Humor

El peso de las palabras

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(Hugo Horita)

Tarde primaveral, o al menos eso parece. Y en la mesa del bar, Rebequita y Tobías disfrutando el atardecer. O algo así.
–Tobías de mis sororidades, tengo ganas de comer algo rico, ¿no te pedirías unas sextilunas?
–Rebequita de mis corazonadas más estrafalarias… ¿eso qué es?
–Pues son unas masas dulces con forma de circunferencia trunca, que hasta la última tormenta financiera solían ser elaboradas con manteca o bien grasa, y antes del último tarifazo, las horneaban y te las vendían como inversión complementaria al café con leche, ya que enriquecían la sensación gustativa si las introducías suavemente en la taza. Y con criterio tal vez antigestáltico, el todo solía costar menos que la suma de las partes.
–¡Ah, medialunas! Rebequita de mis revivals eróticos, ¿por qué te cuesta tanto hablar con simpleza?
–¿¡Me cuesta!? No, Tobías de mis deseos elastizados, me parece que al que le cuesta es a vos. Y no sabés cuánto te va a costar. ¡Medialunas! Hace tres corridas cambiarias que no se usa más esa expresión. Desde el dólar a 17 pesos, Tobías de mis convertibilidades juveniles, que los panaderos, previendo que se iban a hacer inaccesibles –ya no al bolsillo de la clase trabajadora, sino al de la clase media aspiracional que hacía paro para no pagar ganancias y ahora sufre por no ganar lo suficiente para poder pagarlas–, las transformaron en «terciolunas», «cuartolunas», «quintilunas» y ahora «sextilunas»; se trata de la «factura menguante», Tobías de mi amor descafeinado con leche descremada, pan desglutenizado y economía destrozada.
–Pero Rebequita de mis entrañas con salsa criolla, ni que te hubieran hecho lo mismo a vos… Ni que te hubieran sacado el «rebe» y te hubiera quedado solamente el «quita». ¡No podés quitarle tantas cosas a tu bienestar gastronómico cotidiano! Mirá, yo te invito el café con leche con tres medialunas, vas a ver que vamos a poder afrontarlo.
–¿Tres medialunas para mí? ¡Eso es como una luna y media, Tobías! Es lo más romántico que un hombre me haya ofrecido jamás. Acepto, ¡pero apurate a pedirlas, que en cualquier momento dolarizan las facturas y vamos a tener que comer donuts!
Nos alejamos de la escena, antes de que nos pidan plata prestada.

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