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Un clásico de 60 años

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La Copa Libertadores, el torneo que cumple seis décadas, atesora equipos emblemáticos, grandes figuras y partidos, pero también escándalos dentro y fuera de la cancha. El repaso de los 25 logros argentinos, los trasfondos políticos y la injerencia del negocio.

Inédito. River y el trofeo tras vencer a Boca en la final de 2018 diputada en Madrid. (Del Pozo/AFP/Dachary)

Primero la llamaron Copa de Campeones de América. Fue en Caracas, durante agosto de 1959. Ocho federaciones votaron a favor del nuevo torneo, pero Uruguay lo hizo en contra. Venezuela se abstuvo. Y fue después de ese congreso que la Confederación Sudamericana de Fútbol tomó la decisión denominar al nuevo torneo como Copa Libertadores de América, un homenaje a los héroes de la independencia. Ahí estarían implícitos los nombres de Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo O’Higgins, José Gervasio Artigas y los revolucionarios de la región. Toda una paradoja para un torneo que el 9 de diciembre de 2018 definiría una de sus finales más emblemáticas –acaso por lo caótica, pero también por la rivalidad–, el superclásico argentino, en territorio español.
La otra paradoja llegaría más temprano. Si Uruguay mostró su antipatía en un comienzo, sus dos primeras ediciones encontrarían a Peñarol como el campeón. Fue este equipo el protagonista del primer partido de la historia, el 19 de abril de 1960, con una goleada 7-1 sobre Jorge Wilstermann, de Bolivia. Lo que ocurriría desde ese entonces marcaría el sello de agua de una competencia mitológica que este año, suspendida por la pandemia, cumple 60 años. Peñarol –que le ganó la primera final a Olimpia de Paraguay–, tenía a Alberto Spencer, un delantero ecuatoriano, máximo goleador de la copa hasta hoy.    
Pero la Libertadores no construyó su identidad en las estadísticas. Era un torneo duro que requería condimentos adicionales al juego. Las noches de copa también podían ser batallas. Era común que Pepe Sasía, un tótem de Peñarol, le lanzara tierra en la cara a los arqueros durante los córners. Él mismo tuvo que soportar naranjazos durante un cruce con Olimpia en Asunción. Tenía que patear un penal y esperó hasta que cayera la última para hacer el gol. En Villa Belmiro soportó las botellas que le tiraban los hinchas de Santos en la final de 1962. Una que le cayó cerca la partió contra el césped y se la mostró desafiante a los fanáticos brasileños. Aquella se conoció como «la noche de los botellazos». La final incluyó una suspensión, aprietes con armas de dirigentes brasileños al árbitro, el festejo de Santos en su cancha, y también la resolución de la confederación de que esa celebración no tendría validez: hubo que definir en el Monumental con juez holandés. Y la ganó el Santos, de Pelé.
Figuras como Pelé, los grandes equipos, los partidos inolvidables, mezclado con el caos, fue el ADN de la Libertadores, como si formara parte de la contradicción sudamericana. Estaba el fútbol, pero también las señas de la región. Salir a jugar de visitante implicaba estar dispuesto a enfrentar un contexto adverso teniendo en cuenta los árbitros localistas, las canchas convertidas en ollas a presión, el juego fuerte permitido y la posibilidad siempre abierta de las piñas, incluso con la amenaza de terminar en una comisaría, como pasó en las semifinales de 1968, con Alfio Basile y Nelson Chabay, de Racing, y Ramón Aguirre Suárez y Néstor Togneri, de Estudiantes de La Plata.
Precisamente Estudiantes, dirigido por Osvaldo Zubeldía, rompería en ese año lo que era una hegemonía de los clubes denominados grandes. Peñarol ya había ganado la copa tres veces (1960, 1961 y 1966), Santos se había llevado dos (1962 y 1963, esta última consagrándose frente a Boca, en la Bombonera) e Independiente, primer club argentino en ganarla, tenía un bicampeonato (1964 y 1965). Racing, el Equipo de José, no solo se había quedado con la edición de 1967, también había ganado –primera vez para un equipo nacional– la Copa Intercontinental. Estudiantes, lejos de ser un club poderoso, no solo gobernaría Sudamérica, también conquistaría el mundo al derrotar a Manchester United de Inglaterra.

Otras marcas registradas
Cada década de la Libertadores exhibió a un equipo insigna. La del 70 sería la de Independiente, que a las dos que ya tenía le agregó cuatro copas consecutivas (1972, 1973, 1974 y 1975) en una seguidilla inigualable. Con la séptima que consiguió en 1984 todavía es el equipo que más copas ganó en Sudamérica. El famoso Rey de Copas, que dejó una huella con triunfos históricos y figuras como Ricardo Bochini, José Santoro, Ricardo Pavoni y Daniel Bertoni, entre tantísimos otros. Es curioso, en el repaso, que Boca y River demoraran en ganarla. Boca lo hizo en 1977 y 1978. Eran épocas complejas, las sospechas de doping sobrevolaban los equipos. El descontrol llegó a tal nivel que a principios de la década del 80 el fútbol argentino impuso sus propios controles. A River le llegaría la hora recién en 1986, algo que iba a repetir diez años más tarde. Y si Estudiantes había sido el equipo pequeño que había logrado meterse entre los grandes, en 1985 lo haría Argentinos Juniors, que no ganaría la Intercontinental pero jugaría una de las finales más bellas de la historia contra Juventus.
Eran tiempos en los que comenzaba a explotar el negocio de la televisión. Y en los que los equipos colombianos empujaban para llevar por primera vez la copa a su país. América de Cali perdió tres finales. Pero Atlético Nacional consiguió ganarla en 1989. La injerencia de los cárteles de la droga eran un asunto indisimulable. Aunque era hincha del DIM, Pablo Escobar dominaba al otro equipo de Medellín. Ya no era solo lo que significaba ser visitante en la copa. Allí también el peligro era para los árbitros. El argentino Juan Bava suele relatar cómo tanto él como sus compañeros de terna fueron amenazados con armas antes de una semifinal con Nacional de Uruguay.
La década del 90 traería el boom comercial de la copa. Y un entrenador se anotaría entre los más ganadores: Carlos Bianchi fue campeón con Vélez en 1994, pero a eso le agregaría las tres con Boca (2000, 2001 y 2003). No pudo completar la faena en 2004, cuando perdió la final con Once Caldas. Boca, con Miguel Ángel Russo en el banco y la vuelta de Juan Román Riquelme, repetiría en 2007. A la primera vez de un club ecuatoriano (Liga de Quito en 2008) y el cuarto trofeo de Estudiantes (2009), le seguirían repetidas conquistas de los brasileños interrumpidas por un desahogo, el de San Lorenzo, que en 2014 conquistó por primera vez el torneo, y el River de Gallardo. Argentina, al cabo, es el país con mayor cantidad de títulos, 25; seguido por Brasil con 19.
La Copa Libertadores ya era el gran negocio de la Conmebol, su producto más rentable, con nombre de multinacional, con equipos de México, con final a partido único, la última novedad.
60 años después de su  nacimiento, la Copa no es la misma. Tampoco lo es la Conmebol, desarmada por las acusaciones de la Justicia de Estados Unidos de soborno y lavado de dinero, un caso que hasta se convirtió en serie de televisión, con empresarios y dirigentes presos y algunos convertidos en colaboradores del FBI. Acaso una tercera paradoja para una organización que homenajea a sus héroes de la independencia.

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