27 de agosto de 2025
Los hechos de terror en Avellaneda expusieron la violencia en las canchas y la inacción de las fuerzas de seguridad. Las raíces de un drama que envilece a la pelota en la mirada de especialistas.

Barras al ataque. La tribuna Pavoni Alta del estadio de Independiente, escenario de la barbarie.
Foto: Getty Images
Entre los sucesos de terror que se vivieron en Avellaneda con los barras de Independiente y de Universidad de Chile, se escuchó un grito que podría llamarle la atención de quienes no son habitués del Libertadores de América, el estadio del Rojo. «Barracas tiene miedo», se comenzó a cantar en distintos lugares de la cancha en dirección hacia la Santoro Baja, tribuna que suelen ocupar «Los dueños de Avellaneda», la barra oficial de Independiente.
Para los hinchas del Rojo, el grito era muy reconocible. Y para eso hay una explicación. «La barra de Independiente no es de Avellaneda. Les dicen “Los de Barracas” de modo despectivo, por su origen social. Ocupan la tribuna Santoro Baja, ubicada al norte del Libertadores de América. El resto de la cancha suele cantar en su contra», escribió Juan Diego Britos en una gran crónica para Tiempo Argentino.
La noche del miércoles 20 de agosto de 2025 será difícil de olvidar para el fútbol. Las escenas del desastre fueron ampliamente viralizadas en videos caseros, tomados por los hinchas con sus celulares, mostrando lo que no se veía en la transmisión, que no enfocaba las tribunas. Independiente recibió esa noche a Universidad de Chile por el partido de vuelta de la Copa Sudamericana. Había caído 1-0 en Santiago. El equipo de Julio Vaccari debía revertir ese resultado aunque lo relativo al juego quedaría en segundo plano.
Desde temprano, incluso antes del partido, la barra chilena generó destrozos en el estadio, lanzó todo tipo de objetos hacia una de las Gargantas (que es como se conoce a las torres que se encuentran en los codos) y también hacia la tribuna de abajo, ocupada por hinchas de Independiente, a la cual concurren barras disidentes del Rojo conocidos como «Los mismos de siempre». La bandeja donde se encontraban los chilenos no tenía vallado, red, pulmón de distancia, y tampoco seguridad, ni pública ni privada. Nada protegía a los hinchas del Rojo.
Por fuera de las responsabilidades políticas y dirigenciales, incluso de lo que decida la propia Conmebol en cuanto a sanciones, lo cierto es que no hubo actuación policial adentro del estadio. La barra chilena hizo lo que quiso. En el entretiempo, por los altoparlantes, se les pidió que se retiraran. Por supuesto, eso no iba a ocurrir así nomás. Hasta que, al final, el partido se suspendió con el resultado 1-1. En medio de todo fue que se escuchó el reclamo contra la barra oficial. Más bien, una provocación aunque también podría ser una forma de arenga.
Porque, si el Estado no actúa en una tribuna, ¿quién lo hace? Lo hace la barra, que es la que ejerce el poder ahí adentro.
Ahí fue cuando la noche tuvo su último acto de violencia, el ingreso de un sector de la barra a la tribuna de los chilenos. El tema es que para ese momento el grueso ya se había ido, quedaban apenas un puñado de hinchas de la U, acaso los más rezagados, quizá los que ni siquiera habían participado de los destrozos previos. Todo lo que se vio, incluso un hincha chileno empujado hasta caer de la tribuna, fue aberrante. Pero por fuera de eso, los episodios ayudan a pensar cómo funciona el vínculo del hincha «común» con la barra y cómo la barra actúa y se legitima en esas circunstancias.
Cuestión de honor
«El ataque es una respuesta a las agresiones previas de un grupo de la hinchada de la U. Leí posteos y miré portales de Chile, y todos hacían hincapié en la escena de los hinchas de Independiente que los superaban en número a los de la U, y en esa serie de acciones de humillación, de vejación, pero ese ataque, que fue terrible, se entiende desde la lógica de la restitución de una humillación previa o de un ataque previo», explica la antropóloga Verónica Moreira, investigadora del Conicet y autora de diversos trabajos relacionados al fútbol y las barras, y cuya tesis de grado fue una etnografía sobre el honor y la violencia en una hinchada de fútbol en la Argentina, precisamente en la de Independiente.
