia, emblema del hockey, bisubcampeona olímpica (Londres 2012 y Tokio 2020). También fue subcampeona olímpica la nadadora Jeanette Campbell en Berlín 1936, primera mujer argentina en ir a unos Juegos y toda una demostración de que algunas cuestiones sí mutaron: habrá 33 argentinas en París, un porcentaje corto si se lo compara con otras naciones o con el promedio general, más aún si se atiende que la mitad las aporta el hockey. En Tokio 1964, Campbell se transformó en la tercera dama que fue abanderada inaugural de la Argentina. Una particularidad consiste en que, entonces, ya no se zambullía en la pileta olímpica, pero en esa ceremonia estaba otra dama en la plenitud de su natación: Susana Peper, su hija.
El hockey, el vóleibol, el rugby 7 y el fútbol –se extrañará al básquetbol– cobijan esperanzas altas, más allá de los vaivenes con los que son concebidos la Argentina y su deporte. Con un grupo orientado por el duplicado campeón olímpico Javier Mascherano (oro en 2004 y 2008) y que incluye a tres flamantes campeones de América (Nicolás Otamendi, Julián Álvarez y Gerónimo Rulli), el fútbol amanece como una oportunidad de sonrisa (debuta el miércoles 24, previo a la inauguración, ante Marruecos). La FIFA y el Comité Olímpico Internacional (COI) encadenan un vínculo complejo hace décadas, lo que suele provocar que los Juegos sean subvalorados en el entorno futbolero. Sin embargo, Argentina allí sembró hitos, llevó figuras y, además de las dos preseas doradas de las que fue componente Mascherano, alcanzó una plateada en Amsterdam 1928 en su intervención inicial y otra en Atlanta 1996.
Osvaldo Arsenio. Referencia ineludible como entrenador de natación, exdirector nacional de Deporte.
Fuegos de julio
Para otros, en principio, las cúspides se sitúan más lejos pero el mérito resulta gigante. «El handball argentino es un milagro», sintetiza Luis Simonet, gran jugador, papá de Diego y de Pablo, que estarán en París, y de Sebastián, que tomó parte en los tres Juegos anteriores. Y corrobora por entero esa épica: «Clasificarse para cuatro Juegos seguidos, considerando los cien años de nuestra federación y que antes no había ocurrido, es algo muy, muy grande. Va solo el campeón de cada continente. Yo siempre les digo a los muchachos que son como un Pucará argentino: un avión que vuela bajito, al que le toca enfrentarse contra potencias que les levantan murallas frente a las que hacen lo que pueden. Es un equipo formado por jugadores de Capital y del Conurbano, solo uno del Interior, lo que habla de cómo se construyó este deporte en el país a través del tiempo y de lo que no está desarrollado. Y la conformación también habla de los cambios porque, cuando se logró el pasaje a los Juegos de Londres de 2012, apenas uno o dos jugaban en el extranjero; ahora solo uno lo hace acá».
Aunque hubo connacionales aislados en los Juegos desde que fueron restaurados en 1896, Argentina se integró formalmente justo bajo el cielo de París en 1924. El entrerriano José Benjamín Zubiaur figura entre los señores fundantes del COI, en 1894, pero desavenencias no suyas y sí de quienes le siguieron demoraron la constitución del Comité Olímpico Argentino (COA), que recién se selló el 31 de diciembre de 1923. A partir de allí, el celeste y el blanco solo faltaron en Moscú 1980, cuando la dictadura resolvió adherir al boicot contra la Unión Soviética que timonearon los Estados Unidos. Hay 77 medallas y 162 diplomas en la mochila desde 1924, toda una cifra si se evalúa que entre el primer puesto de los remeros Tranquilo Capozzo y Eduardo Guerrero en Helsinki 1952 y el doble campeonato del básquetbol y el fútbol el 28 de agosto de 2004 transcurrieron 52 años sin que nada dorado retornara a la patria.
A centímetros de quebrar aquel vacío quedó Gabriela Sabatini, tenista como ninguna, quien valoró su medalla plateada en Seúl 1988. Las disciplinas individuales ostentan su propia lógica. Martín Jaite fue otro destacado tenista en esos Juegos y recibió un diploma al fluir hasta los cuartos de final. «Para que Argentina gane una medalla debe haber un batacazo», sentencia hoy. Y puntualiza: «Que el torneo sea en canchas lentas, como siempre, favorece esa oportunidad para los argentinos. Vamos con cuatro jugadores –Sebastián Báez, Francisco Cerúndolo, Tomás Etcheverry y Mariano Navone– que ya pueden enfrentarse a los mejores. Cada uno hizo este año recorridos diferentes, pero andan en buen nivel. El panorama entre las mujeres es más difícil. Machi González y Andrés Molteni son una posibilidad para considerar por lo que rinden en el dobles».
Sujetos desatendidos por mucha prensa a la que, paradójicamente, se denomina «deportiva», los y las deportistas desplegarán lo suyo en la élite de las élites, en algunos casos con antecedentes especialmente sugerentes como el taekwondista Lucás Guzmán, la tiradora Fernanda Russo, el golfista Emiliano Grillo o el canoísta Agustín Vernice. Lo saben: en lo mediático, se llevarán un episodio excepcional de resonancia o continuarán al borde de ser ignorados, pero en lo profundo, como aventura humana, protagonizarán algo mucho más sustancial que lo mediático, algo que los atravesará hasta hacerse inolvidable.
No se intuye cómo el abanderado Thompson decodificaría que desde Tokio 2020 el programa olímpico incluya al skate, dentro del que, en París, irán por lo suyo Matías Dell Olio y Mauro Iglesias, dos pibes argentinos. O qué cara exhibiría al enterarse de que la gravitación argentina asume senderos tan extraños que en esta cita olímpica peleará un boxeador camerunés llamado Bocas Junior. O qué sorpresa desparramaría ante la irrupción de Damián Jajarabilla, quien lanzará flechas desde su arco cada vez que se oiga la palabra «Argentina». Mucho menos es posible conjeturar qué respondería Thompson al verificar que, para la Argentina, tantas veces todo es tan complicado. Lo seguro es que andaría entusiasmado. Con sus flashes y con sus oscuridades, con sus maravillas y con sus abismos, los Juegos arrancan invariablemente cuando se prende una antorcha. Es así: siempre son un fuego.