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Vacíos de fútbol

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La renuncia de Gerardo Martino y el anuncio de Lionel Messi pusieron de relieve la grave crisis del equipo nacional, derivada de la desorganización de la AFA y la ausencia de proyectos con visión futura. Desafío olímpico en tiempos de urgencia.


Decepción. Messi se lamenta tras la final perdida ante Chile, en la reciente Copa América. (Estrella/AFP/Dachary)

 

Una semana después de la derrota por penales contra Chile en la final de la Copa América Centenario y, sobre todo, del anuncio de Lionel Messi sobre una posible renuncia a la selección que despertó un psicodrama nacional, la Sub-23 tenía que comenzar sus trabajos para los Juegos Olímpicos de Río. Sin embargo, por falta de jugadores, Gerardo Martino suspendió el inicio de las prácticas. Uno y otro instante, con siete días de diferencias, se podrían ver como  las dos caras de una misma crisis, el prólogo para lo que fue la segunda renuncia, en ese caso definitiva, de Martino como entrenador de la selección.
Que Martino solo contara, hasta ese momento, con nueve de los futbolistas con los que tenía que viajar a Río de Janeiro no fue una consecuencia de la derrota con Chile –mucho menos de la renuncia de Messi–, pero ambas fotos hay que ponerlas una al lado de la otra. Se supone que en los Juegos se verá parte de la reserva que la selección mayor guarda para un futuro que, quizás, pueda no estar tan lejano.
Más allá de las reacciones oportunistas que se exhibieron desde los sectores políticos, como el llamado del presidente Mauricio Macri a Messi, y desde dirigentes que aspiran a ocupar cargos de poder en la AFA, como Marcelo Tinelli, parte de la desesperación colectiva que generó el anuncio de Messi es resultado del vacío que existe en la base de los seleccionados. No solo por la falta de jugadores que den la talla para un recambio –algo que no sobra pero que tampoco escasea–, sino por el nivel de desorganización que habita en las juveniles y que comenzará a pagarse en los próximos años.
Martino había dado una buena señal al anunciar, después de asumir, durante el segundo semestre de 2015, que también se haría cargo de la selección Sub-23, algo que no sucedía desde los tiempos de Marcelo Bielsa, que ganó la medalla dorada en Atenas 2004 y luego renunció. Alfio Basile no la quiso dirigir en Beijing 2008, donde la condujo Sergio Batista. Y Alejandro Sabella no tuvo la chance de hacerlo en Londres 2012 porque la Argentina no consiguió un lugar en esos Juegos. Además, el entrenador rosarino había pedido que la Sub-20 la dirigiera Jorge Theiler –otro hombre salido de Newell’s– como una forma de volver a unificar los trabajos.
Pero eso no ocurrió. Humberto Grondona mantuvo su parte de la herencia en la AFA con ese puesto hasta que renunció en diciembre pasado. Julio Olarticoechea tuvo que hacerse cargo de apuro. Un técnico de emergencia para una Sub-20 que supo tener un nivel de organización obsesiva desde que a ese lugar desembarcó José Pekerman en 1998. Toda esa estructura se fue deshilachando en la última década hasta no quedar nada parecido. El propio Vasco reconoce la urgencia de su gestión. Olarticoechea salió ahora a tapar otro agujero: será el técnico en Río de Janeiro.

 