Esa idea del honor está muy presente en la noche de Avellaneda. La cuestión no es pensar quién empezó todo, quién es más responsable, tampoco es la justificación, pero sí entender cómo funciona esa lógica de defensa del territorio en una cancha. ¿Por qué cuando la hinchada de Independiente irrumpió en la tribuna ocupada por los chilenos hubo gente que celebró? ¿No es acaso esa misma gente la que luego se espanta con el accionar de la barra?

Visitantes. La barra de Universidad de Chile en el estadio Libertadores de América.
Foto: Getty Images
«Lo que pasó es triste, lamentable y totalmente repudiable. Pero lo que ocurrió fue un claro ejemplo de cómo para legitimar la violencia se ponen en juego ciertos códigos, ciertas culturas barras que hoy podríamos decir que están bastante expandidas en toda América Latina», dice Nicolás Cabrera, sociólogo, autor de un gran libro sobre la barra de Belgrano de Córdoba, Que la cuenten como quieran.
Tanto Moreira como Cabrera apelan al robo de banderas entre hinchadas como ejemplo de la defensa del honor. «Los trapos son casi una extensión del propio cuerpo de la barra –dice el sociólogo–, posiblemente junto con los instrumentos son los bienes más preciados, que con el mismo afán que se defienden también se tratan de robar». Es algo que ya tiene muchos años. «Si se robaban las banderas de un equipo –recuerda Moreira–, ese equipo tenía que conseguir nuevamente sus bienes, y al mismo tiempo robárselas a la otra hinchada, y ahí como que se sucedía en ciclos de violencias. Era parte de la lógica del aguante que trabajamos un montón. Y tiene que ver bastante con lo que pasó, con esa secuencia de reponer un orden».
En pie de guerra
«Los territorios son fundamentales y siempre hay territorios propios que se defienden, territorios ajenos que se copan y territorios neutrales que se conquistan. Para la mirada de los hinchas de Independiente, los barras de la U de Chile se comportaron de forma totalmente atrevida, irresponsable y provocadora. Y ahí entra en juego otra cuestión de las barras, que es la forma que tienen de legitimarse frente a otros hinchas de su mismo equipo. Una es la producción de la fiesta y la otra es la violencia, ya sea para apretar a jugadores cuando el equipo está mal o para erigirse como los defensores de la gente», dice Cabrera.
Cuando el Estado no está, cuando fallan los operativos, o incluso cuando no solo una barra rival sino también la Policía del lugar arremete contra los hinchas comunes, ahí está la barra propia. Pasa mucho en el exterior. «¿Dónde está la barra para defendernos?», es una pregunta recurrente en caso de incidentes o represión. No es solo los vínculos políticos, sindicales o policiales lo que mantiene en pie a una barra. También es la legitimación de los «comunes». «Eso es un rol tanto autoasignado como designado por los otros hinchas», explica Cabrera, que agrega además una dimensión histórica en la rivalidad entre hinchas argentinos y chilenos: las Islas Malvinas.
«Yo siempre digo –sostiene– que en el único minuto de silencio que se respeta en todos los estadios de fútbol es la causa Malvinas. La causa Malvinas en el mundo del fútbol, en el mundo de los barras, es una bandera que genera consenso, y siempre está la contracara de esa causa Malvinas: la traición de los chilenos». Esto fue la colaboración de la dictadura de Augusto Pinochet con el Gobierno de Margaret Thatcher, algo que surgió en muchos enfrentamientos entre chilenos y argentinos, ya sea en el fútbol o, por ejemplo, en partidos de tenis.
En el fútbol argentino, además, el territorio propio desde hace más de diez años no se comparte. Solo en algunos partidos excepcionales, como los que se anunciaron semanas atrás en la provincia de Buenos Aires, o en encuentros internacionales. En los otros, ya no hay visitantes. Cada vez más encerrados, sin la costumbre del rival en la tribuna de enfrente, la ofensa puede tornarse peor. Todas esas pequeñas llamas fueron las que se juntaron para el incendio en Avellaneda.