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Un muchacho de barrio

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El cordobés, de 26 años, se convirtió en una de las figuras principales del fútbol argentino, gracias a sus múltiples conquistas con la camiseta Huracán. Su historia de sacrificios en el ascenso y el interés de Boca por incorporarlo.

 

Decisivo Ábila celebrando uno de sus tantos goles. Es el máximo anotador del Globo en torneos internacionales. (Télam)

Carlos La Mona Jiménez, el dios cordobés del cuarteto, le mandó un mensaje a través de un video a Ramón Wanchope Ábila antes de salir al escenario. «Wanchope, no te olvides cuando estabas en Instituto en el banco, y vos sufrías. Y yo te decía: “Bancatela, porque vas a ir a Buenos Aires y vas a triunfar”. Y te dije: “Boca te va a comprar”. Te compró Huracán, estás haciendo goles y todo el mundo habla de vos. Estás de moda, Wanchope. De Huracán pasás a Europa, y vos sos mi amigo. Te quiero. De corazón». El cantante, tal vez sin saberlo, dibujó el presente de Wanchope, el delantero de Huracán que se ganó un cantito de los hinchas cada vez que marca un gol en el Palacio Ducó: «¡Borombombom, borombombom, para Wanchope, la selección!».
A mitad de año, Ábila probablemente deje Parque de los Patricios y, como dijo la Mona Jiménez, Boca lo compre para que juegue con Carlos Tévez, su ídolo, o viaje sin escalas a Europa. Cuando llegó a Huracán, a pedido del entonces entrenador Frank Kudelka, en febrero de 2014, ningún dirigente lo conocía. En la actualidad, el propio Tévez pelea para que sea su compañero y se desgañita en elogios: «Wanchope es un gran delantero, un fenómeno. Me llevo muy bien y hablo una vez por semana con él. Cuando mete el culo, no lo movés más. Hoy es uno de los grandes delanteros del fútbol argentin».

Ramón Darío Ábila es la corroboración de la autoconfianza. Explotó recién el año pasado, a los 26 años, después de pelearla en el ascenso. Nacido en Córdoba capital, curtido en el Barrio Remedios de Escalada, el Negro Ramón –como se lo conoce allí– comenzó a jugar en Unión Florida, un equipo de la liga cordobesa. A los 15 ya había debutado en la Primera. Alejandro Acceto y Daniel González, amigos de la familia, le compraron el pase por 1.000 pesos y el 25% de una futura venta. Al poco tiempo, en 2006, pasó a Instituto y recibió el apodo futbolístico: se jugaba el Mundial y el costarricense Paulo César Wanchope había marcado dos goles en la inauguración ante Alemania. Algún compañero, cuenta la leyenda, le vio un parecido físico y empezó a llamarlo Wanchope. Cuando se dispuso a firmar el primer contrato surgió un conflicto: Diego Bobatto, entonces presidente de Instituto, no le reconocía la propiedad de la ficha a los amigos. Wanchope no lo dudó: a pesar de ser hincha y socio de la Gloria, le inició un juicio por la patria potestad y dejó de ir a entrenarse. Wanchope volvió a ser el Negro en el barrio, porque nunca lo había dejado de ser: a levantarse temprano para darle una mano en la obra en construcción a su padre, a trabajar en una casa de repuestos de camiones, a jugar por dinero en la villa. De esa experiencia le salieron dos frases que repite. Una: «Plata y miedo nunca tuve». Otra: «Si no sueño, no me acuesto a dormir».

 

100% confianza
En el Globo, ahora, ya pasó los 100 partidos y los 50 goles. Ascendió a Primera y ganó la Copa Argentina y la Supercopa Argentina en 2014. Al año siguiente, Huracán eliminó a River y jugó la final de la Copa Sudamericana. En 2016 volvió a la Copa Libertadores después de 41 años. Wanchope es el máximo goleador del club en competiciones internacionales. Más allá de destrabar la situación con Instituto, al delantero le costó asentarse –tardó tres años en anotar su primer gol– y lo prestaron dos veces, primero a Sarmiento de Junín y luego a Deportivo Morón, cuando ambos equipos jugaban en la B Metropolitana. Pero Wanchope no aflojó. «Soy ciento por ciento confianza –dijo en una entrevista con la revista El Gráfico–. Después agrego potencia. Siempre digo que no me den por vencido ni aun vencido. Soy confianza pura. Me siento un crack dentro de la cancha porque es mi manera de afrontar las cosas». En cada práctica, ensaya definición y, después de que termina cada partido, recibe los videos por Whatsapp para que analice qué hizo bien y qué hizo mal. Los hinchas de Huracán recuerdan un partido en Tucumán ante Atlético, en la recta final del torneo de la B Nacional. El Globo ganaba 2-1. Debía ganar todos los partidos para ascender. Wanchope se paró para patear el penal. Faltaban cuatro minutos. Era asegurar la victoria. La picó y el arquero se quedó parado. Cuando se le consulta si lo volvería a hacer, dice: «Diez veces más». Gracias a eso, Wanchope alcanzó la consideración. Porque antes de gambetear al primer jugador que tiene por delante, piensa en eludir a dos, tres.

«Wanchope hace goles todos los partidos. Hizo algunos muy lindos y podría servirle a Boca. Tiene garra y el carisma que le gusta al hincha», consideró Gabriel Batistuta, goleador histórico de la selección argentina. Pocos lo saben, pero Wanchope estuvo en Boca. En 2006, en ese lapso de conflicto con Instituto, pasó una prueba y se entrenó una semana junto a las inferiores en Casa Amarilla. Aún guarda las fotos que se sacó con Rodrigo Palacio.
El lazo con el club xeneize, en rigor, viene de mucho antes. Cuando Ábila jugaba de arquero –hasta los diez años, antes de ser el goleador de Los Halcones, el equipo del barrio–, admiraba a Carlos Navarro Montoya. Ahora, ya delantero consolidado, se ilusiona con otro ídolo. «Me gusta mirar a Carlitos. Tengo una admiración grande y solo palabras de agradecimiento. Es un ídolo», dijo sobre Tévez, con quien comparte el representante, Adrián Ruocco. A Tévez lo conoció en un baile de la Mona Jiménez, la madrugada del 15 de junio de 2013 en Córdoba. Tévez había salido campeón con el Manchester City y Wanchope con Sarmiento de Junín. La Mona, a quien Wanchope también conoció ese día, subió al escenario para cantar «Soy un muchacho de barrio», una canción que dice: «Soy uno más de la esquina / de esa barra querida / que no voy a olvidar / Soy un muchacho de barrio / que aunque pasen los años / nunca me olvidaré, / que mi escuela fue la calle, / y en la vida pierda o gane, / yo te lo juro por ésta / que yo nunca cambiaré».

Roberto Parrottino

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