De un lado a otro
La Argentina no consigue un título con su selección mayor desde 1993, cuando ganó la Copa América en Ecuador. Podría tratarse de una casualidad, pero también se ve ahí el síntoma de una turbulencia. Más de la mitad de esos años pasaron sin que una gestión pudiera cumplir un mandato completo. El último entrenador que estuvo al frente del equipo entre Mundial y Mundial fue Marcelo Bielsa, a quien se le renovó el contrato después de la eliminación en primera ronda de Corea-Japón 2002. Y fue Bielsa, de hecho, el que discontinuó la seguidilla. Porque renunció en 2004, cuando tuvo que asumir José Pekerman.
Desde entonces, todo lo que se encuentra son proyectos que van saltando de un lado a otro. De Pekerman a Basile (segunda etapa). Basile dura un poco más de dos años. Llega Diego Maradona. Y Maradona dura lo mismo: poco más de dos años, hasta unos días después del Mundial de Sudáfrica 2010. Llega Batista, que venía de ganar una medalla de oro en Beijing 2008, pero no dura ni un año. Eliminación en Copa América 2011, y afuera. Llega Alejandro Sabella. Y el resto es historia más o menos conocida. Después del segundo puesto en Brasil 2014, Sabella ni siquiera puede dar una conferencia de prensa para despedirse porque su decisión de dejar la selección coincide con la muerte de Julio Grondona.
Si había una política de Estado que se le reconocía a Grondona como presidente de la AFA era la continuidad de los entrenadores. No solo por los ciclos de César Luis Menotti y Carlos Bilardo, dos etapas que completaron nada menos que 16 años en la selección argentina, sino por lo que siguió: mantuvo a Basile y a Daniel Passarella en sus períodos, y hasta le renovó el contrato a Bielsa a pesar de haberse ido en primera ronda del Mundial 2002, y de mantener con él una relación, por lo menos, tensa.
Todo lo que vino después, incluso con Grondona al frente de la AFA, fue la ausencia total y absoluta de un plan; la falta de criterio para determinar a un seleccionador. Podía ser por un asunto emocional (Maradona), porque estaba a mano (Batista) o porque se trataba del entrenador del momento (Sabella). Aún así, el ciclo del técnico platense fue el más consecuente. Se inició en 2011 y terminó con una final en el Mundial de Brasil. No fue poca cosa para un equipo que desde Italia 90 se trababa, como límite fatal, en la barrera de los cuartos de final.
A esa final en Brasil le siguieron, ya con Gerardo Martino como técnico, dos finales seguidas en Copa América. Dos derrotas. Las dos, con Chile. Lo que debió haber sido un deslizamiento por el goce, sin embargo, fue un vía crucis que hasta derivó en la renuncia de Messi. Se convirtió en un estigma. Pero, al margen de la desorganización que empezó a quedar expuesta y de las caídas en partidos decisivos, lo que se impuso fue una generación de futbolistas con diseño de élite.

 

Crónica del derrumbe
Más allá de esos nombres de primer nivel, lo que se empieza a notar es el desarme de una estructura que alguna vez fue ejemplar. Desde la salida en 2007 de Hugo Tocalli, último eslabón de lo que había armado Pekerman, todo se derrumbó en las selecciones juveniles. No se trata de una cuestión de títulos –nunca desdeñables pero quizá lo menos importante para esa etapa– sino de formación. La Sub-20 dejó de ser una base para la selección mayor. Hace casi una década que esos distintos estamentos no están ensamblados con una misma idea.
Pero para refundar la selección argentina hace falta primero refundar la AFA, en estado crítico desde hace meses, inmersa en una crisis cada vez más profunda, con la Justicia, el gobierno y la FIFA haciendo su juego. Martino le presentó la renuncia a Claudio Chiqui Tapia, presidente de Barracas Central y vice de AFA, aunque para ese momento nadie sabía quién debería ser el dirigente encargado de designar a un sucesor. Será, desde entonces, una de las pocas tareas que tenga la AFA a partir de que la Superliga se lleve la primera y segunda categoría del fútbol local.
Mientras tanto, Olarticoechea, que se queja de la falta de colaboración de los clubes para ceder futbolistas a la Sub-20, tendrá que (re)conducir al equipo en los Juegos Olímpicos.
Nadie podrá reprocharle nada al Vasco en tiempos en los que solo prima la urgencia. Aunque se trate de uno de los pocos torneos donde la selección ha podido llevarse una sonrisa en los últimos años. El único que queda en el año,  al margen del objetivo a cumplir en las eliminatorias para Rusia 2018. Después de todo eso, tendrá que ser un empezar de nuevo. Será –si es– una reconstrucción de cero. El levantamiento de un edificio que se derrumbó y del que solo quedan los escombros.

 

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